La llegada de Temer: radicalización conservadora y fin de ciclo // Salvador Schavelzon


Impeachment e indefinición desde arriba

La situación política en el Brasil después de la destitución de Dilma Rousseff parece indicar que ya no será el Partido dos Trabalhadores (PT), quien administrará el difícil momento económico abierto en el capitalismo brasileño. Después de ocupar ininterrumpidamente la presidencia desde 2003, el PT siente el vértigo de su propia debilidad, sin haber podido resistir a la operación política iniciada por un grupo de políticos de poca monta, antes sus aliados, que se concreta como Impeachment y cambio de gobierno. Una época de comando conservador del Estado, deberá encontrar formas nuevas de resistencia, y un camino donde los grandes problemas del país puedan ser efectivamente abordados.

Un quiebre en el sistema político parece haberse cocinado por años, mientras la gobernanza neoliberal, como forma principal del reaseguro político de las elites, se volvía inexorable para la derecha y la izquierda estatal. No se trata de decretar la muerte de un partido, que continuará actuando y muy posiblemente también formando parte de gobiernos. Se trata de registrar un fin de época que concluye llevando a la marginalidad la forma de entender la política de quienes fueron sus protagonistas. La salida del PT es una derrota para los más pobres. Pero su permanencia no garantizaba un freno para recortes que castigaban especialmente las áreas sociales, y así se abre un problema más complejo que el de resistir a las políticas de Temer. Se debe construir un contrapoder descuidado en tiempos de progresismo.

El momento actual es el de un nuevo gobierno que combina políticos ideológicos conservadores alineados con intereses empresariales; políticas autoritarias y elitistas para cada uno de los ámbitos de actuación; alineados con voces de la derecha policial, en guerra contra los más pobres y criminalizador de manifestantes; además de posturas religiosas distintas iglesias contra derechos de mujeres y minorías. El cuerpo en que esa coalición que confluye en la defensa de un programa de retrocesos neoliberales, se sostiene es una clase política crecida a la sombra de un Estado de cargos repartidos, pequeños y grandes negocios y privilegios, hoy con Temer, ayer con Dilma y mañana con cualquiera que ocupe la presidencia.

El bloque a favor de la destitución de Dilma fue articulado con la participación de partidos que co-gobernaban con el PT y otros que se habían mantenido en la oposición. Sorprendería la facilidad con que después de 13 años en el poder el partido en la presidencia no tendría a su alcance recursos políticos ni institucionales para hacer valer un reciente triunfo electoral. Es factible que entre los factores que impulsaran a los operadores del Impeachment se encuentre la búsqueda de impunidad en causas abiertas por corrupción, que también afectaban al PT[1], pero el cambio de gobierno parece hablar de una grieta más profunda.

Los parlamentarios comprometidos y asociados a las agendas reaccionarias como las identificadas con la bancada “BBB” (en referencia a Bala, Boi [ganado vacuno] y Bíblia)[2], encontraron en la debilidad política de Dilma un atajo para asaltar las instituciones. Pero mucho más que de manipulaciones de reglamento, la destitución consistió en alinear pulsiones de impunidad y privilegio con el carácter conservador mayoritario en la composición de la legislatura nacida de las últimas elecciones. Este voto conservador, unido a una crisis en la izquierda, indica que la situación actual no es de alternancia entre un bloque de izquierda y otro de derecha.

En el nuevo gobierno, tendencias de intereses diversos, pero ya sin sindicatos ni movimientos en la mesa, buscan por estos momentos un punto de ebullición, aún no definido entre las distintas familias del poder, que no se puede decir que estén de vuelta porque, en rigor, nunca dejaron de participar de las decisiones y rumbo estratégico del gobierno. Mientras no está claro quien tomará la delantera en un momento que se propone achicar el Estado y profundizar reformas solicitadas por los “agentes del mercado”, se acerca al año electoral de 2018 sin claridad sobre el cuadro político que irá a surgir.

