De la opinión pública al saber popular

por Javier, de la Asamblea del Forat de la Vergonya, Barcelona


El debate polarizado entre la violencia y la no-violencia es un falso debate que solo pretende adhesiones a un bando u otro, sin que se produzca una reflexión crítica al respecto. Es un debate estéril que se encuadra en la misma lógica maniquea que filtra todo conflicto político a través de dos categorías jurídicas opuestas: "víctima"/"verdugo"; una parrilla taxonómica en la que la legitimidad cae siempre del lado de la víctima. Cuando la legitimidad se convierte en patrimonio de un mismo grupo social, el hecho de ser víctima (de un atropello, de un engaño, de una violación) pasa de ser un proceso -con un tiempo de duelo más o menos largo, con unas secuelas traumáticas más o menos perdurables-, a ser un estado que se pone a salvo de toda crítica (ej. Asociación de Víctimas del Terrorismo, la clase política en general). Esta lógica binaria que rige la estadística (a favor, en contra, NS/NC) y que genera, al mismo tiempo, las corrientes de opinión pública, es la misma lógica consensual y despolitizadora que se ha establecido como paradigma en todas las democracias occidentales. Toda argumentación posible dentro de este paradigma sobre lo sucedido en el Parc de la Ciutadella el 15-J, está cuestionada desde un principio por una pregunta insidiosa: "Vale sí, pero ¿estás a favor o en contra de la violencia?"

Lo fundamental en toda reflexión consiste en plantear adecuadamente la pregunta. Y la pregunta no debe ir encaminada a responder y definir de forma abstracta una posición respecto a la violencia, sino que debe responder y definir de forma concreta una posición respecto a la viabilidad práctica de seguir la consigna "Aturem el Parlament", en un acto de desobediencia civil, de forma no-violenta pero determinada, tal y como se anunciaba en la concentración. En principio, la acción consistía en realizar un cordón humano alrededor del Parlament para evitar así la entrada de los diputados en el hemiciclo. Esta acción fue desbaratada el día 14 por la tarde mediante un amplio despliegue policial que no solo acordonó el Parlament, sino que cerró a cal y canto el Parc de la Ciutadella. A partir de esta situación se abren dos posiblidades: o se desconvoca la acción (posibilidad defendida "el día después" por Arcadi Oliveras, el mismo que se ha erigido como el intelectual emblema del "Movimiento 15-M" de Barcelona, y que el día 14 a las 21 h. estaba arengando a las masas en la puerta del Parc de la Ciutadella próxima a la Estació de França, mientras se gritaba antes, durante y después de su intervención: "No pasarán"; consigna por la que, no olvidemos nunca, murieron "violentamente" miles de personas en la Guerra Civil española), o, como otra posibilidad, no se desconvoca y se improvisa sobre la marcha una acción. Y esto último fue lo que hicimos; una acción, quizás, meditada previamente por muchas personas, pero totalmente desconocida para muchas otras. La acción, ahora, consistía en bloquear todos los accesos al Parc de la Ciutadella poniendo en medio nuestros cuerpos, de forma pacífica pero determinada. Lo que ocurrió, ocurrió para cada cual de una manera distinta, en función de en qué lugar y momento se encontraba y qué ideas y bagaje político cada cual tiene. Pero si se trata de hacer una valoración lo más objetiva posible, partiendo de la consigna: "Aturem el Parlament" y en medio de un despliegue policial hipertrofiado y escandaloso, la acción no dejó de ser exitosa.

La acción fue un éxito (relativo) por el simple motivo de que conseguimos que el President de la Generalitat ( y unos sesenta parlamentarios más) acudiera al Parlament en helicóptero, lo cual es un índice de la distancia insalvable que media entre los políticos y el pueblo que dicen representar. ¿Por qué no fueron todos los parlamentarios en helicóptero al Parlament, cuando habíamos miles de personas protestando en las puertas de acceso al Parc de la Ciutadella y determinadas a impedir la entrada de todos los diputados? Esta es una pregunta que incumbe a los distintos grupos parlamentarios. La pregunta que nos incumbe a nosotrxs, lxs que nos hacemos llamar "indignadxs" porque así nos han bautizado los medios de comunicación, se podría formular del siguiente modo: ¿por qué algunxs de nosotrxs ponemos en nuestra boca el titular: "grupos de violentos", en contra de compañerxs que entienden de forma diferente la indignación, pero que a la hora de la verdad son lxs que nos van a ayudar, como unx más, a evitar un  porrazo de la policía o a que nos pisen cuando nos hemos caído al suelo, cuando esa diferencia entre compañerxs, esa heterogeneidad, forma parte de nuestro poder? ¿Acaso queremos ceder ese poder conseguido día a día durante más de un mes a aquellos que lo han tenido siempre y que ahora nos temen porque sienten su poder sobre nosotrxs en peligro? Decimos que hemos perdido el miedo, pero los medios de comunicación se encargan de administrarnos nuevas dosis, no vaya a ser que algo cambie y ese cambio invierta su posición privilegiada.

