¿Cómo juzgar al kirchnerismo?
Continuación del diálogo
con Yuyo Rudnik
Por Horacio González
Querido Yuyo:
Hace tiempo recibí tu
carta, parte ya de una larga conversación, que si bien no sucede al margen de
los incesantes acontecimientos políticos que se producen en el país, tiene una
relativa autonomía de las coyunturas. Veo en primer lugar que hay un problema
en cuanto al juicio sobre el kirchnerismo, llamándolo sin más “modelo”. Porque
a pesar de que la palabra modelo parece señalar un conjunto
establecido de contenidos, estilos y lenguajes, en verdad estamos ante una
situación muy abierta y novedosa. Hay, sí, algunos esbozos permanentes, por
un lado intentos de crear un orden consolidado y por otro, incesantes
acontecimientos sin guión previo que pueden ser dispersivos pero mantienen una
gran potencialidad democrática. Necesidad y contingencia, las dos
dimensiones del ser político. No es fácil decir entonces a que nos referimos
con la expresión “modelo”. Obedece más a la lógica de disputa del poder, que a
un cuadro fijo de acciones articuladas y prefiguradas con capacidad de
amoldar hechos futuros, aunque sí de darles un nuevo marco polémico. Hablaría
mejor de algo parecido a lo que el historiador Shumway popularizó con el nombre
de “ficciones orientadoras”. El gobierno las tiene y están en discusión: en los
últimos tiempos, hay que buscarlas en las propuestas de industrialización
y en las alianzas entre la esfera científico técnica y la autonomía productiva.
Personalmente, Yuyo, podría
compartir de tu descripción muchos aspectos a los que no dejo de reconocerles
la necesidad de agudizar la imaginación pública para definirlos más
acabadamente. Pero la razón final de tu crítica se refiere a exigencias que
solo un gobierno con fuertes hipótesis anticapitalistas podría sostener. Me
adelanto a decir que no comparto las definiciones de muchos que apenas quieren
un capitalismo más amable, serio o adecentado. Pero están en discusión
las viejas hipótesis de la dimensión anticapitalista que toda expresión
libertaria –nacional popular, democrática radicalizada o socialista clásica-
siempre supo convocarse para defender. Para los que no queremos albergar la
política en neocapitalismos de nombre diverso, ¿qué alcances tendría hoy una
política no capitalista? Al señalar en tu carta todas las zonas que
considerás discutibles del kirchnerismo, las resumís en que representan al
cumplimiento de los “objetivos y de las ideas de la derecha”. No pienso así, y
a pesar de que a veces aparecen nombres desalentadores para juzgar el
transcurso de esta experiencia, en lo fundamental me parece que también la
cuestión del nombre está a la espera de que la vida política en su conjunto se
exija más a sí misma en términos de invención y expectativa.
No me parece justo
calificar de derecha a una experiencia que entre todas sus complejidades, sigue
conteniendo fuerte expectativas de cambio emancipador, pero si hace largo tiempo
estamos empeñados en esta correspondencia –hace más de dos años, lo que me
parece un testimonio de amistad y camaradería, al margen de las diferencias-,
es porque también creemos –pienso aquí en todos los que tenemos similar
formación política-, que hacen falta nuevos nombres para calificar las
líneas esenciales de lo que está ocurriendo, tanto como es necesario afinar
nuestras propias opiniones y posiciones. ¿Por qué nuevos nombres y no las
descripciones que tan severamente exponés, como “el avance incontrastable de la
sojización, de la extranjerización, la concentración y la centralización de
capitales…”? No ignoro ninguno de esos fenómenos, y otros parecidos, a los que
en casi todos los casos matizaría con diversos hechos que también me parecen
atendibles y no los veo mencionados en tu carta, más allá de reconocimientos
episódicos de cuestiones de gran importancia que en muchos casos fueron
apoyadas por la bancada parlamentaria de Libres del Sur, sectores de izquierda,
el socialismo y otros.
Pero insisto, nuevos
nombres, y si querés, nuevas definiciones en relación a las posibilidades,
tanto de este tipo de gobiernos como a ese tipo de formulaciones que desean ser
“más consecuentes” respecto no solo a la timidez que se le adjudica al
kirchnerismo en sus reformas, sino también a lo que parecería su concordancia
con las grandes condensaciones del poder mundial o local. Nuevos nombres: el
kirchnerismo es lo que podríamos llamar un “analizador intrépido” del inmediato
pasado, munido de un gran realismo político, al cual puede adjudicársele
algunas de las frases atemperadoras de Raúl Alfonsín hacia 1986, dirigida a sus
críticos de izquierda: “no tomamos el palacio de invierno”. Esto es, era un
gobierno tímidamente reformista en el inmediato tiempo post-dictatorial,
reconstructor de previsibles instituciones representativas, atacado por fuerzas
poderosas que él mismo no pensaba afectar sustancialmente en sus intereses.