El actual gabinete sin mujeres, ni negros, ni jóvenes, y ya con tres bajas debido a causas de corrupción, no aspira a continuar como gobierno después de elecciones en las que Temer no tendría posibilidades y talvez ni siquiera habilitación por parte de la justicia electoral. Según sondeos de opinión, la realidad política es que la mayoría de la población fue favorable al Impeachment de Dilma, pero no apoya al gobierno nacido de tal destitución[3]. Haciendo virtud de esa imposibilidad, su gobierno se atribuye a sí mismo la tarea de efectuar medidas impopulares sin objetivos electorales de corto plazo que podrían desviarlos de esa tarea.

La candidatura que nazca del actual gobierno, buscaría entonces un nombre que pueda dar al programa de reformas la legitimidad de la que Temer carece. Por el otro lado, el PT buscará ser el eje de estructuración de una candidatura contraria al gobierno que lo sucede. Pero después de que consignas pidiendo nuevas elecciones o la vuelta de Dilma mostraron ninguna adherencia en la sociedad e inviabilidad en el sistema político, la debilidad como fantasma que sobrevuela al PT, y que llevó al Impeachment, muestra su consistencia. Todavía no hay actores de peso que capitalicen la salida del PT, como parte de una clase política desprestigiada. Pero el momento nuevo ya está abierto.

En lo electoral, las pesquisas muestran que Lula haría una buena elección en primera vuelta, aunque su posibilidad de disputar tampoco está garantizada por la justicia electoral. Por otra parte, Marina Silva, del partido Rede Sustentabilidade, se impondría frente a todos los hoy potenciales candidatos en un eventual segundo turno, según encuestas[4]. Lo cierto es que, aunque es mucho el trecho a recorrer hasta las nuevas elecciones, tanto en términos del gobierno resultante de lo que se puede entender como nacido de un parlamentarismo de facto, como en términos electorales, los dos partidos que comandan el país desde 1995 están desplazados.

El PSDB y el PT, que se repartieron casi en partes iguales la totalidad de un electorado de cerca de 100 millones de votantes poco tiempo atrás, en las elecciones de octubre de 2014, hoy tienen a los protagonistas de esa disputa, Dilma y Aécio[5], ausentes o sin chances en cualquier posible futuro escenario electoral. Un Brasil del norte y nordeste que podría reconocer la importancia de políticas sociales legado del ciclo económico de crecimiento, y donde el PT o sus aliados mantendrían relevancia, no podrían con el Brasil del centro y sudeste, dominante demográfica y políticamente, donde la imagen de un PT corrupto llevó más personas a la calle que la denuncia de golpe de Estado en curso.

Ahondando en el posible cambio de ciclo, sin embargo, para analizar una crisis en el plano de la representación política y de los principales partidos que gestionaron el país nacido de la Constitución del 88, es necesario superar el plano de la medición de candidatos. En el caso del PT, es justamente la entrega de un movimiento político con muchas ramificaciones y millones de simpatizantes a los especialistas de marketing y al financiamiento empresarial, donde radica su debilidad y ocaso como instrumento político de los de abajo.

La fuerza del PT en el nordeste, donde antes se votaba a la derecha de señores territoriales, habla del impacto socioeconómico positivo asociado al lulismo, con mucha presencia de políticas de transferencia de renta, que mejorar la situación de la región. En términos de proyecto político de movimientos sociales o representación de las mayorías, sin embargo, allí tampoco hay señales de vitalidad o regeneración política con espacio para la participación y construcción de una sociedad más justa. Aún donde el apoyo electoral fue mayoritario, el PT no deja de avanzar por el camino de fortalecimiento de la máquina electoral y de participación en el Estado en detrimento de la influencia de la militancia o las bases. La falta de cambios estructurales, y un vínculo del Estado con los gobernantes que no difiere de la lógica tradicional, explican que el triunfo con más del 70% en el nordeste que permitió la reelección de Dilma, se haya esfumado en la evaluación negativa, que también alcanzaría a Lula cuando la crisis y las políticas de austeridad se anunciasen.

Marina Silva no mostró por el momento estar dispuesta a desprenderse de los intereses políticos que gobiernan hace tiempo independientemente del PT y el PSDB: la gobernanza financiera y neoliberal, los lobbies empresarios y religiosos que supieron neutralizar al PT y que dictan los pasos del nuevo gobierno. Su capacidad para formar un gobierno de perfil propio todavía no se ha probado en el final de ciclo que ha llegado, aunque su abertura a asumir causas como la ambiental, indígena, y de crítica al desarrollo más brutal, que el PT no puede ya hacer suyas, puede que la convierta en un actor de influencia creciente en el juego político de los próximos años.

