El chantaje de los mercados: entrevista a Toni Negri
por Pablo Chacón
En “Commonwealth”,
tercer libro de la serie iniciada con “Imperio”, Hardt y Negri analizan cómo
redefine las nociones de soberanía y democracia el poder del capital financiero
global. Negri lo anticipa aquí.
Toni Negri, junto con su colega
estadounidense Michael Hardt, acaban de publicar el último tomo de la trilogía
que empezó con Imperio y siguió con Multitud. Se trata
de Commonwealth. El proyecto de una revolución del común (Akal-Grupal,
aparecido recientemente en España). En esta entrevista, el pensador italiano se
extiende, desde la ciudad de Padua, sobre las condiciones de la producción
cognitiva, la emancipación en un mundo cooptado por el capital y sobre las
figuras dominantes del hombre en el universo contemporáneo.
En
la Argentina, durante su última visita, usted habló de emancipación. ¿Qué
quiere decir esa palabra en el contexto global?
En
principio, hubo una primera definición de emancipación vinculada con una
concepción individualista y universalista. Los orígenes de la definición son de
raíz iluminista pero muchas veces, el desarrollo de ese iluminismo se
encontraba con una escatología propia de su universalidad.
¿Cómo
se entiende eso?
Es
que la emancipación también implica una clave religiosa, de salvación. El lazo
entre emancipación y liberación es estrecho. Entonces, a pesar de encontrarla
en las filosofías actuales como nostalgia, el concepto está relacionado con una
relación social, en gran parte, agotada. Prefiero no usar el término
“superada”, porque no se sabe nunca cuando algo se supera hacia dónde se va,
Digo agotada. La emancipación es una idea vinculada al predominio de formas de
producción individuales en un horizonte de organización capitalista que todavía
no estaban involucrados todos los sectores sociales. Entonces, la primera idea
de emancipación es individualista y universal, y abstractamente, se vincula al
desarrollo de la producción histórica y se presenta como una utopía, con puntos
escatológicos.
Ahora
es diferente.
Sí.
El desarrollo del capitalismo involucra a la sociedad de forma total, a todos
los niveles. La cooptación de la sociedad por el capital no es formal sino real.
Es decir: todos los valores que la sociedad produce son traducidos en valores
de intercambio. Se introducen bajo la categoría de la moneda. Operan al
interior de pasajes financieros. Y esos pasajes provocan una serie de
transformaciones que incluyen la composición técnica y política del conjunto de
los sujetos. Se trata de una modificación raigal que concierne al trabajo y a
la producción. Y a las formas de vida, a los modos en que los sujetos conducen
sus vidas. La configuración del trabajo cambió porque el trabajo cognitivo se
convirtió en hegemónico dentro del sistema productivo. La configuración
política cambia porque más que encontrarnos frente a masas, nos encontramos
ante una multitud de singularidades cohesionadas en la tensión productiva y reproductiva
de la vida social.
Pero
¿es una época de transición?
Sí,
pero el resurgir de la cooperación, que es técnicamente actual, también podría
ser políticamente actual. Se vive una situación de transición en la que este
devenir común del problema de la realidad productiva no se articula todavía con
un devenir común de la realidad política, de la vida en la polis. En un
universo laboral que no se vincula localmente sino que se expande a toda la
sociedad, corresponde una cierta espacialización en la producción, la
financiarización en la que se computa o se mide el trabajo cognitivo. No existe
otra medida del trabajo cognitivo que no sea a través de los instrumentos
financieros. Las viejas categorías para medir el trabajo (estructuras
espaciales como la fábrica, o temporales, como la jornada laboral) se
modifican. Convencionalmente, se habla de “finanza de tiempo”.
¿Es
sobre este cambio que usted habla en su último libro?
Entre
otras cosas. Sí puede decirse que reconociendo las determinaciones que operan
en el nuevo mundo del trabajo, es posible desplegar una primera hipótesis
respecto a la emancipación. Porque como tal, también ella está cooptada por el
capital. El problema de la emancipación no aparece como un problema “ideal”
sino como un problema práctico del pasaje del común actual al común de la forma
tecnológica, al común virtual de las formas políticas.
¿Podría
extenderse sobre este punto?
