Discutir “El Estudiante”
Como invitación a discutir la película “El Estudiante (premiada por el BAFICI 2011 y actualmente en cartelera en el Lugones), ofrecemos un primer texto e iremos subiendo todos los que manden durante los siguientes 15 días. El próximo será el tuyo.
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Discutir el Estudiante (I)
Una excursión a la facultad de Sociales
Una excursión a la facultad de Sociales
Una invitación a discutir "El estudiante"
Por Lobo Suelto!
La película El estudiante registra la importancia de los años ‘80
para comprender nuestro presente. Tal vez ese sea un primer tono de época y un
tono generacional. Su presupuesto y aspiración se dejan captar en la apuesta de
su director: al mirar de cerca cualquier institución argentina, dice, se accede
a comprender la política en su conjunto. Porque, agrega, en nuestro país toda
institución es política. No es ni siquiera un eco ricotero lo que suena en esa
frase, sino un tufillo que prepara para el cliché de la antipolítica. La
institución elegida no es la
Universidad de Buenos Aires, corazón de la militancia de
Franja Morada durante décadas, sino la Facultad de Ciencias Sociales, uno de los
corazones anárquicos (absurdo, utópico, tan mediocre como deslumbrante) de la
ciudad. Aún así, Sociales queda convertida en una escenografía que por
mostrarse “real” busca convertirse en momento de verdad de la degradación
política.
Contemos mínimamente la historia. El
protagonista, Roque Espinoza, intenta reencauzar sus proyectos de vida y de
estudio luego de haber abandonado su pueblo natal y de haber dejado un par de
carreras. Llega a una facultad tumultuosa, casi en ruinas, imposible. En la que
el caos militante (desde el inicio se nombran una decena de agrupaciones de la
facultad) parece transmitirse a los cimientos del edificio.
A Roque le interesa “lo social”, sin
poder especificar demasiado sobre el asunto. Se trata de uno de esos personajes
que circulan con ojos grandes, más bien callados, impermeables a la pasión del
debate intelectual, entusiasta en el encuentro con sus compañeras, que se hacen
fuertes en los lugares comunes y que, sin destreza a primera vista, logra una
inteligencia de negociación, tan efectiva como poco locuaz.
La historia de Roque tiene el encanto
de lo sencillo. De una historia de iniciación un tanto autista, entre despojada
y casual. La vida universitaria de Roque se construye a partir de dos de sus
amigas. Cada una de ellas vinculada con algún cuadro de organizaciones políticas
fuertes de los años ‘80. La primera es una compañera de estudio, de Avellaneda,
con quien va a vivir. Ella misma y su padre pertenecen a alguna de las
tradiciones de la izquierda. El otro vínculo decisivo es Paula, un cuadro del
aparato universitario de la
Franja (en la película La Brecha). Cada una de estos lazos amorosos
transporta a Roque a mundos políticos enfrentados. La militancia ética que
aspira a construir un territorio común entre la universidad y los barrios y la
política pragmática que asume la disputa de poder institucional como momento
inicial del juego mayor en torno al estado nacional. Una narración sumamente
ajustada trata este arribo maravilloso a la vida de “sociales”. Duerme en lo de
su compañera de estudios –lo dicho, en Avellaneda, con su padre politizado,
etc- al tiempo que se fascina con Paula, una deslumbrante activista de
asamblea, que resulta ser, además, bella y excelente docente de teoría
política.
En sus clases se dan las únicas escenas
que valen la pena. Paula explica Hobbes, Rousseau y toma cerveza en la mesa de
sus alumnos en el bar de la facu. Los pibes escuchan sus argumentos y los
vuelcan en acaloradas discusiones sobre la naturaleza humana, el valor de las
instituciones políticas y el problema de si transformar la sociedad capitalista
es cuestión de voluntad o de pensamiento complejo.
Transformando la escasez de recursos,
estas secuencias cinematográficas captan esa mezcla de pobreza y embrujo que
circula entre asambleas, pasillos, cervezas y discusiones de aula que constituyen
la vida de “sociales”. Sólo que se nota una suerte de desagrado,
casi desprecio en la cámara, plasmada en los ojos excitados y mansos de Roque.
