Muestra de Ariel Sicorsky en Obras Sanitarias‏


Por D.S.

Hermosa mañana para caminar por el centro de Buenos Aires como si se tratase de una ciudad nunca vista. La lluvia fina y el cielo oscuro acentuando una sensación de rareza muy disfrutable, de camino (apurado) a Riobamba 750, desde la estación callao del sobre b. Alguna vez, hace años, había entrado a ese monumento. Pero esta vez lo vi distinto. Un ciclo entero de privatizaciones y estatizaciones le dieron la vuelta entera. Y ahí sigue, tan naranja como siempre. Un naranja que va más allá del ladrillo. La recepción continúa su hibridez jurídica. Un poco empresa, un poco estado. Seguridad privada, caos. Burocracia pseudomoderna. Hasta que llegamos al museo. Hermoso museo. Lleno de piezas hidráulicas, de canillas y bidets. Una historia del agua y de la industria. Con fotos y registros de todo tipo. Racconto de un pasado metalúrgico. Siguiendo ese camino del tiempo llegamos al salón de la muestra. Allí descansa –se expone- una decena larga de retratos de la época en que los hombres se miraban a la cara con los dioses. Recinto para la obra (el inconsciente) que nos propone Sicorsky. Reminiscencia pagana al interior de un monoteísmo secular. El enorme tamaño de las fotos (hay que decirlo) hace a la cuestión. El efecto de aumento permite detectar unos pelos antes desapercibidos. Y da dimensión a figuras de cuerpo entero. Un par de rostros de piedra, incluso, parecen ahora vaginas. Y los colores verde vegetal de otras imágenes emanan más selva ahora. Signos, todos, de una era mítica (no necesariamente cronológica) en la que el hombre no había dado rienda suelta a su extrema especificación actual. A su radical separación. Museo del agua, por fin inundado por un fondo acuático que sube y revela su condición pre-técnica, mitológica. Eso vi esta mañana en esta ciudad que llora.