El kirchnerismo es mucho
más atrevido, tiene la fruición de la coyuntura inesperada y se mueve desatando
nudos históricos en general con una visión progresista, pasando a un capítulo
superior de las cosas –sobretodo en momentos de apremio-, prefiriendo no
repetir motivos conservadores, sino al contrario. Confía en la virtualidad de una historia social de procesos colectivos
que abren puertas a oportunidades emancipatorias. Es cierto que
proviene también de las fraguas internas de un partido tradicional, que en
verdad está siempre en estado de congelamiento, como un gigante dormido que no
obstante vigila con ojos entreabiertos sus intereses. Algunos querrían
despertarlo para que se revitalizara sin rémoras clientelistas. Otros, que se
desmigajara para que la sociedad reabsorbiera realmente sus memorias pero no
sus gravosos procedimientos. De su seno, aparecen de tanto en tanto
fenómenos de diferenciación, tomando elementos progresistas, de centro
izquierda, evocando memorias del “peronismo revolucionario”, etc., que entran
en tensión con la caparazón del propio PJ, sin abandonarlo. Entonces, se
produce la gran discusión: ¿este partido en estado de hibernación permanente,
conviene mantenerlo así para que sea un mudo respaldo pragmático; conviene
reactivarlo como un “partido de derechos humanos”, o hay que descartarlo del
todo pues a pesar de su somnolencia astuta, es el gran límite a las
transformaciones? Es evidente que esta época tiene mayores respiraderos y hay
cierta audacia en las decisiones que fueron las que le dieron su identidad más
versátil al gobierno, pero la cuestión del partido justicialista, pero por
añadidura, del sistema de partidos en la Argentina, no está saldada.
El gobierno se mueve dentro
de los grandes órdenes económicos mundiales, y aún así, buscando líneas interiores,
intervenciones no complacientes y aspectos autonomistas que no son los que
abundan en la historia económica, política y diplomática del país. Pongo por
ejemplo el discurso en la ONU
de la Presidenta. Se
trata de una meditada intervención en los asuntos mundiales de carácter
progresista y que cuenta con el atrevimiento de proponer una modificación en el
mismo consejo de las Naciones Unidas, al que se ve como arbitrario o sectario.
¿Hay ese mismo atrevimiento en otras cuestiones? Veamos. Una de las líneas maestras de la acción
gubernamental, como se sabe, es una suerte de opción productivista, sin
los nombres anteriores –hay uno nuevo: tecnópolis-, pero a la que le
agrega una mayor sensibilidad social que la que tuvo el desarrollismo
originario. Del último Perón toma su noción de la integración mundial con
leve acento autonomista, quizás un poco menos la cuestión ecológica, y
decididamente se inspira en un fuerte llamado a la unidad nacional, no
en abstracto –como indicó la
Presidenta en el acto de Huracán-, sino postulando
sectores dinámicos como protagonistas privilegiados. El “Pacto Social” del
Perón del 74 se revive últimamente con fuertes apelaciones al empresariado y
a las organizaciones centralizadas de los trabajadores, aunque a éstas, a
diferencia de los primeros, les hace mayores invitaciones al abandono de las
prácticas corporativas. Por otro lado, de un modo muy contundente, se ha fijado
un ideal productivo, emanado de fuertes atenciones que se le brindan al
sector científico-técnico, del que se espera que contribuya con el
esqueleto intelectual de las nuevas posibilidades industrializadoras del país.
Considero todos estos temas aptos para grandes pronunciamientos públicos;
discusiones no cerradas.
