Sobre la contradicción principal en dos movimientos



Primer movimiento (marxista)

“Existen muchas contradicciones en el proceso de desarrollo de una cosa compleja; entre éstas, una necesariamente es la contradicción principal; su existencia y su desarrollo determina o influencia la existencia y el desarrollo de las demás”
Mao Tse Tung

Ahogados en un mar de dudas, de incertezas, de vacilaciones y de preguntas, de conjeturas, de prejuicios y de temores, de sospechas y de fobias, una sola, pero persistente convicción recorre, de pies a cabeza, nuestra ya poco grácil superficie corporal: somos marxistas. Sí, de Carlos Marx. Y en tanto tales sabemos que el único modo de derrotar definitivamente al capitalismo es detectar la contradicción principal, su talón de Aquiles, su punto de máxima debilidad. Es esta, y no otra, la precisa y adecuada forma de transformar el injusto modo de producción imperante.

El aludido filósofo teutón lo explica de una manera simple e iluminadora con estas palabras:

Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social”.

O, de un modo más simple e iluminador aún, lo reformula la compañera Martha Harnercker:

Si el Capitalismo sigue como hasta ahora, la propia contradicción entre la burguesía capitalista y los trabajadores (es decir, entre los dueños de los medios de producción y aquellos que sólo tienen para vender su fuerza de trabajo) conducirá indefectiblemente a la Revolución Socialista”.

De esta verdad pura, dura e irrefutable, se fueron desprendiendo, como del árbol semillas de nuevos árboles, múltiples pensamientos que, a lo largo de los últimos dos siglos, se propusieron desnudar la mencionada contradicción principal. Podríamos hacer un recorrido por los grandes pensadores de la tradición marxista (de Lenin a Néstor Kohan, pasando por Mao y Gorgy Lukács); podríamos analizar los modos en los que eruditos de raigambre nacional recrearon, a su modo, esta contradicción expresándola en diversos pares antagónicos (expresiones como la nación versus las potencias imperiales, o el pueblo versus la oligarquía, o la burguesía nacional versus los monopolios internacionales no son sino expresiones de esta lógica recurrente); podríamos, finalmente, encontrar innumerables actualizaciones, desde el Terrorismo Global versus la Democracia Global, los Grandes Medios de Comunicación versus los Gobiernos Revolucionarios de América Latina o, a nivel local, la Oligarquía del Campo versus el Gobierno Popular.

Con todo, descubrir cuál es la contradicción principal y tener la capacidad de operar sobre ella constituye, de Maquiavelo a esta parte, el elemento clave de la política, el acertijo que todo proyecto transformador debe poder develar, exhibir y hacer estallar. Estas humildes apostillas se inscriben en esa larga búsqueda.


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Lancemos nuestra sospecha, cenit de este escrito, sin más vueltas ni mediaciones: la contradicción principal del capitalismo contemporáneo —elemento que le es constitutivo y vértice de su máxima vulnerabilidad— parece fundarse en el encuentro entre el imperativo categórico “sé feliz” como máxima social, el consumo como el modo socialmente hegemónico de su realización y la insatisfacción como elemento inherente a la acción de consumir.

O, más en concreto, la cuestión parece funcionar de un modo bastante obvio: se arman un conjunto de imágenes identificatorias de la felicidad; imágenes que no son linealmente las de los “objetos” factibles de ser consumidos (de autos a viajes y pilchas, de color de piel a razas de perros), sino atributos que se les confieren a estos (cierto auto expresará prestigio o independencia o sensualidad, cierta ropa, belleza o espontaneidad y ciertas razas de perro, alegría, elegancia o madurez). Así, cuál combos, se proponen modelos de vidas organizados en torno a estos atributos altamente valorados, atributos que componen imágenes de felicidad individual como meta única e indiscutida. La publicidad, las marcas y el star system global y nacional desplegarán, de millones de modos posibles, estas imágenes.

No obstante, en segundos se devela la argucia, la arbitraria conexión entre los estados del alma y el régimen de los objetos. Casi como por arte de magia, las cosas una vez adquiridas pierden rápidamente su encanto: el auto, finalmente, es sólo un auto, el televisor, un televisor y el puré instantáneo, un puré instantáneo. El pico de felicidad fue, quizás, demasiado fugaz, demasiado tenue. Habrá que probar cambiando el celular. O los muebles de la cocina. O volver a hacerse las tetas. La insatisfacción parece estar inscripta en la acción misma de consumir. Como si el segundo posterior a cada nueva adquisición llevase inscripto la leyenda: “Lo siento. Inténtelo nuevamente”.  

En suma, un juego sin grandes secretos (lo más profundo es la piel, se decían por ahí): la exigencia social de ser feliz, la adquisición de cosas como modo de lograrlo y la insatisfacción inherente a este proceso; insatisfacción que deviene raudamente en malestar; malestar que parece querer decirnos que una vida no puede reducirse a esta mecánica.

