Diciembre de 2001 nunca ocurrió
En fenómenos históricos como la Revolución Haitiana de 1804 o la Cubana del 1959, nuestro 2001 o el levantamiento de los indígenas bolivianos de octubre de 2003, hay siempre una parte de acontecimiento irreductible a los determinismos sociales, a las series causales. A los historiadores no les gusta esta dimensión, así que restauran retrospectivamente las causas. Pero el propio acontecimiento se encuentra en ruptura o en desnivel con respecto a las causalidades: es una bifurcación, una desviación de las leyes, un estado inestable que abre un nuevo campo de posibilidades. Borges ha hablado de estos estados en los cuales las diferencias mínimas se propagan en lugar de anularse y fenómenos absolutamente independientes entran en resonancia, en conjunción. En este sentido, aunque un acontecimiento sea contrariado, reprimido, recuperado, traicionado, no por ello deja de implicar algo insuperable. Son los renegados los que dicen: ha quedado superado. Pero el propio acontecimiento, aunque sea antiguo, no se deja superar: es apertura de lo posible. Acontece en el interior de los individuos tanto como en el espesor de una sociedad.
Claro que los fenómenos históricos
que estamos invocando van acompañados de determinismos o causalidades, aunque
sean de otra naturaleza. El amplio ciclo de luchas que por hábito y comodidad
situamos en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 pertenecen al orden
de los acontecimientos puros, libres de toda causalidad normal o normativa. Su
historia es “una sucesión de inestabilidades y de fluctuaciones amplificadas”.
Hubo mucha agitación, gesticulación, palabras, bobadas, ilusiones en el 2001,
pero esto no es lo que cuenta. Lo que cuenta es que fue un fenómeno de
videncia, como si una sociedad viese de repente lo que tenía de intolerable y
viese al mismo tiempo la posibilidad de algo distinto. Es un fenómeno colectivo
del tipo “Lo posible, que me ahogo…”. Lo posible no preexiste al acontecimiento
sino que es creado por él. Es cuestión de vida. El acontecimiento crea una
nueva existencia, produce una nueva subjetividad (nuevas relaciones con el
cuerpo, con el tiempo, con la sexualidad, con el medio, con la cultura, con el
trabajo…).
Cuando se produce una nueva
mutación social, no basta con extraer sus consecuencias o sus efectos siguiendo
líneas de causalidad económicas o políticas. Es preciso que la nueva sociedad
sea capaz de constituir dispositivos colectivos correspondientes a la nueva
subjetividad, de tal manera que ella desee la mutación. Ésta es la nueva
“reconversión”. La construcción de un estado social durante el primer
peronismo, el más reciente arribo de Lula al gobierno de Brasil, o el actual
estado pluriétnico en Bolivia son ejemplos muy diferentes de reconversión
subjetiva, con todo tipo de ambigüedades y hasta de estructuras reaccionarias,
pero también con la dosis de iniciativa o de creación que constituía un nuevo
estado social capaz de responder a las exigencias del acontecimiento. Lo propio
en Argentina. Tras el 2001 los poderes no han dejado de soñar, sin
embargo, con la idea de que 2001 era un infierno, y que “había que acabar con
aquello”. Y, en efecto, se ha acabado con mucho de todo aquello. Pero diciembre
de 2001 no fue mera consecuencia de una crisis ni de una reacción a una crisis.
Más bien al contrario. La dificultad para traducir la imaginación colectiva en
nuevas formas políticas deriva directamente del bloqueo que la sociedad
argentina se plantea en relación con las verdades de 2001. La convulsionada
sociedad argentina muestra una enorme ambigüedad para operar una reconversión
subjetiva a nivel colectivo, como exigía 2001: de no ser por ello, ¿cómo se
podría hoy acometer una reconversión económica neodesarrollista en condiciones
de izquierda? No ha sabido hasta el momento proponer a la gente algo que vaya
más allá de una vida centrada en el consumo blando ni el trabajo más o menos
precarizado. La radicalidad de la novedad de ese comienzo de siglo se ha
marginalizado o caricaturizado. ¿Qué otra cosa podría ocurrir, puesto que todo dispositivo
para una nueva existencia, para una nueva subjetividad colectiva, ha sido
neutralizado –tanto por izquierda como por derecha– por la reacción ante el
infierno de 2001? El espíritu de lucha y sed de creación que en todos los
niveles habían desplegado las asambleas, y los movimientos piqueteros del
interior del país y del conurbano ha sido ahogado, moderado o reconducido. En
cada ocasión, lo posible parece haber quedado administrado en dosis cada vez
más inofensivas.
Nos encontramos por todas partes a
los hijos de 2001, aunque ellos no sepan que lo son, y en cada sitio aparecen a
su manera. No es una situación brillante. No son los jóvenes dirigentes. Son
extrañamente indiferentes, y sin embargo están bien informados. Han dejado de
ser exigentes, o narcisistas, pero saben perfectamente que nada responde
actualmente a su subjetividad, a su capacidad de energía. Saben incluso que
todas las reformas actuales se dirigen más bien contra ellos. Se han decidido a
dirigir sus propios asuntos hasta donde les sea posible. Mantienen una
apertura, una posibilidad. Su retrato poetizado lo ha hecho Mirta Rangel en su
Fugas del papel; el actor Enrique Fonsi explica: “Es un personaje
escindido, caso esquizo y ultra-sensato. Una mezcla de imaginación teórica y
realismo urbano. Esta mezcla es la que lo vuelve loco. No ve nada. Sabe que no
hay ningún empleo para él”.
La necesidad de distribuir renta,
gestionar el trabajo precarizado, con salarios que compiten violentamente con
la suba de precios (sobre todo de la tierra, la vivienda, los alquileres y los
alimentos) institucionaliza “situaciones de precariedad gestionada”. Los
modelos en disputa se restringen, en el orden continental, al neo-desarrollismo
abierto a la retórica de los derechos, o al neoliberalismo duro y puro. Europa
y Estados Unidos, gestionando la bancarrota financiera, no tienen nada que
proponer, y América del Sur no se decide a salir del estancamiento imaginativo
luego de haber impugnado el neoliberalismo a secas, y caído –como estancada- en
los límites de un neo-extractivismo con contención social. El campo de las
posibilidades sigue situado en el eje sur-sur. Los desafíos para los
movimientos sociales pasan por imponer nuevos imaginarios frente al
monolingüismo consumista de las emergentes clases medias. Así como la
esperanzadora “primavera árabe” debe enfrentar la ofensiva militar de la Otan y
la codificación liberal de su horizonte. Y hasta el norte comienza a despertar
lentamente, con el movimiento de las ocupaciones protagonizadas por los llamados
“indignados”.
No hay más solución que la
solución creadora. Estas reconversiones creadoras son las únicas que
contribuirían a resolver la crisis actual y tomar el relevo de un Diciembre de
2001 generalizado, de una bifurcación o una fluctuación amplificada.