No veo en estos casos una
derechización, como se asevera, Yuyo, en tus intervenciones. Veo más bien un programa clásico de desarrollo nacional con un
fuerte impulso institucionalizador –las paritarias en un sentido, la
ley de internas obligatorias en otro-, que se corresponden con un pensamiento
hasta ahora no declarado y que creo que también proviene de la fuente peronista
clásica, la más solicitada por el gobierno: hay una etapa “doctrinaria” y otros
“institucionalizadora”. Desde luego, la institucionalización compone una escena
dilemática. Nunca puede haberla por completo, ni es posible abstenerse en su
totalidad de ella. Del mismo modo, la proclamada “unidad nacional” se torna una
pieza habitual de todos los gobiernos mayoritarios, confiados en que en esa
proclama conviene refugiar una ostensible hegemonía, basada en una convicción
totalista, que siempre tuvo el peronismo, y que sin embargo, envuelve una
paradoja. El peronismo histórico postuló la unión nacional y para las clases
poseedoras eso no era creíble. Ya el Pacto Social del último Perón
llegó a interesar más a los sectores tradicionales del empresariado y a las
fuerzas del orden en general. La esencia de tales llamados, hechos desde los
movimientos populares, es la de proteger su capacidad de convocatoria, realizando
la confrontación de manera implícita, oblícua o tangencial. Las derechas
temen también estas formas de conflictividad que sin embargo hablan el lenguaje
de la conciliación. Cuando los movimientos populares toman el rumbo de
una desaceleración conciliante –le pasó al peronismo clásico,
puede pasarle al kirchnerismo- los verdaderos núcleos de poder
mundiales y locales tratan de aprovechar la situación, pero nunca la creen
sincera. Al mismo tiempo, las izquierdas, que a priori atacan a los gobiernos
reformistas, cuando éstos se hallan en medio de la tormenta y mueven el timón
en direcciones ambiguas, encuentran cumplida su hipótesis y dicen “¿vieron? ¡ya
lo habíamos dicho!”, cuando en verdad no precisaban ninguna evidencia de lo
frágil que es la historia, sino que se actuaba con preconceptos intactos y
predeterminados.
De tal modo, el gobierno continúa teniendo un proyecto reformista
e industrialista, que quizás esté menos en sus textos y
discursos (aunque también lo está), que en su facticidad evidente. Los hechos
realizativos aparecen desprovistos de fundamentaciones de mayor alcance, no me
refiero a una teoría de la historia, sino a un itinerario colectivo trazado con
nociones más avanzadas de historicidad (lo que incluye imágenes de una sociedad
democrático-libertaria), a los que de todos modos hay una cercanía en los
conceptos esgrimidos actualmente. Sin embargo, existe una explicitada vocación
de sostener un “desarrollo con inclusión social”, o en otras de sus versiones,
“desarrollo con valor agregado, ciencia, técnica y producción”, o aún otra más:
“alimentos y valor agregado a la materia prima en origen”. ¿Es el modelo? Si se
le agregan elementos de su postulado sobre la autonomía financiera, rechazo al
ajustismo, hipótesis de distribucionismo económico social, igualitarismo en la
percepción de bienes y servicios, etc., estaríamos dentro de un estilo
demócrata social avanzado, si se lo compara con la historia argentina reciente
y la propia situación mundial. Estas fórmulas son las clásicas herencias
cepalianas o desarrollistas de la antigua “teoría de la dependencia” pero en la
era de la globalización. A ésta, por momentos se la elogia, pero la política
económica real no se condice con la estrategia habitual de la globalización,
sino que posee aspectos estatistas y proteccionistas de diverso cuño y alcance.
¿Qué nada de esto supondría la existencia de un proyecto de transformaciones
más audaces? Puede ser, pero tampoco estamos ante un mero “posibilismo”, como
se decía antes, porque no puede ignorarse una plexo de intereses (lo llamo así
para no decir meramente “derecha”), que si bien en algunos casos se superponen
con acciones de gobierno (no puedo negarlo, y eso tiene diversas
interpretaciones), en lo fundamental (esto es, lo esencial de la situación, su
carozo interno, que es lo que estamos discutiendo), se trata de un camino
que las fuerzas mundiales de dominio no comparten y sigue siendo atacado por
los reaccionarios vernáculos (permitime aquí que emplee una noción un poco
abstracta pero aún certera), que no cesan de lanzar dardos y anatemas por sus
medios de comunicación.
No hay entonces
posibilismo. Hay zonas de yuxtaposición de
intereses así como también zonas de alta fricción. No posibilismo,
entonces, sino transformismo experimental. Hay rodeos, tiradas animosas,
retrocesos, cálculos ostensibles sobre la base de lo previsible, evocaciones
del lenguaje movilizador del pasado para sostener hechos muy heterogéneos, pero
que aún sin ser audaces, precisan de la lengua movilizadora. La situación, entonces, es abierta. No
concuerdo con los que la ven ya cerrada, lacrada en un contenido de derecha,
menemista o amenazadora hacia la movilización social.