En
la actualidad, las fuerzas productivas están más avanzadas que las relaciones
de producción. Eso se constata todos los días. Es un problema de educación y de
costos. La crisis se presenta como una incapacidad de las relaciones de
producción (estatales, financieras, globales) para contener la nueva
productividad común. El mundo de las necesidades, del deseo de los
trabajadores, es la dimensión cognitiva. Y las finanzas, sus formas, su viejo
bloque, insisten con la capacidad de convertir la ganancia en renta. Y es sobre
ese retraso de las capacidades capitalistas para organizar la riqueza producida
donde se produce la crisis.
Sigue
sin quedar claro…
Mire,
si se asume la existencia de un desequilibrio entre producción y formas
políticas (el retraso de las formas políticas y su subsunción a las formas
económicas) puede pensarse un sentido biopolítico para lo que decía, tomando,
por ejemplo, los aportes que Michel Foucault brindó a las ciencias políticas.
El concepto de biopoder como nueva representación de la soberanía se coloca al
lado del contexto biopolítico, que debemos considerar activo. La vida política
de cara al biopoder es la potencia susceptible de ser desplegada frente a ese
desequilibrio.
En
otras palabras...
En
otras palabras muestra en conjunto la potencia del tejido social y la asimetría
que presenta frente al biopoder capitalista. Cuando se habla de emancipación,
es válido tener presente esta asimetría. La emancipación se propuso como un
problema que debía tener una solución jurídica, constitucional, pero en la
etapa que atravesamos, conviene aclarar que “el uno está dividido en dos”,
según el viejo eslogan maoísta. No lo digo en términos de reminiscencia, sino
que el uno se dividió en dos porque el concepto de poder y el concepto del
capital han sido siempre dos. El capital no existiría como orden, como comando,
si la fuerza de trabajo no fuera activa, si el trabajo no se presentara como
trabajo viviente. Cuando digo que “uno se divide en dos”, no estoy diciendo que
la ruptura de esa relación sea en términos absolutos. Sin embargo, para que la
relación exista, la obediencia debida al Estado o la proporción de trabajo vivo
debida al capital está hoy fuertemente desequilibrada.
¿Cómo
se mide esa relación?
Desde
el punto de vista jurídico. Porque el derecho también se convierte en una
medida, en una máquina que forma la relación entre Estado y ciudadanía, entre
capital y trabajo vivo. Lo que queda claro cada vez más es que la política, a
diferencia de lo que ocurrió en otras épocas, después de la gran crisis de los
años 30, por ejemplo, no logra desarrollar una posición constituyente que esté
al nivel de la historia de los movimientos constitucionales. La misma
definición de constitución siempre fue una historia de mediaciones construidas
alrededor de relaciones mercantiles de intercambio, eso en el caso de las
viejas constituciones liberales. Y luego, en torno a la dialéctica
capital-trabajo, en el caso de las constituciones democráticas.
¿Y
hoy?
Y
hoy, si esta transformación de la que hablamos, ocurrió (o está ocurriendo),
realmente se vuelve difícil imaginar qué mediación pueda construirse alrededor
de los procesos de financiarización que viven en el corazón del capitalismo
moderno. Y es difícil redefinir categorías como democracia, soberanía nacional,
representación, salario, ideología. ¿Cómo pueden conceptualizarse nuevamente
estas relaciones fuera del conocimiento de que los mercados financieros y globales
son sede eminente de producción autónoma politicidad y legalidad? El orden
ejercido por el capital financiero tiende a saltar las mediaciones
institucionales de las modernas democracias y se funda en el chantaje, por el
solo hecho de que las garantías, en última instancia, del goce de los derechos
esenciales, de la casa, la salud, la reproducción de la vida y los mismos
salarios dependen, en forma irreversible, de las dinámicas y las continuas
turbulencias del mercado.
Entonces
¿para qué situar la emancipación una vez que se la define como proyecto
constituyente?
Estamos
viviendo situaciones en las cuales el problema constituyente está puesto en
términos muy concretos. En América Latina, se ha visto, sobre todo en los 90, y
ahora mismo, en la relación entre Estado y movimientos, la configuración de una
dinámica constituyente. Pero todo ocurre en una situación en la que no se
comprende cuál es la conclusión. Es difícil considerar a los movimientos como
otro poder frente al Estado. El proceso Estado-movimiento se diluye en una
relación en la que no se entiende quién es el actor. Y se corre el riesgo de
que el Estado finja que los movimientos se transforman, cuando en rigor es el
mismo Estado quien crea esos movimientos: como imagen de su debilidad, y de su
incapacidad de síntesis.
