Transgredir
Por Tomás Abraham
He notado
en sectores políticos de la oposición una cierta envidia por la convocatoria
que logra el Gobierno en los jóvenes. Ha sido noticia frecuente desde el
velorio de Néstor Kirchner la aparición de la juventud en el escenario
político. El protagonismo de La Cámpora luego de la muerte del ex presidente da
testimonio de la participación juvenil antes desapercibida. Para su desdicha,
los dirigentes del espectro político opositor no pueden mostrar demasiadas
figuras jóvenes junto a sus conocidos jefes de partido.
El PRO
pone en escena a una joven Vidal, y es posible que el jefe de Gobierno porteño
sea motivo de admiración en una franja de la juventud que sueña con un puesto
empresario, sol en Punta Cana y casarse con una señorita que también haya
estudiado dirección de empresas. Juntos colaborarán con fundaciones preocupadas
por la pobreza y las enfermedades. No es un sueño despreciable, sino el deseo
de una vida sin sobresaltos, protegida por la buena fortuna. Por eso los
especialistas en marketing de Macri le sugieren un discurso no confrontativo,
pleno de amor y esperanza.
Pero los
jóvenes K quieren otra cosa. Quieren portarse mal. Muchos se preguntan cuál es
la razón por la que le hacen el aguante a un veterano como Boudou, que se tapa
la panza con la guitarra. Lo hacen porque sí, así nomás, porque “está bueno”
que un ministro de Economía, candidato a vicepresidente, la pase bomba, ande en
una moto de veinte cilindros con rubia sujetada y que haga rabiar a toda esa
cohorte de vejetes aburridos que los amonesta por televisión. Nadie tiene ganas
de respetar a los abogadillos, profesionales de la nada que hablan de política
como hace un siglo, que usan palabras vacías y grises, que se enojan porque se
roba, porque se miente, como curas de parroquia. Esos, si no se fueron todos,
se debieron haber ido hace rato.
Es mucho
más divertido que Aníbal Fernández putee, que el canciller juegue con el
Twitter y que el gabinete, ya que no se reúne, baile la cumbia villera en
Olivos. Pasarla bien. No me burlo, es más que comprensible que la nueva
generación no se vea reflejada en la clase política tradicional y que prefiera
hacer pogo contra la corpo al son de una estrella funky.
Me
preguntan algunos preocupados políticos de la oposición qué hacer para que los
jóvenes se acerquen también a ellos. Nada, que no hagan nada. Además, ¿qué
quieren hacer? El Frente Amplio Progresista tiene a Vicky Donda, que también
quiere portarse mal. Pero no alcanza. Se necesita algo más bizarro. No hemos
visto aún a Morandini en el baile del caño con la coreo de la Stolbitzer. Será
cuestión de consultar con los productores de Amado. Pero todo esto es una
pérdida de tiempo. El problema está mal planteado. Primero: los jóvenes no
existen. Sólo los viejos hablan de ser jóvenes. Un joven que dice ser joven no
es joven, es estúpido. Ningún joven de edad, si tiene dos dedos de frente, se
siente joven. Por el contrario, si la memoria no me falla, en plena
contracultura “hipposa” y antiimperialista, no nos sentíamos jóvenes. Al menos
yo no. Ahora sí me siento joven, porque ya no lo soy. En los veintitantos
estaba con el alma arrugada. A un joven se le cae el mundo encima, es mentira
que tiene una vida despreocupada.
Es cierto
que la irreverencia es de ellos. ¿Pero a qué llaman rebeldía? A ir a una
especie de comité a seguir la línea que bajan unos profesionales de la tranza
que se hacen los pendejos porque se cagan en todo. Claro, en nombre de Cámpora,
un mayordomo del trío negro de los setenta, pero qué importa, a nadie le
importa la historia, con la fábula musicalizada y filmada alcanza. ¿Pero
adorar? ¿Un joven vestido de monaguillo kirchnerista, genuflexo ante Boudou?