Y aquí entramos a un tema
capital: la memoria social de la movilización argentina y el modo en que la
toma el gobierno. Para ser más explícito: ¿qué debe hacer un estilo o un
comportamiento de izquierda ante estos hechos? Voy a responder, Yuyo, en primer
lugar, tomando un reciente reportaje que leí de Miguel Bonasso, a propósito de
su libro El Mal. Veo la publicidad del libro en la carrocería de
los colectivos, con su título que parecería una jugada más de Editorial Planeta
en torno a los cíclicos intereses de una gran cantidad de lectores sobre
ciertos temas demonológicos, exorcismos y técnicas que nos salven de las
satanizaciones diversas que siempre están al acecho sobre las almas disponibles
para la gran cosecha que hacen los dioses oscuros del mundo, los poderosos que
desde las penumbras dirigen lo hilos de aquellos que incluso dicen oponérsele.
Cuando Bonasso dice que los Kirchner se “inventan biografías”, combina una
denuncia moral con una denuncia del “modelo”. Ni me convence lo primero –por
compartir términos muy familiares al moralismo burgués- ni lo segundo, por lo
que antes dijimos. Hay situaciones abiertas antes que variables anudadas de un
modo fijo. No obstante, no voy a hablar mal de Bonasso, pues siempre sentí
afecto hacia su estilo denuncista, su necesaria estridencia, su escritura de
publicista enérgico, su arrebatado instantaneísmo, su capacidad de focalizar
temas con virtuosismo de periodista y agitador; en el fondo, un buen novelista,
como lo demuestra su libro menos comentado, La memoria donde ardía.
En un reciente reportaje
de Clarín que me llamó la atención por su agresividad –a no
ser que frases causales, que todos decimos, hayan sido tomadas por el
periodista de este diario como conceptos graníticos, definitivamente torneados-,
Bonasso señala al kirchnerismo como una falsía, la continuación del menemismo
por otros medios (o por los mismos), sostenidos por gentes que piensan en su
“billetera”, y en última instancia, regido a la distancia por poderes
armamentistas, bushistas, corporaciones como Barrick, y muchas otras
consideraciones que imagino que pertenecen a la conglomeración del Mal, aunque
esto corre por mi cuenta, no leí todavía el libro. Pero al pasar, dice una
frase: “los Kirchner inventaron un pasado
heroico, en el que no participaron, para encubrir la continuidad del proyecto
menemista disfrazándolo con acusaciones de modelo neoliberal, lo cual no
significa que no hayan tomado buenas medidas”. Analicemos esta frase, en un reportaje donde habla de “corrupción
estructural”, “tráfico de influencias”, “banana republic”. No voy a intentar
refutar una a una estas afirmaciones más propias de la estridencia lanatiana,
pues en cada caso, sobretodo en el tema de la minería, sería necesario decir
que hay que mirar con mayor atención lo que ocurre, reencaminar esa crucial
cuestión en dirección a procedimientos diferentes, sobretodo en aspectos
empresariales, tecnológicos y jurídicos, para que incluyan decididamente el
respeto ambiental, la no depredación de los glaciares, la racionalidad cultural
de los implementos tecnológicos, el control exhaustivo hacia las decisiones
empresariales con un nuevo tipo de retenciones, etc.
En cada caso,
si la discusión fuera con documentos en la mano, Bonasso no deja de aseverar
proposiciones dignas de discusión, que no dudo que serán la marca del período
que viene. ¿Pero por qué se convierten estos temas acuciantes –minería,
valoraciones sobre el pasado, irregularidades en el desempeño de las
instituciones públicas-, en un núcleo cerrado de decisiones, como si dijéramos
ya planificadas, determinadas por un mito de dominio forjado por embaucadores,
herméticamente sellado y envasado al vacío, una suerte de irrespirable
menemismo redivivo?
Es fácil –apelo
al digno y cotidiano sentido común- percibir que no es así. Pero tampoco
Bonasso puede creer que sea así. Voy de nuevo a la cita que hice de su
entrevista en Clarín sobre la “continuidad del proyecto
menemista”. Leemos allí la frase “lo cual no significa que no hayan tomado
buenas medidas”. Hay un problema lógico aquí, que menciono, Yuyo, por que
lo veo también en muchos razonamientos de la oposición de izquierda al
gobierno. Muchas veces se dice… “y sin embargo, tomaron ciertas medidas que…” Y
allí se enuncia, según quién hable, la asignación universal, las AFJP,
Aerolíneas, la ley de medios, Papel Prensa, etc. Planteo un mero problema
lógico. Si estuviéramos frente a hechos macizos, sin ninguna porosidad, un
bloque de acciones maléficas que solo se distinguen por la corrupción, la
impostura y el saqueo, por una la continuidad de las derechas, jamás podría
emplearse una frase adversativa en relación a las “buenas medidas”.
