Contracoherencia // Diego Sztulwark
Se anuncia hoy en los diarios una nueva ofensiva del
gobierno nacional y los sectores conservadores de la política, el empresariado
y la Iglesia Católica contra las conquistas y la simbología de los derechos
humanos. Desde el último 24 de marzo esta tentativa fue constante y
negacionista. Así lo muestra la estúpida discusión sobre el número de
desaparecidos. Esto fue así hasta que 500.000 personas rechazaron en las calles
el fallo de la Corte que aplica el 2 x 1 a un genocida. ¿Qué pretenden los
impugnadores de los movimientos de derechos humanos?
Una primera respuesta es
que el gobierno de Macri considera los derechos humanos una bandera del
kirchnerismo, adversario político a quien desea debilitar. Se trata de una
respuesta escuálida y miope, no importa lo difundida que pueda estar entre unxs
y otrxs. Si una premisa efectiva se verifica en esta historia es que los
derechos humanos constituyeron la única respuesta certera contra el terrorismo
de estado, que no es cosa del pasado sino fundamento del orden económico y
político vigente durante la posdictadura.
Lo que llamamos derechos humanos en
la Argentina es, como todos sabemos, el tejido de una densa historicidad urdida
por familiares, sobrevivientes y activistas de toda clase que durante décadas
hicieron un trabajo ético fundamental en torno a la memoria, la verdad y la
justicia. Lo que está en cuestión, en ese tejido, es su capacidad de extenderse
a trevés de diferentes capas de la sociedad, acogiendo diferentes luchas -como
sucedió con el movimiento piquetero y las demás figuras de la crisis del 2001.
Ese tejido, principal experiencia democrática en la vida del país durante las
últimas cuatro décadas, ha dado muestras de una cierta irreversibilidad (¿no es
esa, al menos, la impresión al ver a los hijos de los represores comenzando por
fin a decir en público su verdad?). Quizás haya derecho a creerlo, después de
todo estos más de 40 años de grandes manifestaciones colectivas de justicia se
hicieron desde posiciones minoritarias, y la enorme mayoría del tiempo contra
los partidos políticos y el estado.
Lo
primero a comprender, entonces, es porqué se ataca ahora esta experiencia
colectiva de justicia. Imposible responder sin incluir en el razonamiento el
modo en que los últimos años se discute la cuestión de los derechos humanos
como ligada al kirchnerismo. El kirchnerismo es un capítulo innegable en esta
historicidad, fue la compleja experiencia de articulación, en una zona común,
entre gobierno y buena parte de los organismos. En lo que de esa zona aparezca
como sospechoso para el paradigma de transparencia empresarial persecutoria, el
gobierno actual previsiblemente golpeará con contundencia.
El símbolo mayor de
esa estrategia es la prisión de Milani que se produjo durante el actual
gobierno y no cuando correspondía: durante el gobierno de Cristina, cuando era
jefe del ejército y se lo acusó en causas de Lesa Humanidad. Por innegable que
el kirchnerismo sea en esta historia (el apoyo a los juicios, la exEsma, etc) no
conviene confundir los términos y hacer de esa parte (el kirchnerismo) un todo
(el movimiento de derechos humanos). Esa operación de reducción de un proceso
siempre más complejo, rico y abierto a uno de sus momentos es exactamente la
operación que lleva a cabo el macrismo. ¿Quién sino el gobierno actual se
interesa más por esta sustitución que encierra el potencial de las luchas de
los derechos humanos en una expresión política particular?
Si a alguien le
interesa plasmar la ecuación derechos humanos igual kirchnerismo es al propio
macrismo. Es preciso entonces enderezar el razonamiento: el verdadero enemigo
de la derecha argentina no es el kirchnerismo, sino esta historicidad de las
luchas por la memoria, la verdad y la justicia y su capacidad de expandirse a las luchas sociales. Es a esta historicidad a la que se apunta y a la que se
quiere quebrar. Lo que se pretende desmontar es la dinámica abierta desde una
sensibilidad apta para reunir diferentes luchas populares en torno a un mandato
común frente al estado.
La plaza contra el 2 x 1 –tan conectada con la marcha
del 3 de junio ni una menos- ha corroborado que ese fenómeno de sensibilización
se encuentra vigente a pesar de todo (¿más vigente que nunca, incluso?).
No es
contra el kirchnerismo que apunta el gobierno, sino contra esta historicidad. Y
la razón de este ataque es, después de todo, bastante clara: el neoliberalismo -que no es, por cierto, patrimonio del marcismo- es centralmente competencia, exclusión,
empresarialidad, goce centrado en el narcisismo y violencia. Su instauración
pone en acto lo que Rita Segato ha llamado una “desensibilización” de las
personas respecto de lo otrxs y por tanto de lo colectivo como tal.
La percepción
que las derechas (no solo el macrismo, por supuesto) tienen del peligro de las
luchas de la memoria, verdad y justicia y su poder de expansión es correcta y
no obedece solo al pasado sino sobre todo al presente. Su intento de
desactivarlas guarda una profunda coherencia. La plaza contra el 2 x 1, la
marcha del 3 de junio muestran la vitalidad de una contracoherencia que no se
las hará nada fácil.