Autogestión y narcisismo
de
Félix Guattari
La
autogestión como consigna puede servir para cualquier cosa. De Lapassade a De
Gaulle, de la CFDT a los anarquistas. ¿Autogestión de qué? Referirse a la
autogestión en sí, independientemente del contexto, es una mistificación. Se
convierte en algo así como un principio moral, el solemne compromiso de que
será en sí mismo, por sí mismo, que se administrará lo que es de tal o cual
grupo o empresa. La eficacia de tal consigna depende sin duda de su efecto de
autoseducción. La determinación en cada situación del objeto institucional
correspondiente es un criterio que debería permitir clarificar el asunto.
La
autogestión de la escuela o la universidad está limitada por su dependencia
objetiva del estado, por el modo de financiación, por el compromiso político de
los usuarios, etc. No puede ser sino una consigna de agitación transitoria y
que en definitiva corre el riesgo de crear bastante confusión si no está
articulada en una perspectiva revolucionaria coherente. La autogestión de una
fábrica o de un taller está expuesta también a ser dominada por la ideología
reformista psicosociológica, que considera que el dominio “interrelacional”
tiene que ser tratado con técnicas de grupo, por ejemplo el training group entre los técnicos,
cuadros, patrones (para los obreros, tales técnicas son demasiado “caras”).
Se “impugna”,
en lo imaginario, la jerarquía. De hecho, no solamente no se toca nada, sino
que se le encuentra un fundamento modernista, se la disfraza con un estilo y
una moral rogeriana o con cualquier otra. La aplicación de la autogestión en
una empresa implica el control efectivo de la producción y de los programas: de
inversiones, de organización del trabajo, de relaciones comerciales, etc. En
consecuencia, una comunidad de trabajadores que “optara por una autogestión” en
una fábrica tendría que resolver numerosos problemas con el exterior. Lo que
sería perdurable y viable sólo si este exterior estuviera también organizado
como autogestión. Una sucursal de correos aislada no viviría mucho tiempo con
la autogestión y, de hecho, el conjunto de los engranajes productivos se
interpenetran a la manera de centrales telefónicas. Las experiencias de
autogestión durante las huelgas, el funcionamiento de sectores productivos de
una fábrica para responder a las necesidades de los huelguistas, la
organización del aprovisionamiento, de la autodefensa, son experiencias
indicativas muy importantes. Demuestran las posibilidades de superar los
niveles reivindicativos de las luchas. Indican una vía de organización de una
sociedad revolucionaria durante un período transitorio. Pero es
evidente que no podrían aportar respuestas claras y satisfactorias a los tipos
de relaciones de producción, a los tipos de estructuras adaptadas a una
sociedad que haya expropiado los poderes económicos y políticos de la burguesía
en una economía desarrollada.
El control
obrero plantea de hecho problemas políticos fundamentales, puesto que afecta a
objetos institucionales que cuestionan la infraestructura económica. Un aula
universitaria autogestionada en una solución pedagógica excelente, sin duda
alguna. Una rama industrial directamente controlada por los trabajadores
plantea inmediatamente todo un conjunto de problemas económicos, políticos y
sociales a escala nacional e internacional. Si los trabajadores no se hacen
cargo de estos problemas de una forma que supere los marcos burocráticos de los
partidos y sindicatos actuales, la autogestión económica pura corre el riesgo
de transformarse en un mito y concluir en estancamientos desmovilizadores.
Hablar de
autogestión política es igualmente una fórmula que sirve para todo y que además
es tramposa. La política es fundamentalmente ajustamiento de un grupo en
relación a otros grupos en una perspectiva global, explicitada o no. La
autogestión tomada como consigna política no es un fin en sí mismo. El problema
consiste en definir, en cada nivel de organización, el tipo de relaciones, de
formas que deben alentarse, y el tipo de poder a instituir. La consigna de la
autogestión puede convertirse en una pantalla si sustituye masivamente las
respuestas diferenciadas por los niveles y los sectores diferentes en función
de su complejidad real.
La
transformación del poder del estado, la transformación de la administración de
una rama industrial, la organización de un aula, la impugnación del
sindicalismo burocrático, son cosas totalmente diferentes que tienen que ser
consideradas de un modo separado. No sería nada raro que a la consigna de la
autogestión, que se reveló justa en las luchas de impugnación de las estructuras
burocráticas en el plano universitario, se la apropien los ideólogos y
políticos reformistas. No hay una “filosofía general” de la autogestión que la
haga aplicable en todas partes y en toda situación, en particular en las que se
refieren al establecimiento de un doble poder, de la instauración de un control
democrático revolucionario, de una perspectiva de poder obrero, de la
aplicación de sistemas de coordinación y regulación entre los diversos sectores
de lucha.
Si no se
efectúa a tiempo un esclarecimiento del alcance y los límites de la
autogestión, esta “consigna” viciará su contenido con concepciones reformistas
y será rechazada por los trabajadores en provecho tal vez de otras
formulaciones de tipo “centralista democrático”, que rápidamente serán tomadas
por la dogmática del movimiento comunista.
8
de junio de 1968