¿Cuáles? ¿Por qué no se las menciona? Imagino una respuesta: porque su mera
mención implica el reconocimiento de que esta es una situación nueva, que podrá
tener aspectos muy criticables, e incluso concedamos: ciertas continuidades con
modalidades que cuestionamos en el pasado, pero en esencia todas estos
recursos condicionantes, están inscriptos en situaciones nuevas, abiertas a un
territorio inesperado de transformaciones, a un reino de posibilidades
potenciales que son como una claro en la espesura. El lenguaje traiciona la
voluntad política de condenar la totalidad de una situación, así como la
condena absoluta no tiene un lenguaje convincente para sostenerse, so pena de
coincidir aquí sí totalmente con los deseos declarados e indeclarados del viejo
conglomerado de intereses conservadores, hoy expresados por dos grandes
periódicos nacionales en campaña de demolición.
Para Bonasso
y para muchos grupos de la oposición de izquierda parecería
que existe un doble fondo moral y perceptivo; uno, el que lleva a
una condena unánime del gobierno con fuertes tonos moralistas y satanizadores;
otro, realista, imposible de omitir, respecto de que podrían ser bien vistas
algunas “buenas medidas”. Considero que en
esa fisura lógica de un razonamiento que parte de una condena implacable, hay
una explicación que se está debiendo. Si sacamos las consecuencias
últimas de esa fisura –reconocer que de todas maneras algo se
ha hecho- sería imposible la condena absolutista y ciega a los gobiernos de
Kirchner y Cristina Kirchner. Ya la sola enunciación de esa excepción –las
buenas medidas- aunque tratada de una forma difusa, sin decir cuáles medidas ni
que significan en concreto, sin embargo debería introducir una duda en el
razonamiento de la demolición, sobretodo cuando la crítica se hace desde los
medios de comunicación que expresan la trinchera de un poder mediático que sin
duda precisa también su ala izquierda.
Ahora bien,
éste es un problema. No seré ni esquemático ni haré gala de escasa comprensión
hacia esta cuestión de tamaña espesura. ¿Cómo interpretar un gobierno que
aunque sería continuidad de “lo peor del pasado” (encubriéndose en vestiduras
transformadoras e igualitaristas), hacealgunas cosas buenas que
incluso el centro-izquierda apoyó desde el parlamento? ¿Ese reconocimiento no pesa
a la hora de matizar el juicio adverso? No, porque ese juicio se lo ofrece
desde órganos de prensa sobre los que no se discute en ningún momento a
qué continuidad del oscuro pasado pertenecen. Es por lo menos poco ecuánime
esta disparidad de criterios, que afecta el análisis político. Se dirá que la
oposición de izquierda o de centro-izquierda no tiene donde expresarse, y sé
que este es un tema de principal relevancia. Compleja cuestión que no puede
hurtarse de la discusión ni admite una respuestacompendiada. Lo cierto es que este tema es
un capítulo de un asunto central: las relaciones del gobierno reformista con
las izquierdas, incluyendo también las que creen que están frente a un mero
apéndice del neocapitalismo o de la globalización.
Pienso que el gobierno, que
posee muchos matices, discusiones potenciales que se desarrollarán de maneras
que no pueden ahora ser previsibles y un programa de reformas que aun no se ha
esbozado plenamente para un próximo período, -que no será fácil-, no es un gobierno de izquierda, que no puede asumir
objetivamente ese papel (como piensa Laclau que debe hacerse), pero que toma
medidas inusuales para el período histórico que atravesamos en el país y en el
mundo. En cierto sentido es más de “izquierda”, sin tener ese
nombre, que partidos y gobiernos que aunque llevan ese nombre, son
irremisiblemente más timoratos y pragmáticos.