Luego, las cosas le suceden de un modo
incomprensible. El personaje de Paula de pronto pierde todo interés al tiempo
que se le entrega sexualmente y le abre los caminos de la militancia. No hay ni
en el amor ni en la política subjetivación de ningún orden. Paula se muestra
como un cuadro chato de la
Franja/Brecha. Y de su mano Roque participa de las exiguas
reuniones de agrupación. Se vienen las elecciones de rector, y el juego de
especulaciones y traiciones lo domina todo.
Las reuniones de la militancia a las que
asisten resultan bien curiosas. Cuatro o cinco dirigentes que tratan de
participar de las roscas ajenas en base a las propias, salteando zancadillas,
tratando de hacer coexistir convicciones, ambiciones y operaciones, coordinados
por Acevedo –su profesor, un viejo cuadro del gobierno de Alfonsín que aspira a
rector, líder del grupo- que participa de las deliberaciones estudiantiles y
hasta las organiza en su casaquinta.
¿Será la distorsión de la propia
experiencia de estudio, militancia y docencia que hemos desarrollado durante y
a partir de los años ‘90 la que nos hace rechazar de plano estas imágenes? La facultad
de Sociales en esa época hoy tan denostada se convierte en una fábrica de
activistas políticos y culturales, muchos de los cuales han protagonizado de
diversas maneras la última década de la Argentina. ¿Cuenta la película esta historia? Ni
los personajes, ni la trama, ni la aparente complicidad con el público que
acude y llena de modo incesante la sala Leopoldo Lugones con aplausos permite
responder de modo definitivo. ¿Por qué contar la historia de la Franja y del aparato burocrático
de la UBA a
partir, justamente, de Sociales, cuna de procesos mucho más innovadores, ricos
y significativos? ¿Por qué se acude al repertorio perimido del radicalismo
universitario como si a principio de este siglo no hubiese sido derrotado en la
mayoría de las facultades?
En una de esas reuniones se trata de
resolver un dilema. El líder estudiantil más avezado de la agrupación acaba de
traicionar al grupo y se convirtió en candidato de un frente opositor. El grupo
se siente humillado y Roque, en lo que parece ser su primera reunión, se
destaca a los ojos de Acevedo plateando que hay que salir al ruedo, charlando
con los compañeros de cursos y de pasillo para difundir que el supuesto líder
–docente de Teoría Social Latinoamericana, célebre por tener que lidiar en sus
clases con un militante trostkista que lo denuncia a cada frase- no es más que
un garca. Esta reacción visceral de Roque parece del todo ingenua a sus
experimentados compañeros. Pero Acevedo comprende de inmediato que está ante un
elemento útil para sus maniobras.
La política que la película presenta es
incluso más mediocre que la realmente practicada en los claustros. En las
próximas escenas se verá a Roque operando con suma habilidad. Sea para que la
militancia de izquierda denuncie al traidor (y acabe golpeándolo de modo
inverosímil en medio de una de sus clases) o para organizar un plenario en las
afueras de la ciudad. La agrupación logra sortear las elecciones estudiantiles
y Roque se convierte en mano de derecha del aspirante a rector. De nuevo es
dúctil tanto para armar una “rosca” con el grupo de la izquierda como para
ayudar a un compañero que se afanó cuatro lucas de apuntes.
El nuevo Roque pasa a ser un “puntero”.
Eso es lo que dice una voz en off que aparece brevemente, cada tanto, con un
discurso moralista, muy familiar al discurso habitual de los medios de
comunicación. Roque ya “no estudia”. Sólo opera. Trabaja como encuestador en
una consultora, a partir de un padrinazgo político. Digamos algo más de esa voz
en off: es pedagógica (casi una parodia de la de las películas de Pino Solanas),
pero para decir las cosas más obvias en un tono neutro que no es tal. Más bien
esa obviedad está cargada de displicencia, de ajenidad, de juicio.