¿Qué
significa emancipación como potencia constitucional? ¿Cómo puede definirse una
emancipación a partir de esta crisis?
Pongamos
sobre el tapete otra hipótesis. Se puede hablar de emancipación como propuesta
constituyente sobre un nuevo terreno espacial. Y una segunda en la que cuenta
la temporalidad, la tendencia a la cosa material. Es en este punto donde se
pone en juego la transición histórica que hemos vivido después de la segunda
mitad del siglo XX, de las transiciones incumplidas (del fascismo a la
democracia en Italia y en España, por caso). En vez de una transición, se dio
una superposición del modelo neoliberal, pero también puede decirse otra cosa.
En este tiempo se discute cómo, después de 30 o 40 años, existen movimientos
que expresan la necesidad de la transición, en la que la pasión de democracia,
que es una pasión del común, destruye una serie de formalismos que bloquearon
el desarrollo constituyente de la emancipación. Es el caso de los “indignados”
de España, en Wall Street, Inglaterra, Alemania, y de forma más tímida, en el
movimiento estudiantil chileno. La vitalidad argentina está cifrada en el hecho
de que la transición no fue ocultada, sino protagonista de este pasaje.
¿Algo
para agregar?
Es
razonable preguntarse cuáles son hoy las figuras de subjetividad en torno a las
cuales gira la experiencia de la vida. La primera, es la del endeudado. La
transformación productiva descripta se asienta sobre un movimiento que lleva
del trabajo asalariado al trabajo precario. Pero si se quiere, es acá donde
emerge la base de una emancipación posible, nuevas condiciones de biopoder y
nuevas condiciones de lo biopolítico. El trabajo precario (que es un trabajo
cognitivo, en red, cooperativo) aparece como un excedente de capacidad
productiva. La figura del trabajador precario pierde su autonomía bajo el
capital, se convierte en endeudado.
Pero
no es la única figura…
La
otra es la del hombre mediatizado. Se está dentro del círculo de los medios de
comunicación, y también de lo que es la capacidad de construir cooperación
dentro de los medios. Pero también se está capturado. Ya no es más la
conciencia del individuo alienado, sino de aquel tomado por el juego del poder.
Está claro: la sociedad es extremadamente compleja, los riesgos vienen por
todos lados, pero el riesgo no es tal cuando se convierte en miedo. De ahí la
capacidad para responder al riesgo, a la dificultad de la vida, poniéndonos en
comunicación, defendiéndonos. Piensen en la expansión de los sistemas
carcelarios, lo que son los procesos de exclusión para introducir miedo. Esto
es el Estado moderno: vive de la creación del miedo. La construcción del
concepto de miedo viene de una voluntad de dominio, no de asociación. La forma
más peligrosa es la del hombre representado. Porque se choca con el problema de
la emancipación. Las constituciones democráticas actuales y la idea de
representación que construyeron, son el peor enemigo. El hombre representado es
la suma del hombre endeudado, mediatizado y del asegurado. En la
representación, ninguno de los valores democráticos (la emancipación, el
devenir constituyente, la libertad) está garantizado.
¿Y
entonces?
Es
difícil. Para el hombre endeudado, existe una primera reacción: “Yo no pago la
deuda”. Es el momento fundamental para comenzar a emanciparse políticamente. Es
el rechazo a ser echado de mi casa porque no terminé de pagar un crédito. Es
decir “quiero reapropiarme de esta riqueza común que fue construida sobre una
base común”. Y se trata de pasar, después de ese rechazo, a lo que es una
figura multitudinaria de rechazo dentro de una afirmación positiva: la deuda
que “nosotros” tenemos se convierte en un hecho constitutivo de una sociedad un
poco mejor. En definitiva, los problemas actuales de la emancipación tienen que
ser pensados a partir de cómo representarnos. Esto no implica la repetición de
fórmulas que sufrimos en el siglo pasado. Es un buen momento para plantear
alternativas porque se nos escucha.