Lo definiría como un gobierno de gran esponjosidad, que no
es ni la continuidad del menemismo (¡qué absurdo sería definirlo así!), ni
tiene un programa anticapitalista o antiglobalización, pero que un poco a la
manera “bonapartista” –no me gusta este concepto porque es casi siempre
peyorativo, pero lo uso a modo de desafiante brevedad-, se sitúa como un
mediador social que a veces expone una idea homeostática de la sociedad (lo
que tiende siempre a la estabilidad del cuerpo social), pero en verdad está
casi siempre disponible para desequilibrar –como en
el fútbol a veces se dice del factor diferencial de algún delantero- en el
sentido del igualitarismo y el impulso novedoso. ¿Es poco? ¿Podría hacer
mucho más un gobierno de Binner, que tiene un programa predominantemente
liberal-republicano (no lo critico, son ingredientes valorables cuando se
articulan con los grandes torrentes de la historia), y que sin duda no se
caracterizaría, como no lo hizo el de Tabaré Vázquez, por enjuiciar el entorno
mundial y local de maneras originales o inesperadas? Entiendo las alianzas
políticas. Pero reflexionen ustedes, Yuyo, como representantes de una tradición
popular de la izquierda, si están adosados ahora a una expectativa más
prometedora que aquella que abandonaron con argumentos que, tomados uno a uno,
eran atendibles, aunque flaqueaban a la hora de buscar respuestas mejores en lo
que ofrece la política real tal como se hace en la Argentina.
El gobierno, ciertamente, se mueve entre el deseo de orden y la inevitabilidad
de tener que asumir o desencadenar cambios. Su afán tecnológico
tiene un valor homeostático, equilibrador, cuando se toma la tecnología como un
mero lazo lineal con la producción, y un valor eponjoso, absorbedor de
pluralidades, diferenciador y promisorio, cuando toma los temas de la autonomía
tecnológica, (su no neutralidad valorativa) y los de una intuición general
sobre la inexistencia de una “variable independiente” de carácter tecnológico,
que al contrario, debe vincularse con la democratización del conocimiento antes
que con la “sociedad del conocimiento”, con una sociedad igualitaria antes que
con la tasa de ganancia capitalista. En fin, hay algo en la sociedad argentina
que determina siempre, por cierta fatalidad heredada, que los grandes frentes
políticos de transformación que deben constituirse, se presenten en pedazos
discordantes y separados en los momentos electorales. Los movimientos populares
son víctimas de esa situación, pero a su vez suelen tener responsabilidad en
producirla debido a que prefieren solidificarse a través de aglutinamientos
fuertemente nominados (yrigoyenismo, peronismo). Esos aglutinamientos aseguran
emblemas de unidad pero son causantes también de malas formas de unidad.
Pero también el socialismo
dejó escurrir su nombre –de uso hoy casi ornamental- en pactos recurrentes con
las inconsistentes formaciones moralizantes de las pequeñas burguesías rurales
y urbanas. Decís, Yuyo, que “no nos separan conceptos teóricos o visiones
filosóficas expresadas como generalizaciones abstractas, nos separa un abismo
de hechos concretos que no los reconocemos cristalizados como parte de
nosotros”. Creo que está bien buscar la verificación de los hechos concretos
para sustentar visiones filosóficas. El campo intelectual está fracturado, sin
embargo, de un modo que podría replantearse a fin de que esas mismas cosmovisiones
puedan dirimir con más precisión, primero, la relación de los legados
conceptuales –por ejemplo, el socialismo-, con los hechos restringidos que se
producen en su regazo o entorno; y segundo, el cotejo de los propios hechos
auspiciosos, entre los cuales muchos de los que deberán ser mencionados, forman
parte de aquellos que es menester reconocer como los que muestran que “de
todas maneras, algo se ha hecho”. Esta mera constatación desganada,
sin embargo pone en crisis la manera liviana en que se interpreta al gobierno
Kirchner como continuidad de derechas, menemismos o fascismos, como
irresponsablemente profirió en estos días Tomás Abraham. El arrebato de los
destemplados se basa en la ilusa constatación de continuidades y equivalencias
con una larga serie de errores e injusticias que arrastra el país. Pero el
simple uso del lenguaje, - el adversativo que dice: de todas maneras hubo algo
que estuvo bien-, traiciona a estas apresuradas inquisiciones.
Acabo de leer la solicitada
a favor de Binner de muchos intelectuales, a los que conozco y con los que
espero seguir debatiendo, incluyendo al inmoderado Abraham. Ví allí tu nombre.
Y reconocí que de alguna manera, prosigue la vieja tarea que de muy jóvenes
iniciáramos, pensar en sociedades forjadas con la arcilla de la justicia
profunda y en los intercambios epistolares que ojalá prosigan, a pesar de que
no interrumpan los variados desacuerdos, pues éstos son también la
sal y el espíritu con que se amasan las futuras esperanzas.
Horacio
González