¿Ante Cristina?
Hay que
aprender de los chinos, no porque sean divertidos, sino porque saben lo que
hacen. Son militantes, el partido comunista chino tiene nueve dirigentes en el
Politburó, todos ingenieros. Viajan a Harvard a especializarse en ciencias
duras y vuelven a cambiar la realidad ciento ochenta grados. ¿Saben lo que es
la sociedad de conocimiento? Es lo que Marx llamaba fuerzas productivas. No se
trata de educación. Hay que cortarla con el tema de la educación, que se ha
convertido en un lavamanos de la plutocracia nacional. Dicen que para salir de
la pobreza hace falta una buena educación. Mentira, frase de ricos. Como si
dijeran: miren, soy rico porque me eduqué bien. Hipócrita. Miles de
“indignados” a mil euros por mes se abanican con sus diplomas en las plazas.
Hoy el conocimiento es carne, es un animal vivo, produce, es más que el poroto
mágico, es el valor agregado por excelencia.
¿Qué tipo
de militancia les ofrecen a los jóvenes los Pimpinela del gabinete, Amado y
Aníbal, si no es la de ser empleados de un call center compitiendo con sueldos
de la India, o repositores de súper con sueldos chinos? Hoy estudiar no es ser
buen alumno. Es ser un militante por la patria. ¿Cómo quieren transformar el
país si no conocen sus problemas? ¿Creen que sobra materia gris en la
Argentina? Estamos tan escasos de sesos que no nos damos cuenta que ni está en
el menú. Vivimos un apartheid educacional y lo festejamos en nombre de la
inclusión.
Tecnópolis
o telgopornópolis no está mal, pero no se trata de un nuevo showroom. Es mucho
más serio y más interesante. El mundo nos mira con hambre y sed. La tierra se
calienta. Se llena de gases. Si los chinos siguen creciendo, tendrán cientos de
millones de autos y respirarán humo. Las tierras fértiles son muy pocas. El
agua se evaporó. La tala no deja nada en pie. Nuestra pampa húmeda fue descrita
en el Génesis. Nuestros minerales son el botín del capitán Morgan. Los lagos
montañosos y nuestros ríos inmensos esperan a millones de desesperados que
serán el nuevo aluvión en pocas décadas. Tenemos demasiadas cosas ricas y mal
aprovechadas. ¿Dónde están los llamados jóvenes, que ya no lo serán dentro de
poco –recuerden que el tiempo es un asesino serial–, que se hagan cargo de la
Argentina para que no desaparezca del mapa convertida en un nuevo desierto o en
una nueva factoría del superpoder del futuro? ¿Cantando junto a Boudou?
Es lícito
preguntarse si meterse en serio en la militancia del conocimiento productivo
nos asegura un buen pasar personal y un servicio útil a la patria. La respuesta
es no. Nadie puede asegurar nada. Pregúntele a Dios o a Woody Allen. Si, como
dice el director de cine, el sol se apagará en diez mil millones de años, o si
es cierto lo que vaticinan los ecólogos milenaristas sobre la inminente
explosión del planeta, si no es que nos espera una nueva era del hielo o que,
balance mediante, nos resignamos a que la clase obrera no se fue al paraíso y que
la clase media sí se fue al infierno; si esto es así, ¿cómo se puede garantizar
que la providencia juegue a nuestro favor? A lo mejor todo se va a la mierda y
mejor bailar sobre la basura ya que todo es al pedo. Perdonen el vocabulario,
pero hoy me siento joven, como los pibes del gabinete nacional. Lo mejor es
tirar la chancleta, tomar sol y unos buenos mates con éxtasis. Hay que
blanquear el asunto. Comámonos lo que hay, disfrutemos cada minuto sin pensar
en el mañana, vivamos intensamente mientras los de arriba invierten sus dineros
en cajas de extrema seguridad.