Notas de coyuntura nacional
Por D.S.
La consigna del momento es
“profundizar el modelo”: ¿hay modelo? Quién lo sabe. Hay información variada e
impresiones distintas entre los compañeros. Como nunca las creencias crecen en
cada quien con independencia de la participación en luchas efectivas. Y más
bien determinadas por el consumo mediático, los hábitos personales y los
espacios de cercanía habituales.
Partimos del hecho que luego de la
crisis de 2001 se han recompuesto tanto las vías de acumulación, como los modos
de gobierno social. Y que a esta coexistencia es a lo que se le llama “el
modelo”. Los diferentes modos de adherir a él constituyen por sí mismos una de
las principales diferencias con aquello que llamamos hoy “el modelo neoliberal
de los años 90”.
Si organizamos el calendario político
tenemos en el 2001 la irrupción de luchas biopolíticas y antineoliberales[1].
Lo primero explica la dinámica de las politizaciones por abajo, así como la
ejecución de no pocas reformas hechas desde arriba. Lo segundo permite
comprender la rápida recomposición de una legitimidad política de parte del
estado.
Nuestra impresión es que en estos
últimos tiempos acabó por consolidarse un “ultra-centro”[2] -bien
centrípeto- que surge de una puesta en equivalencia de –por los menos- tres
componentes: un polo exportador-extractivita generador de divisas, un polo
fundado en una retórica tecnológica-industrialista, y un polo fundado en la
dinámica de “derechos” (sociales y humanos).
El triángulo que surge de esta puesta
en equivalencia tiene por efecto central hacer cada vez más difícil pensar cada
una de las dinámicas involucradas con independencia entre sí.
Desconocemos si el efecto de extrema
estabilidad que surge de esta estructura (y se refrenda en el terreno
electoral) pueda sostenerse mucho tiempo en relación al panorama global. No
alcanzamos a ver hasta qué punto la reorganización del gasto público, de
subsidios, la inflación y los conflictos gremiales en marcha llegan a afectar
de un modo decisivo la dinámica de este ultracentro, es decir, si se trata más
bien de reajustes necesarios en la misma lógica o si llegan a abrir nuevas
perspectivas.
En todo caso no podemos descartar
para nada que el ultracentro se fortalezca, incluso soportando niveles de
conflictos internos más fuertes, unificándose por arriba en el manejo de la
crisis.
Algo más sobre este ultracentro. Es
cierto que así presentado parece que estuviésemos excluyendo una de las
dinámicas centrales del presente político argentino: la cuestión de los medios
de comunicación y lo que podemos llamar, a grandes rasgos, el nivel de lo “simbólico”.
¿Cómo podemos pensar las mutaciones actuales sin desdeñar este nivel?
En realidad, el ultracentro posee una
potencia simbólica enorme. Sus imágenes claves son: industria, exportación, tecnología, crecimiento, estado,
inclusión, derechos … y ya vimos que la eficacia de este vocabulario
no es poca.
Estamos tentados de argumentar que el
ultracentro sobre-determina el nivel comunicativo (las palabras, los
enunciados, el uso de los símbolos). Y en esa sobre-determinación se demuestra
la potencia política –ella misma fuertemente simbólica- del triángulo. Esta
potencia funciona, por ejemplo, cuando verificamos las mil formas diferentes,
sino opuestas, de adherir a este ultracentro. Al menos una por cada uno de sus
vértices. Desde la militancia comprometida con los derechos humanos y sociales
se arma una cierta narrativa. Desde el polo tecno-industrial otro tanto. Y,
como se sabe, el ángulo sojero aporta lo suyo (habiendo vencido al gobierno en
el conflicto por la resolución 125, en 2008, sobre las retenciones a las
ganancias de este sector).
Y luego hay, por supuesto, mil
cruces. Conflictos que no rompen los marcos del asunto, sino que lo dinamizan.
Como parte de este juego hay que ubicar a sectores “críticos” que intentan
hacer su juego dentro del gobierno, como la asamblea de intelectuales Carta
Abierta. O la existencia de un nuevo funcionariado-militante. Estos componentes
afectan –se lo ha visto con la Ley de Medios- la dinámica del debate político
fuertemente centrado en los medios de comunicación.
Podemos decir que los medios mismos
son parte del dispositivo del ultracentro, y no algo ajeno al mismo, incluso
cuando la división entre medios oficiales y opositores sea extremadamente
marcada.
Luego están los fenómenos de masas,
que agregan una tonalidad mítico-festiva al proceso. Hay una serie nada
despreciable que se arma con los festejos del bicentenario en mayo del 2010, la
asistencia multitudinaria al velorio de Néstor Kirchner y, finalmente, las
elecciones más recientes.
Pero no hay luz sin sombras, y toda
esta movilización tiene un reverso, una serie “oscura” compuesta por una
sucesión de asesinatos, puebladas, luchas gremiales y tomas de tierras, que en
los últimos años han enfrentado a las fuerzas de seguridad federales y
provinciales, y a grupos de choque sindicales o coaligados con autoridades
estatales que han enfrentado y reprimido a jóvenes de los barrios, comunidades
indígenas, y militantes sociales con un número considerable de muertos (bien
arriba de la decena).
Se trata de la cara oculta de la
inclusión, que incluye la circulación de microfascismos sociales y de
instancias gubernamentales completamente reaccionarias que constituyen la cara
“vergonzoza” de este ultracentro.
El ultracentro, el triángulo, no es
exactamente equivalente al kirchnerismo. Sí se puede decir, en cambio, que el
consenso ultracéntrico sólo puede ser gobernado hoy por Cristina Fernández de
Kirchner. Pero los alcances políticos de este consenso abarcan al conjunto del
peronismo y a parte de la derecha política victoriosa en la Ciudad de Buenos
Aires así como a buena parte del centroizquierda.
La semana pasada un grupo de matones
al servicio del grandes inversionistas sojeros atacaron, armados, a un grupo de
militantes del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase)-Vía
Campesina, causando una muerte, un herido de bala y un herido por golpes. Si
sumamos esta violencia a los casos del llamado gatillo fácil, o los atropellos
a las comunidades Qom (también con conflictos armados, con varios muertos), así
como la muerte de varias personas en casos de tomas de tierras y la existencia
de nuevos conflictos gremiales, se llega a ver con mayor claridad quiénes son
los auténticos excluidos de este ultracentro.
La pregunta hoy por hoy, creemos, es
menos cómo se rompe ese triángulo (sobre todo porque no está
claro qué significa ni quién podría hacerlo) y más qué prácticas
producen subjetividades no-centristas.
El ultracentro es ultra político y a
la vez hiper-despolitizante. Si no fuera ultra político el kirchnerismo no
podría gobernarlo y la situación sería mucho más compleja. Y es despolitizador
en la misma medida que vuelve a la política completamente interna respecto de
la estructura de gobernabilidad. Esta despotenciación política es muy evidente,
por el momento, en los “movimientos”.
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[1] Seguimos
a César Altamira en esta distinción. Sólo que proponemos una disyunción
inclusiva a una exclusiva como modo de dar cuenta de la complejidad de la
situación.
[2] Coincidimos
plenamente con César Altamira en su cita a Balibar del extremo-centro. Cuando
utilizamos previamente la idea de “ultra-centro” desconocíamos esta fuente.