Sin nuevos referentes ni movilización social, con un PT claudicante y sin palabras para recuperar su lugar conducción fuera del gobierno, dan lugar a un vacío que puede entenderse como distancia entre la clase política y la población en general. Es de esa forma fue posible un paso a primer plano del PMDB, partido de las sombras y cloacas de todos los gobiernos desde la democratización, que ya tienen sobre la mesa un plan de acción accesible, en la medida en que no indispone ningún sector del poder y desarma el Estado afectando a los ya castigados por el modelo que estaba en marcha.

El nuevo momento político fue evidente ya en junio de 2013, cuando tuvieron lugar manifestaciones multitudinarias sin precedentes en centenas de ciudades contra el aumento del precio del transporte decretado por los gobiernos locales de todo el país, y donde el reclamo por derechos sociales era tan altisonante como la impotencia para interpretarlos de los gobiernos formados por los partidos del viejo ciclo. Junio de 2013 pudo haberse constituido como nuevo centro político que abriera un ciclo de profundización de reformas, pero se recluyó ante el paso a primer plano de la dinámica política con foco en el impeachment. Al mismo tiempo, la única reacción desde el gobierno federal consistía en sobreactuar un aleccionador rechazo a cualquier deseo de reforma, con llamada para la represión de la protesta y ajuste, como salida presentada como inexorable.

Si las calles de junio hicieron la lectura más sana del fin de un ciclo, sería el Impeachment quien lo aprovecharía en primer instancia para traducir institucionalmente el agotamiento de las fuerzas políticas gobernantes. Entre el pedido de más derechos en las calles, y una nueva articulación política que busca profundizar el ajuste que ya había sido iniciado, sólo queda claro que un modelo político está acabado. La dominancia de los protagonistas de un Brasil que nace de pactos constituyentes en los 80 sin desplazar totalmente a los grupos de poder de la dictadura, se muestra artificial y neutralizada.

El país del ‘88 que se va

La promesa de Lula en 2002, en la “Carta a los Brasileños”, de que mantendría las cuentas públicas y la inflación controladas, con estabilidad económica y “responsabilidad”, se traduciría en la no modificación de los lineamientos de la economía neoliberal establecida en los 90, en un proceso político sin rupturas, pero que pudo abrir cierta disputa y capacidad de acción en su interior. Ya en 2003 el PT se mostraría como articulador de un centro político que definiría una izquierda disidente que quedaría como voz marginal, y una derecha que buscaría imponerse e influenciar desde adentro del gobierno de coalición, a sabiendas que el triunfo electoral le sería inalcanzable.

El gobierno del PT exploraría las posibilidades y límites de lo que se conoció como “pacto lulista”: un modelo donde se proponía que tanto los trabajadores como los empresarios serían beneficiados, por el camino de la apertura para inversiones, el fomento estatal al sector empresario, y un interés por lo social. Si bien reformas importantes que mejoraran un paupérrimo sistema educativo, de salud y de desigualdad en el campo, y aunque hoy es difícil sostener que una nueva clase media fue consolidada, como buscaba instalar la propaganda oficial, por ese camino se redujo la pobreza y la extrema miseria, se amplió el acceso a la universidad y se iniciaron políticas de cultura innovadoras, mientras indígenas y pequeños productores rurales no eran solamente desplazados, sino que también accedían a derechos.

En el último tiempo, coincidente con la presidencia de Dilma, pero que mantenía a Lula y al PT en el armado de articulaciones conservadoras, ese modelo perdería la capacidad de contentar distintos actores políticos, y sólo avanzaría en una dirección de clausura de derechos. Perdería su ambigüedad. Un mundo formado en la oposición entre el PSDB y el PT, y un lenguaje donde privatizaciones y mercado se oponían a lo social y al desarrollo, dejaba de tener correlato con la realidad, aunque volvería a instalarse en las elecciones de 2014 y con la denuncia de la salida de Dilma como golpe de Estado. Más que un impasse o cambio de correlación de fuerzas, sin embargo, lo que parece en juego es que la comparación entre esos dos modelos puede no ser más el punto crucial ni la mejor forma de describir el cuadro político actual.