Dos escenas nos muestran el discurrir
subjetivo de los personajes. La aparición del padre de Roque en Buenos Aires,
en una cena que organizan en la cantina con Paula y a la que se suma Acevedo,
en la que el padre de Roque cuenta que militó tres meses en una organización
campesina, y que fue peronista tres horas. A lo que sigue un desafío de los
jóvenes a los adultos: a que canten la marchita, a ver si se saben la letra. En
la otra escena, Paula y Roque compiten, en presencia de Acevedo, en un
boliche, sobre quién se cogió a algún famoso.
En todo caso, la historia se va
descomponiendo en dinámicas que recuerdan los años dorados de la Franja de los ‘80 y la primavera
que acompañó a las teorías de la “transición democrática”. Pero también un
clima claramente post-dosmiliunero, en que los restos de aquella promesa se
activan para recorrer otros caminos intelectuales, estéticos y políticos. Esto
supone que ese modo militante no es completamente ajeno a la facultad actual
(basta escuchar algunos militantes de la
UES repetir los argumentos de lo que significa “la gestión”,
del mismo modo agresivo y hueco con que Roque los usa). Pero no puede decirse
que ese sea el modo mayoritario ni el más convocante.
La mirada del director ya no tiene
empatía con el presente. Al punto que la auténtica mediocridad de la vida
política, intelectual y militante no llega a ser captada en su real miseria
sino como artificiosa transposición de los clichés mediáticos sobre la
manipulaciones de personas, la gestión de territorios y un tipo de consignismo
casi fingido. La buena actuación, las proezas de cámara y las tomas de la vida
real de la facultad sustituyen una empatía con las vidas políticas reales de
los que viven horas allí.
Todo esto podría carecer de interés
sino fuera porque este anacronismo logra mostrar algo que está fuera de los
cánones míticos de la leyenda militante de sociales. El resurgimiento de una
militancia hecha desde arriba y para arriba que acompaña la
reinstitucionalización del kirchnerismo. El estudiante tiene este mérito
irritante de alinear a la militancia de la Franja con la kirchnerista como momentos
institucionales, que prácticamente ignoran, desdeñan, en su realismo lo que en
Sociales hay y hubo de una promesa de vida intelectual y política apasionada,
colectiva. En esa línea ignoran también el espíritu de una experimentación de
la palabra que interpela militancias de otro tipo.
La tensión máxima llega cuando Acevedo
envía a Roque maniobrar en falso, y lo deja colgado de negociaciones
imposibles. Acevedo al final transa con sus enemigos (un tal Viñas) a espaldas
de Paula y Roque.
Llega la frustración con la política.
El líder puede prescindir de ellos, porque la política se hace por arriba, es
cosa de experimentados, de grandes pergaminos, de jugadas abstractas que se nos
escapan. Los militantes son un fondo más bien estúpido infantil, del que
destacan los operadores que se ligan a algún jefe y a su lado hacen carrera.
Luego, en ese curso pueden perder o ganar. Son las reglas del juego.
En una de esas escenas, se ve a Roque
cocinando y a Paula que llega y lo saluda. Han vuelto a estudiar, a trabajar.
Pero la cosa no acaba allí. Han sido los más fieles, y ahora deciden vengarse
dándole a la izquierda (mostrada siempre al borde de una intransigencia boba)
una información sobre contratos con laboratorios incluidos en los acuerdos para
incluir a medicina y veterinaria.
El final de la película es una conversación entre
Acevedo y Roque. La elección de rector se viene suspendiendo por parte de una
serie de tomas estudiantiles y Acevedo precisa nuevamente los servicios de
Roque para destrabar la situación. Roque dice no estar enojado porque “no sirve
de nada”. Acevedo le cuenta entonces la historia de un tipo de 150 años que
acaba de ser encontrado en el Amazonas en perfecto estado de salud. En
conferencia de prensa dice que su secreto fue nunca contrariar a nadie. Cuando
los periodistas le dicen que eso no es posible, el viejo responde, “tiene usted
razón”. Luego de eso Roque escucha la oferta (hacer levantar la toma a cambio
de un cargo alto en la UBA)
a lo que Roque responde un seco “no” en el que se confunde el enojo del que no
se enojaba, su amor por Paula, que sí está enojada, un arranque de principismo,
y el peso de la opereta para denunciarlo en curso. El final tiene un
patetismo inocultable. ¿Qué es lo que se festeja del estudiante?