Muerte y Facebook (II)


LuciFer (Lucia Fernández)



El Facebook devino ese pedacito de media que cada uno puede administrar -hasta un cierto punto- eligiendo públicos (“amigos”) y contenidos. Podemos construir el propio relato de vida, una auto-biografía dinámica y presente hecha del recorte y selección de imágenes, videos, citas, noticias, frases propias y pequeños momentos cotidianos. Los “amigos” interactúan con nuestras publicaciones megusteando, comentando y compartiendo. Cuantas más de estas participaciones amigas tengan nuestras publicaciones mayor pareciera ser nuestro sentimiento de éxito social o, al menos, de efectividad comunicacional. La discusión sobre si Facebook es parte de la vida real o de la vida virtual caducó hace rato, porque ya parece innegable que la red social devino una experiencia de vida total capaz de aglutinar gran parte de nuestra vida comunicativa.


¿Pero qué pasa cuando la bio finiquita y la cuenta de Facebook nos sobrevive?


Hace unos meses, el colega (y amigo de amigos) Miguel Molina y Vedia publicaba un artículo en Página12 bajo el título “Cadáveres en Facebook”, donde hacía referencia a la forma en que la morbosa circulación de imágenes agónicas no podía ser eludida en esta red social. Unas semanas antes de esa publicación, le comentaba a una amiga (en común) que la muerte en Facebook estaba siendo procesada de una manera extraña, inédita. Se ve que el tema anda revoloteando en las observaciones. Pero el morbo (bien o mal políticamente intencionado) no agota los efectos de la muerte y su presencia en la red social. Pensar, observar, mirar la muerte es parte de la vida misma, séase filósofo, camionero, abogado, ama de casa o niño. Si ahora un pedazo de experiencia de vida tiene lugar en esta red social, lo mismo debe ocupar su lugar la muerte.


Tal vez no hayamos reparado en ésta extraña secuencia hasta el momento en que tenemos entre nuestros “amigos” al primer caído. En este caso, la primera vez que reparé en esto fue particularmente extraña: luego de algunos meses sin contacto vía chat con un romance de verano ecuatoriano, entré en su muro para ver qué era de su existencia. Al entrar en su perfil, aparecieron un sinfín de saludos conmemorativos, te-extrañare-mos, que-en-paces-descanses, y RIPs que daban cuenta de su repentino fallecimiento.


Era muy joven, por lo que la pregunta “¿qué le pasó?” era ciertamente recurrente. Sin embargo, la respuesta había que buscarla entre la infinidad de posteos ya que sólo una persona se había animado a contar que él se había muerto ahogado en el río amazónico que transitaba todos los días en su trabajo como guía; que había estado desaparecido durante tres días; y que finalmente su cuerpo había sido hallado en alguna orilla donde el río había decidido abandonarlo. Su muro se había convertido en un funeral virtual, global y diacrónico, donde incluso no ahorraron su presencia las novias que rastreaban a las falsas-viudas del fallecido.


Recién dos años después su perfil fue dado de baja, vaya uno a saber de qué forma. ¿Cómo podríamos saber sobre las razones de las sucesivas entradas y visitas post-mortem a su perfil? ¿Era morbo? ¿Era memoria? ¿Era miedo a la muerte contingente e intento de apaciguarlo mediante su comprensión? La sensación era extraña (y sigo con lo extraño como aquello que aún no consolida su forma, su identidad). No sentía tristeza, estaba demasiado distraída con el modo en que me había enterado, con los posteos, con querer saber qué había pasado. Tal vez fuera por el débil vínculo y la ausencia de cualquier expectativa que continuidad de aquella historia. Pero sea lo que haya sido, el extrañamiento era la sensación total. ¿Cómo se procesa una muerte vía Facebook?


Este estado de extrañamiento total me llevó a buscar y mirar otros casos de muerte en Facebook. ¿Morbo? Si fuera el morbo lo que catalizaba esta búsqueda, sería mucho, muchísimo morbo, porque los dispositivos mortuorios sobre los que se montan conmemorativamente las imágenes, los mensajes, los posteos, los comentarios, todo es un hecho inédito en la historia. Extraño, todo muy extraño. Fueran anónimos amigos de amigos o figuras públicas como músicos y actores, la escena mural era la misma: efecto tumba virtual.


La empresa-red-social ya cuenta con un artículo específico dentro de sus políticas para el manejo de estos casos:


Cuentas in memoriam. Si se nos notifica que un usuario ha fallecido, podemos convertir su cuenta en una cuenta in memoriam. En tales casos, restringimos el acceso al perfil a los amigos confirmados y permitimos a éstos y a los familiares que escriban en el muro del usuario en recuerdo suyo. Podemos cerrar una cuenta si recibimos una solicitud formal de un pariente del usuario u otra solicitud legal pertinente para hacerlo.


De hecho, también se puede encontrar en la web un curioso comentario sobre la creación de esta política memorial:


¿Qué pasa cuando un usuario de una red social muere en la vida real? ¿Cómo homenajean en el ciberespacio a esa persona sus seres queridos? Estas preguntas se las han hecho en Facebook, sobre todo Max Kelly, un trabajador de la empresa que lleva allí cuatro años y hace poco perdió a un amigo en un accidente. Por supuesto, el perfil de esa persona no se va a actualizar más y lo peor de todo es que se mantiene igual, con lo cual si alguien quiere relacionarse con él puede acabar pensando que no le hace caso o no quiere contactar con él. (http://www.genbeta.com/redes-sociales/facebook-in-memoriam)


En el Blog de Facebook se puede leer la crónica de la creación de esta política corporativa desde la voz del empleado que inspiró esta política a partir de su propia experiencia de pérdida-de-amigo-con-Facebook.


Al parecer, cuando se parte de este mundo –y se tiene cuenta de Facebook-, el muro comienza a ser habitado por los otros, aquellos que hasta el último suspiro eran público (pasivo o activo). Las familias y los amigos dudan sobre qué hacer, ya que el perfil deviene la tumba que todos pueden visitar en un solo click. Queda el espacio para que los otros sigan construyendo nuestra historia pública hasta el día en que alguien dé el aviso al proveedor de que el protagonista de esa historia ha muerto y exija el cierre de la cuenta –por el hartazgo del dolor rumiado una y otra vez, o por evidencia terrorífica del morbo-.


Lo efímero del espacio mural para el recuerdo virtual contrasta con la inmortalidad del mármol que hace de los cementerios un espacio –más imaginaria que realmente- eterno. Nos recuerda dolorosa, inevitable y trágicamente que no somos más que un poco de dust in the wind, y que en un futuro irremediable seguiremos volando en el aire de los dispositivos de encuentro presentes y concurridos al día de nuestra muerte.