Hay un hecho de la realidad política que no puede ser dejado de lado: sólo un camino conservador parece tener coherencia política para instalarse. Un arreglo de piezas y discursos políticos que tenía al PT en el centro se termina, cediendo lugar a un avance conservador que sin embargo no se constituye todavía como nuevo modelo. El empoderamiento de actores que ya circulaban por el Palacio Planalto, puede prescindir del marco presentado como conciliación, pero no hace más que dar viabilidad al programa presentado por Dilma Rousseff a inicios de 2015, en un episodio que quedó cristalizado con claridad como mentira electoral, cuando poco después de ganar la elección en que el PT logró imponerse como candidatura contra el ajuste, el gobierno daría media vuelta e iniciaría la implementación de “políticas de austeridad”. La elección del banquero Joaquim Levy en el ministerio de hacienda, entregaba el comando de la economía al que poco antes era responsable del programa de campaña del candidato derrotado.

Es que el fin de época no tiene que ver con una comparación de legados o, incluso, voluntades y trayectorias, como sostiene el apoyo al gobierno saliente y cierta oposición al gobierno de Temer que se empeña en clausurar cualquier discusión o mirada crítica sobre las bases frágiles en que se apoyaba el progresismo. Esta es una discusión en la izquierda, incluso entre quienes fueron parte o apoyaron la agenda que el PT pudo ciertamente representar. Cuando las posibilidades de conducir un proceso de profundización democrática y de reformas se substituye por el programa neoliberal de recorta sobre asalariados y pobres, se impone el fin de un proyecto político con raíces en las huelgas del final de la dictadura y adaptado al capitalismo en los ’90, hoy golpeado desde la derecha con la que la cercanía en términos de lógica de funcionamiento ya es innegable.

Parece claro, así, un movimiento en tres actos iniciado por un desvío, interrumpido por una llamada de atención desde las calles, y la sustitución de piezas para continuar por un camino ya anunciado, pero con cualquier posibilidad de reacción mucho más alejada. A pesar de que bajo ningún concepto se puede decir que Dilma Rousseff fue insubordinada a los dictados de arriba para recortar derechos por abajo; la forma en que el PT sale del poder no parece indicar que su vuelta será posible próximamente, por lo menos por el camino que hasta ahora recorrió. Junto al PT, la misma crisis se percibe entre los sectores sociales que acompañaron como aliados que no han podido construir una posición autónoma cuando sus históricas demandas eran abandonadas.

La incapacidad de reacción en la actual coyuntura, también se extiende a organizaciones sociales que acompañaron la transformación del PT en un actor gubernamental. El Movimiento Sin Tierra (MST) se encuentra con dificultades de encabezar un ciclo de protesta, después de haberse recluido en los gobiernos del PT, aun cuando la reforma agraria sólo avanzaría según las necesidades del agro-negocio, o se interrumpiría totalmente, durante el gobierno Dilma. Lo mismo con un sindicalismo que había sido novedoso y revitalizador. Voces políticas de la cultura y el trabajo inmaterial con quienes el PT también construyó una relación desde el Estado, alzaría su voz contra Temer, pero no haría una lectura del fin de una época, tal como vemos en su incapacidad para reaccionar cuando el ministerio de cultura sufrió un recorte del 50% del presupuesto, como parte del ajuste iniciado en 2015 por Dilma Rousseff.

La debilidad política que hoy se evidencia ante la dificultad de enfrentar las medidas de Temer, se relaciona con la pérdida de autonomía y no es ajena a la presencia del PT en el gobierno. En esa época, permitió que organizaciones políticas y militancia “gobernista”, mantuviera silencio frente a proyectos como la represa de Belo Monte[6] y otras obras de gran impacto, indefendibles desde ningún punto de vista que no sea el de la transferencia de recursos públicos a manos privadas. Tal cooptación de las fuerzas sociales en un proyecto ajeno, es lo que muestra el fin de época que requerirá reagrupamiento y creatividad política para aprender a situarse en una nueva coyuntura.

