“Déjenos vivir en paz nuestra propia Edad Media”

Coscia, Negri y el naufragio de la Cultura

por Lobo Suelto!



Sábado a mitad de marzo, una y tres de la madrugada. Canal 9. Puerto Cultura.

Alfombra amarilla, cortina naranja de fondo, escenario con mesa de vidrio con dos sillas con dos vasos de agua con una taza y algún libro –todos elementos decorativos. Dos hombres de traje oscuro en el corazón de la escena, uno notoriamente más viejo que el otro. A la izquierda de la pantalla, el filósofo autonomista italiano Toni Negri –tal vez, el pensador-militante más sugerente del último medio siglo; a la derecha, Jorge Edmundo Coscia, modesto cineasta [1] y actual Secretario de Cultura de la Nación. El montaje se completa con un público de estudiantes universitarios que, sentados en gradas artificiales y con auriculares berretas para la traducción simultánea, siguen inexpresivos un diálogo inaccesible.[2]


Desde el spot inicial que sirve como publicidad del evento la cosa se pone, digamos, enrarecida: se presenta a Negri como “pensador agudo, filósofo brillante e hijo del fundador del Partido Comunista Italiano”, es decir, una equilibrada mezcla de superficialidad, desinterés y delirio. En ese momento, a esa hora, luego de la espera, imploramos no fuera oráculo de lo por venir.

Te llamás Antonio, pero te puedo decir Toni”;
Claro, todos me llaman Toni”:

Nunca más le dirá “Toni” en toda la entrevista.

Comencemos con algo que es una particularidad de este programa, reabre el Secretario con escasa sutileza: cuente su vida desde el inicio vinculándola a su pensamiento: Italia, sus padres, la guerra, el fascismo, el Partido Comunista, la Autonomía Obrera. Respuesta concreta que eludió lugares comunes sobre la izquierda, el comunismo y el fascismo. Trató, más bien, de descristalizar imágenes: los procesos históricos son complejos y los prejuicios abundan.

O no tanto: Coscia afirma/pregunta las diferencias entre los nacionalismos europeos (de carácter imperialista) y los nacionalismos tercermundistas (liberadores, anticolonialistas). Negri responde: (a)- ni el nacionalismo italiano es algo obvio, algo directamente encuadrable en los “nacionalismos europeos” (habría que revisar cuál era el lugar subordinado de Italia en la configuración del capitalismo de principio de siglo XX que hace emerger el nacionalismo –luego devenido fascismo– no imperialista sino de resistencia al imperialismo); (b)- ni la lectura desde Italia de los movimientos de liberación nacional en América Latina fue una mirada reactiva (más bien lo contrario: el movimiento europeo de los ’60 y ’70 siguió con extremo interés las luchas latinoamericanas);  (c) ni sería del todo atinado reducir los movimientos de liberación nacional en lo que se llamó el tercer mundo a una matriz nacional o nacionalista.

Cuando el Jorge Edmundo comenzó a formular su tercera pregunta (sobre el uso del término comunismo en un surtidito de “filósofos europeos actuales”) se volvió evidente que la entrevista no iba a buen puerto: el entrevistador –con gesto de seisieteochista superado– no escuchaba lo que el entrevistado le decía, su palabra no lo afectaba, ni hacía ningún esfuerzo por conectar con ese otro discurso, por pensar desde él. La lectura maquinal de preguntas preparadas remplazaba a la conversación, al intercambio. El poco compromiso del cineasta con la situación era palpablemente patético.

Insistirá Coscia con la imposibilidad de traducción de las situaciones europeas y latinoamericanas: si desde allá se acusa de populistas a los gobiernos latinoamericanos (juicio que, prelaclonianamente, evidencia una incomprensión profunda de los procesos latinoamericanos), desde acá no podemos entender la diferencia entre la izquierda y la derecha europea (dado que ambas ejecutan políticas similares).