Pero, ¿de qué tenemos miedo? Tenemos miedo de que aflore la violencia que sentimos contra nosotros cada día y que se manifiesta de distintas formas: desde el guardia de seguridad acompañado por un perrazo que nos escruta con su mirada mientras introducimos el tiquet del metro por la ranura de la máquina, hasta las facturas que nos llegan y que hacemos malabarismos para pagar, en el mejor de los casos…de múltiples formas sentimos esa violencia en nuestra vida cotidiana, de la cual los deshaucios de familias enteras que no pueden pagar la hipoteca o los recortes públicos en prestaciones sociales serían solo su manifestación paroxística. La violencia está ahí, la sentimos y a la vez nos resistimos a sentirla. De esta contradicción interna surgen otras en la práctica política; como una atención desmesurada prestada a la opinión pública o un estricto posicionamiento en la “resistencia pacífica” que en muchas ocasiones resulta indefendible.

Respecto a la “resistencia pacífica”, no es más que un oxímoron (figura retórica que consiste en la unión de dos palabras de significado opuesto, p. ej.: “presente ausencia” “tierra acuosa”, etc.), una contradicción terminológica que si se mantiene por mucho tiempo nos puede desquiciar a todxs. Hay muchas formas de resistir, pero la diferencia entre una forma de resistencia y otra, es siempre una diferencia de grado, nunca de naturaleza. La línea imaginaria que separa la resistencia pacífica de la resistencia violenta no es delimitable. Es decir, se puede resistir más o menos y el ejercicio del poder al que se resiste puede ser mayor o menor, pero lo que siempre se pone en juego a través de la resistencia es una correlación de fuerzas, de poder y, por lo tanto, también de violencia. Por otro lado, la “resistencia pacífica” que abogamos, nos obliga a tener casi como única referencia política a Gandhi (aunque todavía no se ha propuesto, por ejemplo; una huelga de hambre masiva), deshechando toda una serie de prácticas políticas de acción y resistencia que han tenido lugar en Barcelona desde finales del siglo XIX, así como otras tradiciones que lxs compañerxs procedentes de otros lugares, como el resto de Europa o América Latina, pueden aportar al movimiento.

Por último, respecto a la excesiva atención hacia la opinión pública, no somos capaces de romper el cerco a la atomización social que la misma espectacularización de los medios de comunicación produce. Llevamos a cabo una acción, como la del 15-J, pero antes de que la acción finalice (se supone que al salir los parlamentarios del Parc de la Ciutadella), arrastrados por un manifiesto narcisismo miramos nuestro reflejo en los medios de comunicación que, evidentemente, nos devuelven una imagen deformada de la que no queremos responsabilizarnos y buscamos entre nuestrxs compañerxs a lxs causantes de esa imagen siniestra. Durante toda la mañana del día 15, no se dejan de escuchar voces que hacen referencia a la opinión pública –siempre es mejor que papá esté de nuestro lado-, pero estas voces olvidan que la opinión pública la forman los mismos medios de comunicación. No es un capricho intelectual que Agustín García Calvo los llame: “medios de formación de masas”, sino que responde a una realidad: la opinión pública es un producto de los mass media, por lo que éstos hacen una labor de formación –en el sentido escolar- de las, despectivamente llamadas, masas. Para salir del siguiente círculo vicioso: decimos que ha empezado una revolución - queremos tener a la opinión pública de nuestro lado - la opinión pública es producto de los mass media – los medios de comunicación son el cuarto poder – el poder quiere aplastar la revolución que hemos empezado; es necesario acudir al saber popular. La opinión pública se genera mediante la estadística; que trata de sumar las partes en un todo computable. El saber popular es una totalidad que no se deja codificar ni reducir a términos cuantificables. Dicho de otro modo: la suma de las partes no es el todo. El saber popular es refractario a toda estadística y es el mismo al que se refiere la expresión coloquial: “hasta un niño de cinco años sabe…” Pues eso: hasta un niño de cinco años sabe que tenemos razón cuando salimos a la calle con nuestras protestas; hasta un niño de cinco años sabe que el 15-J teníamos razones suficientes para ser mucho más violentos de lo que fuimos; hasta un niño de cinco años sabe que no es “un signo de debilidad” las “acciones violentas” que pudo haber; hasta un niño de cinco años sabe que es un signo de poder el no haberlo ejercido violentamente contra tantos y tantos parlamentarios que pasaron ante nosotrxs; hasta un niño de cinco años sabe que en toda revolución se ha hecho algún uso de la violencia contra el enemigo y/o contra uno mismo.