¡El periodismo ha muerto, vivan los periodistas!



Entre las cosas que se creían perimidas hace apenas unos años, estaba la legitimidad del periodismo. Su rol y su autoridad estelar. Algunos, incluso, se animaron a decretar su fin a manos de las nuevas tecnologías (proliferación de blogs, cronistas amateurs y nuevos soportes de escritura e información). Esa figura tan mitológica y moderna del periodista -que va del militante heroico al analista político y del trabajador de prensa al opinólogo tout court-, asentada fuertemente en el brillo de un nombre y en la firma como marca, parecía no resistir al tembladeral de la crisis de la representación. ¿Por qué creer en un yo que enuncia y que pone su trayectoria individual como capital de su modo de decir? Fue entonces -insisto: hace apenas unos años- cuando los periodistas se quedaron sin saber qué decir/escribir, desconcertados ante su propia incapacidad para leer lo que pasaba en las calles, teniendo que acudir a alguna novedad rápida de las ciencias sociales para explicar, por ejemplo, qué eran los nuevos pobres o por qué los jóvenes se resistían a la disciplina laboral. Surgieron entonces experiencias de crónica e investigación (más o menos) novedosas, (más o menos) colectivas, pero que sin dudas desafiaban al mundo periodístico y sus jergas.Hoy, sin embargo, han vuelto al estrellato. Con todo. De un modo que ni ellos mismos se lo esperaban. Hoy con decir un par de apellidos de periodistas famosos alcanza para trazar el ring de la discusión ideológica. Con otro par de apellidos parece que se logra explicar el conflicto de la propiedad de los medios de comunicación. Y tal vez con otros dos se resume los debates que a algunos intelectuales les llevaría páginas y páginas elucidar. Ni hablar de aquellos que, en el súmmun del fragor de la profesión, devienen verdaderos líderes de masas y bajadores de línea profesionales, organizando -como nunca llegaron a soñar- la percepción de muchos televidentes y lectores, en un verdadero trabajo de esclarecimiento veloz. Así el campo queda dividido. Todo queda prolijamente delimitado. ¿Es antagonismo? Ni siquiera. Porque repone los lugares más clásicos de enunciación como si nada hubiese pasado para llevarlos a la crisis. Periodismo, y del televisivo: nueva religión. Al fin podemos superar la mera apariencia del mundo y acceder a una verdad en la que creer. Al fin podemos creer. Una pena que creer sea, en esta nueva religión, creer en los hechos.¡El periodismo ha muerto. Vivan los periodistas!
ALAN FONSECA