Insistirá Negri –con sutileza– en esquivar pensar la política en términos de derecha e izquierda. La izquierda resultó ahogada con su propio vómito, replegada sobre sí misma sin entender las mutaciones del capital, del modo de producción, de la forma trabajo, de las subjetividades… de todo lo que hizo que las fuerzas productivas superasen las relaciones de producción (formula que, claramente, desorientó al auditorio). Y remarcará su interés y apoyo a los procesos latinoamericanos, no sin destacar que el populismo conduce irremediablemente al nacionalismo y al desarrollismo, es decir, a la ilusión de intentar correrse de las dinámicas de globalización a partir de un ingenuo auto-sostenimiento. Ni siquiera los Estados Unidos, agregar, pudieron abstraerse de la fuerza de la globalización. Por el contrario, fueron claramente derrotados por la globalización (luego de querer imponer su moneda, su economía, su fuerza militar, su modo de vida)

Luego, ante el tono descreído del entrevistador sobre la posibilidad de pensar un horizonte no-capitalista, Negri destacará las luchas en las que, sobre diferentes territorios (de España a Chile pasando por Egipto), resuena el “qué se vayan todos”. Esto conduce a Coscia a señalar tres momentos fundamentales de la Argentina de los últimos años: el estallido de 2001, el gobierno de Kirchner (una opción diferente a la propuesta en 2001) y el amotinamiento de la oligarquía del campo, lo que haría necesario (dirá Coscia) distinguir entre “multitud” y “gente” (?).

¡Claro!, asentirá un Negri enfático: el concepto de pueblo se liga insolublemente al de propiedad privada; el de multitud, en cambio, encontrará en lo común la superación del par público/privado. Pero más allá de las respuestas, lo más evidente es la distancia entre la pasión, la convicción, fuerza de quien intenta poner en común –en palabras–, sin demasiado cálculo, un pensamiento vivo y el automatismo del otro: nada pone el Secretario sobre la mesa, quizá solo su pereza o sus desconfianzas. Un anfitrión que no está a la altura de su invitado.

Una última puntualización será requerida sobre un artículo de Negri que elogia la ausencia de memoria (algo muy difícil de asimilar para un funcionario de un gobierno que hace de la memoria una activa política de estado). “Olvidar las derrotas para poder seguir luchando”, propondrá el filósofo italiano ante la cara incrédula del entrevistador. La ausencia de memoria posibilita volver a conformarse a sí mismo desde un lugar afirmativo, potente, no reactivo.

Sobre el final, las preguntas del público –sobre por qué vinculaba el nacionalismo al fascismo; sobre la diferencia entre las luchas de los ‘70 y las actuales, sobre el zapatismo y sobre la noción de poder constituyente) ya no salvaban una entrevista que había naufragado antes de zarpar.

En ese sábado que promediaba marzo, a las dos y dos de la madrugada, la TV se apagaba, no sin dejar resonando la única verdad profunda, bolivariana, vertida por el Secretario:Déjennos vivir en paz nuestra propia Edad Media”.

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[1] Entre sus producciones se cuentan: “El general y la fiebre” (1992), “Cipayos (la tercera invasión)” (1989), “17 de octubre, una tarde de sol” (1995), “Rosas, 200 años” (1993), “Danza contemporánea argentina I y II (1992/­93)”).

[2]Quizá es demasiado forzado”, sugiere J, pero insisto en que no parece improcedente sospechar que el  kircherismo tiene algo que ver con el pasaje entre dos escenarios —el primero y el último— del vinculó de este filósofo con la Argentina: aquel de su primera visita (año 2002, a los gritos, en italiano y sin traducción, en un gigante galpón de una fábrica recuperada donde se mezclaban obreros, piqueteros, campesinos, asambleístas y estudiantes, una militancia social tan difusa como potente –“La moltitudo è un concetto di clase”, gritaba hasta la afonía aquella tarde– y este que aquí narramos (mi plasma y yo, un simulacro de discusión, un auditorio mediocre, una pasión que la televisión y el conductor desmantelan).