Entrevista a Eduardo Rinesi


El rector de la Universidad de General Sarmiento repasa los últimos ocho años de la política argentina y piensa el próximo mandato de Cristina Fernández. Sostiene que el gobierno de Néstor Kirchner impuso una fuerte recuperación del Estado, mientras que el de la presidenta marcó el enfrentamiento con los grupos económicos. La profundización del modelo, el rol del Frente Amplio Progresista y el enfrentamiento con los todopoderosos de los noventa.


Ensayista, politólogo, pensador agudo e imaginativo, Eduardo Rinesi es uno de esos intelectuales comprometidos que sólo conciben el desarrollo de su propia obra en un cruce constante con los debates y acontecimientos que marcan a la vida pública argentina. Y como una resonancia de su disposición a intervenir más allá de las fronteras académicas, Rinesi respondió a cada interrogante planteado en esta entrevista sin dejar de anudar sus conocimientos filosóficos e históricos con el escenario político nacional. El rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento hizo un balance del primer mandato de Cristina Fernández, analizó los cambios que introdujo el estallido neoliberal de 2001 y afirmó: “A diferencia del progresismo tradicional, el kirchnerismo es políticamente incorrecto, es transgresor.”

–¿Cómo se podrían definir e interpretar a estos primeros cuatros años de Cristina Fernández en la presidencia?

–Es interesante recordar que su antecedente inmediato, los años 2003–2007, estuvieron marcados por una recuperación económica sorprendente y un salto impresionante desde el punto de vista de los resultados macroeconómicos. El gobierno de Néstor Kirchner estuvo marcado por una recuperación excepcional de la economía a partir de haber logrado restablecer al Estado como un actor relevante. Cuando uno se detiene a mirar las variables económicas del período 2007–2011 se encuentra con resultados menos espectaculares que los de 2003–2007. Pero estos últimos cuatro años fueron los de las grandes medidas políticas, que suponen también decisiones respecto de los modos de pensar la economía y la organización más general de la sociedad y, sobre todo, suponen pensar algo que es fundamental en estos años transformadores como es la cuestión de los derechos. Indudablemente fue mucho más profundo y estructural lo que se hizo en estos cuatro años en comparación a lo que se hizo en los cuatro primeros. El de Néstor fue un gobierno de salida de la crisis, con medidas de recuperación de un papel fuerte del Estado, con medidas de un neodesarrollismo previsible, con fuertes medidas de reparación moral y política en muchos ámbitos como en los Derechos Humanos o la renovación de la Corte Suprema, mientras que el gobierno de Cristina estuvo signado por la profundización del cambio político y el enfrentamiento decidido con los grupos económicos. Esa agudización de las contradicciones con las corporaciones y con aquellos que no querían ceder su exagerado poder económico, Kirchner lo señalaba constantemente como un rasgo central del gobierno de Cristina. Por otra parte, la Asignación Universal por Hijo, medida extraordinariamente importante por donde se la mire, implicó una redistribución progresiva del ingreso y un reconocimiento de derechos para una cantidad muy grande de ciudadanos y familias. Entrañó sobre todo una novedad mayúscula: la consolidación del reconocimiento del papel del Estado como custodio y garante de los derechos. La reestatización de los fondos jubilatorios también es una medida fundamental no sólo porque trasmite recursos al Estado que antes se encontraban en la timba financiera, sino porque modifica conceptualmente la idea de la jubilación que pasa a volver a ser pensada como un derecho universal.

–Si al kirchnerismo se lo entiende como un proceso en continua y creciente construcción, puede decirse que el conflicto con la Mesa de Enlace Rural es el comienzo de su segunda etapa. ¿Cuál fue la importancia de aquellos cuatro meses?

–La discusión por la 125 fue, obviamente, un punto de inflexión. La derrota de 2008 y la derrota electoral de 2009 abrieron un nuevo panorama y el kirchnerismo demostró una lectura muy lúcida, llevada a la práctica a través de una serie de acciones muy importantes que sorprendieron a propios y ajenos. En ese sentido, el camino que tomó el gobierno para salir de la derrota de 2009 e, incluso, en el marco de la crisis financiera internacional, fue desobedeciendo al sentido común conservador, radicalizando las políticas y formulando las definiciones más importantes que son todas post derrota de la 125. Justo cuando las variables macroeconómicas empezaron a mostrar un estancamiento de ciertas tendencias de crecimiento es cuando el gobierno empezó a adoptar políticas que son, conceptualmente, filosóficamente, políticamente y moralmente, muy profundas. Ha pasado algo en la Argentina de los últimos años que tiene que ver con cómo la ciudadanía percibe de otra manera al Estado, su lugar y su signo. De cara a las representaciones sociales, el kirchnerismo reinstaló al Estado en el lado bueno de la historia. Durante los años ’80 liberales de la transición democrática y durante los años ’90 neoliberales, el Estado estuvo del lado malo de la historia en las representaciones colectivas de la sociedad, en las representaciones de los discursos periodísticos y en la representación de los discursos académicos dominantes.

–Hay quienes ven el progresismo y en el socialismo de Binner una réplica del PSOE español o de la Concertación chilena. ¿Cuáles son los límites de su construcción política y de su relato histórico?