Así, ¿cuál es el vínculo entre consumo y soledad, entre este malestar y la proliferación de ansiolíticos, antidepresivos y demás variedades de fármacos que intentan neutralizar las angustias contemporáneas? ¿En que medida las llamadas “enfermedades del vacío” (ataques de pánico, depresiones, fobias diversas) no son producto, más o menos directo, de esta paradójica dinámica que, fundada en el consumo, exige lo imposible? Y, finalmente, ¿en qué medida no es este malestar el que organiza, a su modo, lo social?

Segundo movimiento (kirchnerista)

Es mejor dejarlo claro de entrada: somos marxistas (lo dijimos en el movimiento anterior), pero somos parte activa —espiritual y materialmente— de este gobierno popular. Nuestros esfuerzos militantes, desde que se logró ordenar el caos que caracterizó el umbral de siglo (corralitos, cacerolas, muerte en la calle y en el puente, un que se vayan todos para que no venga nadie) y desde que, luego de un largo impasse, volvió la política, se enfocan en ese sentido. No dudamos ni un segundo en usar nuestra incisiva pluma —en éste y otros blogs hermanos— como trincheras de pensamiento; ni en acudir a cada acto al que convocaron los intelectuales comprometidos con la transformación de la realidad, hoy reunidos —en gesto desafiante ante tanta moda tecnológica que no hace más que alienar y dominar— en torno a un clasicismo epistolar que no cesa de proliferar; ni en adherir a muchos de los grupos de apoyo al gobierno en Facebook, ni en mandar nuestras fotos al Club de la alegría de 6, 7, 8. Ocupamos, además, nuestros jueves, viernes, sábados, domingos y lunes bancando con ahínco el “Fútbol para Todos”, al tiempo que dejamos de comprar Clarín y borramos de nuestro control remoto el canal 11 (donde está TN), el 12 (que es, en realidad, el 13), el 2 (porque es de De Narváez), el 3 (Crónica, porque es una grasada), el 14 (Magazine, porque es de Clarín), el 17 (TyC Sports, de Clarín), el 18 (TyC Max, de Clarín), el 35 (Volver que es de Clarín), el 60 (Ciudad Abierta, porque es de Macri) y tantos otros que no viene al caso detallar.

Queremos decir, entonces, que somos marxistas-kirchneristas (como Carlos Heller, como Martín Sabbatella, como Marcelo Fernández); y que, en tanto tales, nos sentimos obligados a presentar a debate público nuestras consideraciones en torno a la contradicción principal que estructura políticamente nuestro presente histórico. Pero antes de entrar de lleno en este tópico, demos un petit rodeo.

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Domingo 20 de junio. En diversos puntos de este cuerpo celeste al que sin mucha originalidad dieron en llamar “Tierra” se festeja el Día del Padre (o Día de los Padres), sobrio ritual mediante el cual la sociedad toda ofrenda con los más variados regalos (en nuestro caso, sirva de ejemplo, nos agasajaron con una salida de baño y con unas inmejorables pantuflas) a quienes tienen la ventura de gozar de esa condición. En esta ocasión, además, la mencionada festividad adquiere un tinte particular debido a que celebra su Centenario. Efectivamente, cuenta la leyenda que el referido Día nace un 19 de junio de 1910 cuando Sonora Smart —oriunda de Spokane, una zona rural en Washington— honró a su padre, Henry Smart, veterano de la guerra civil, viudo y portador de seis críos­. Algunas décadas después, en 1966, el presidente Lyndon Johnson oficializó el Día del Padre como festividad nacional el tercer domingo de junio. Y de ahí, al mundo.

Mas no miremos el pasado, sino el presente; no nos extraviemos en territorios foráneos, sino concentrémonos en nuestro terruño. Del franco y cándido homenaje con el que una agradecida Sonora enalteció a su prolífico padre a la inmejorable ocasión para que todos y cada uno de los elementos racionales de este poco trascendente punto del globo pongamos a circular parte, en muchos casos significativa, de nuestros precarios salarios en función de adquirir y luego obsequiar alguna baratija. Así, distintos estudios de marketing and publicity señalan que para este Día del Padre hubo en la Argentina una “explosión de ventas”, que en los presentes que distinguen a la mencionada celebración la gente gastó el doble que el año pasado (el precio promedio (¡promedio!) gastado fue de 150 pesos, cuando el año pasado había sido de 75). Electrónica e informática (LCD, notebooks), ropa deportiva y todo el merchandising de la Selección Argentina fueron los rubros destacados. Pero los televisores LCD (que cuestan de 4.000 a 15.000 pesos) fueron, sin duda, la estrella de esta orgía de consumo: el furor de las promos  (“Hoy la gente compra promociones”, sostienen los comerciantes) y las 50 cuotas parecen ser los elementos claves de esta situación. Acontecimientos dispares (como el Bicentenario y el clima festivo por el Mundial de fútbol) reforzaron esta tendencia. Reina la buena onda entre la gente y eso, parece, empuja las ventas: “Por el buen ánimo que dejó el Bicentenario y ahora con el Mundial hay más ganas de festejar el Día del Padre y de comprar”, explican.

El vínculo entre “buen ánimo” y “consumo” no deja de ser significativo: si en alguna parte de este mismo blog se destacaba la buena onda como motor de la política, acá pareciera devenir base espiritual de la mercancía, estímulo del gasto y condición del hiperconsumo de masas. Una multitud alegre y festiva que desborda los shoppings.

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Demos un paso más y aproximémonos al problema que queremos afrontar. Hace ya un tiempo que comenzamos a sospechar que la principal base de legitimación del kirchnerismo no es la política de Derechos Humanos ni el descuelgue del cuadro de Videla, no es la sin duda interesantísima Ley de Radiodifusión, ni la fundamental Asignación Universal por Hijo, tampoco la creación de cooperativas, ni el fútbol gratis, aunque todas estas medidas aporten su granito de cal en esta construcción. La principal base de legitimación del gobierno popular es su innegable capacidad —desde hace ya más de siete años— para  posibilitar el consumo y el hiperconsumo. Este es, nos guste más o menos, su as de espadas, su verdadero talismán. Una de esas verdades límpidas, diáfanas, que parece estar más allá de la crispación, más allá del conflicto con Clarín y con el campo, más allá de los discursos de izquierda y de derecha, más allá del Bicentenario y del Mundial, más allá del bien y del mal.

Es en este marco, además, donde el kirchnerismo deviene verdadero movimiento de masas, donde la movilización se vuelve constante, sistemática, fluida. Se mueve pueblo, energía, deseos, dinero. Quizá sea una imagen algo distante de aquella del proletariado organizado. Tampoco coincide con la de nuestros cabecitas negras vislumbrando su primavera con las patas en la fuente ni con la de las nutridas columnas de la gloriosa JP que, en los primeros años del ’70, hacían estallar la Plaza y vibrar el balcón. Quizá poco quede de aquello. Pero el movimiento… pero el movimiento es incesante y rabioso: los shoppings estallan de deseantes masas populares.

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El Yin y el Yan, el Sol y la Luna, el Hombre y la Mujer: pareciera que la naturaleza misma organiza su equilibrio a partir de pares opuestos. Así, como contracara maldita de esta fiesta, de esta verdadera fiesta popular, parece crecer la insatisfacción y la soledad. Estudios tan sensatos como los anteriores (que incluyen, por ejemplo, al mismísimo Ministerio de Salud de la Nación) señalan que en los últimos años aumentó significativamente el consumo, pero, en este caso, el consumo de pastillas para “rendir más y sentirse bien”.

"Los argentinos indicamos, sugerimos, aconsejamos, prescribimos y convidamos medicamentos. Así, se suele tomar una píldora para dormir y otra para despertarse, una para estar activo y otra para estar tranquilo, una para vivir y otra para morir, una para el estreñimiento y luego otra para la flojedad".

Sedantes, diuréticos, antidepresivos, ansiolíticos, polivitamínicos: en los últimos cuatro años las ventas de estos fármacos aumentaron un 20 por ciento y sólo en el último año se comercializaron 48.682.392 cajas de este tipo de medicamentos. “Al Rivotril, por ejemplo, ya se lo consume como si fueran pastillas de menta. Y es una droga muy adictiva", confesaba un mortificado farmacéutico.

La Argentina feliz y empastillada. El imperativo categórico sé feliz insiste en cada momento, en cada instante de nuestra vida. El consumo se expande hasta ocuparla por completo. La insatisfacción viene por añadidura. El malestar duele en el cuerpo. La industria farmacéutica procura neutralizar el dolor. La tristeza. La ansiedad. La soledad. Y hace negocios.

Ya lo dijo el Gran Timonel: existen muchas contradicciones en el proceso de desarrollo de una cosa compleja como el proceso de transformación al que estamos asistiendo, pero, entre éstas, una necesariamente es la contradicción principal (dado que su existencia y su desarrollo determina o influencia la existencia y el desarrollo de las demás), contradicción que mina por dentro la transformación. Sospechamos que nuestro gobierno popular está entrampado en esta situación, acorralado en un callejón sin salida: buena onda, consumo intensísimo, empastillamiento popular. ¿Cuál será la salida? ¿Cómo torcer un rumbo que parece irrevocable?

Horacio Tintorelli
(un kirchnerista en contradicción)