–No quisiera hacer previsiones sobre una fuerza política que tiene la posibilidad de desplegar un conjunto de valores que no desprecio y que recoge tradiciones interesantes de la historia argentina. Sí me parece que uno puede señalar, a partir de la experiencia de décadas recientes, los límites que tienen todos los progresismos. El progresismo es una filosofía muy pavota de la historia que supone una temporalidad previsible, acumulativa, una idea de camino ascendente y lineal. El progresista es el que dice “este no es el tiempo para tomar algunas decisiones y ya vendrá ese momento en el que sí se pueda hacerlo”. El progresista es, en el fondo, un conservador profundo. El kirchnerismo produjo en la vida política argentina un trastocamiento de esa idea pavota y lineal del tiempo. El kirchnerismo es el que dice ahora no es tiempo, por lo tanto, hagámoslo. A diferencia del progresismo tradicional, el kirchnerismo es políticamente incorrecto, es trasgresor.

–¿Cuál es su perspectiva sobre la etapa que comienza con el nuevo período presidencial?

–La apabullante aprobación popular registrada en las elecciones crea una cierta certidumbre en relación hacia dónde el gobierno puede avanzar con la seguridad de estar yendo en un rumbo que fue avalado por una mayoría notoria. Pero también estamos ante la incertidumbre grande que genera la crisis mundial y que aún no sabemos cómo va a terminar de afectar. Y estamos ante la incertidumbre sobre el significado de esa famosa profundización del modelo del que tanto se habla. ¿Qué significa eso? Más redistribucionismo, más desarrollismo, más estatalismo, más obra pública, más vocación de revisar el sistema impositivo, todas esas cosas están de algún modo en el kirchnerismo. El interrogante pasa por saber en qué puntos se pondrá más énfasis.

–Una de las principales preocupaciones intelectuales que recorren su obra tiene que ver con la condición de lo trágico y lo cómico en la historia política. ¿En qué sentido es posible interpretar la política desde esas dimensiones de la vida humana?

–Cuando busqué pensar la condición trágica de la vida política, traté de encontrar la utilidad de las herramientas teóricas que nos ofrece la tragedia como género estético, teatral y como tipo de pensamiento para dar cuenta de la vida de los pueblos. Hay tragedia porque los dioses son más poderosos que los hombres y porque los hombres siempre están sometidos a esos designios que son inescrutables y fatales. Pero el asunto es que si los dioses siempre se impusieran a la voluntad de los hombres entonces no habría política, ni vida social, ni subjetividad porque no seríamos más que marionetas y títeres de otras voluntades. Entonces fue que se me ocurrió que podía ser interesante pensar desde otro género de la estética occidental, que también es un invento de los antiguos griegos, como es la comedia donde uno podría decir, muy esquemáticamente, que pasa lo contrario a lo que ocurría en el mundo de lo trágico. En la comedia los hombres se imponen a los dioses y logran burlarlos, sorprenderlos, salirse con la suya. Eso les da a los hombres un espacio de libertad sin el cual no hay política. La tragedia y la comedia dicen algo, cada uno a su modo, sobre la naturaleza de la política. No hay política sin un cacho de tragedia porque no hay política si no hay conflicto que parta en dos o más partes a la sociedad. Pero tampoco hay política sin un cacho de comedia porque si sólo existiera la omnipotencia de los dioses pereceríamos sin poder hacer nada para evitarlo. La política es ese espacio de libertad en el que los hombres pueden, a veces, salirse con la suya. En la tragedia se les puede decir que no a los dioses, pero después terminas fulminado por un rayo. En cambio, en la comedia griega se puede enfrentarlos y reírte de ellos como si no fueran tan invencibles como se presentan.

–¿Cuál fue el espacio de libertad y decisión propia de la política que recuperó el kirchnerismo?

–Si uno sacara del medio a los dioses antiguos y a todo lo sobrenatural y pusiera allí FMI, el fin de la historia, Consenso de Washington, mercado o Banco Mundial y a todos esos actores que durante los ’90 nos enseñaron que no se podía hacer nada contra ellos, es posible entender que en los últimos años tomamos un grado considerable de autonomía frente a esas “deidades”, a las que el kirchnerismo demostró que se les podía hacer frente. Pudo decirles que no a los dioses de esta época. Pero también hay algo de lo trágico en el kirchnerismo. Un pensamiento trágico es un pensamiento que parte del carácter irreductible del conflicto y, en ese sentido, el kirchnerismo irrumpió reconociendo también el carácter imprescindible del conflicto como punto de partida para lograr más y mejores derechos para la ciudadanía. Pensar trágicamente significa pensar a partir de ese reconocimiento fundamental. Pero el kirchnerismo también pudo hacerse de las herramientas de la comedia y ser audaz e ingenioso frente a la supuesta omnipotencia de los poderosos. Por eso, el resultado de estos ocho años es muy positivo y, más allá de los momentos dolorosos y difíciles, puede decirse que el final alegre de la comedia primó sobre el sombrío final que encierra toda tragedia.

–Tomando en cuenta su estilo, desenfadado y alegre, pero también su actitud transgresora, apasionada y vehemente, ¿puede decirse que en la figura de Néstor Kirchner se condensan la condición trágica y la cómica?

–Me parece que sí. Incluso, después de que su muerte toma un valor más mítico. Hay algo muy conmovedor en él. Siempre grandote, con el saco desabrochado, con los brazos abiertos como desafiando algo y, al mismo tiempo, era un flaco que se comportaba como un tipo común desafiando a los dioses neoliberales.