De salida, el progresismo recuerda la influencia de los grandes medios de comunicación. Pero como en otros ámbitos, quizás sea tarde cuando no se buscó funcionar desde otra lógica. El lugar privilegiado que tienen para el progresismo el análisis de la manipulación de la prensa, sin duda un factor en la erosión de su vínculo con la población, no sólo deberá responder el sentido de financiar ampliamente con pauta oficial a la prensa conservadora[7], sino también abrir la discusión de porqué la comunicación progresista hacía oídos sordos a medidas regresivas que hoy son denunciadas, pero que se dejaban avanzar con indiferencia cuando sus impulsores eran del gobierno anterior[8].

Radicalización conservadora e impotencia del PT

Al atrincherarse en la defensa cínica y pragmática de lo que sería una diferencia en el grado del ajuste, o en el vínculo con una historia, que ya no podía ofrecer conquistas sociales ni garantía de mantener en pie lo conseguido, se fue permitiendo la neutralización de resistencias a un proceso en que era el gobierno progresista introducía políticas conservadoras sin reacción. Pero a diferencia de otros países latinoamericanos donde todavía las fuerzas progresistas protagonistas de la década anterior –se encuentren o no de salida– representan la posición de la gente contra el ajuste y el ataque a los sectores más vulnerables; o represente conquistas de la memoria y la organización popular (y aunque en esos lugares el avance conservador en el seno del progresismo no sea para nada ajeno), en Brasil el PT no sale derrotado por haber intentado un camino alternativo al recetado por los intereses del gran capital. Es ese posicionamiento, comprobado una y otra vez en la historia reciente, lo que obliga a ubicar al PT en el campo del poder, instaurando en su lugar instaura un vacío.

Por un camino que se profundizará en el nuevo gobierno, en lo que debe verse como una radicalización conservadora antes que un punto de inflexión, vemos demarcarse una nueva época, en la medida en que la neutralización del PT hace que las nuevas luchas sociales busquen hoy nuevas referencias. Es el resultado de una larga lista de auto-golpes, como el reciente impulso a privatización de la salud pública y de explotación de áreas petroleras (con senadores del PT votando la entrega de nuevas reservas junto al PSDB); o la desvinculación de recursos del Estado para cumplir con gastos sociales, según el proyecto impulsado por el gobierno de Temer, pero que comenzó a circular como propuesta del PT[9].

El último PT de gobierno también defendería propuestas de reforma jubilatoria con aumento de edad de retiro; y concretaría la derogación de legislación que resguardaba conquistas laboristas de la década del 40. Siguiendo una agenda internacional conservadora, se avanzaría en la criminalización de protesta con legislación “anti-terrorista”; y pondría al Brasil en el mapa de los peores conflictos ambientales del mundo, como parte de una concepción de desarrollo que además fue incapaz de reaccionar contra los responsables de desastres naturales prevenibles[10].

Quien continuará la tarea de implementar el ajuste y una política “de austeridad” será un gobierno que nunca hubiera conseguido alcanzar la presidencia por el voto. Pero aunque muy probablemente no será Michel Temer el que transite el momento que se abre, después de las elecciones de 2018, parece menos posible un retorno al proyecto hoy desalojado por un agotamiento que viene de su interior, y que no se puede atribuir al desgaste, sino a la propia concepción política, o cooptación por parte de visiones empresarias, como queda claro en el proyecto de país emprendido antes de la crisis, con opción tecnocrática por un desarrollo capitalista apoyada en grandes grupos empresarios, y empeñada en la creación de otros.

El cuño antidemocrático, que es la marca de la nueva época, se constata en lo político con candidatos dependientes del apoyo empresarial, sabe eludir la decisión popular con mentiras electorales o despolitización generalizada, y avanza en un modelo de desarrollo que destruye todo lo que no se adapte a una civilización de consumo. La clausura a conectarse con expresiones de un Brasil menor, de las diferencias y territorios existenciales, muestra al PT como parte de una máquina que puede llamarse democrática, pero impone privilegios e injusticia, y es menos herramienta de la gente que del gran capital.

El modelo de desarrollo, cuya participación en su gerenciamiento llevó a Dilma Rousseff a ser la candidata elegida por Lula para sucederlo[11], es compartido por el gobierno Temer, beneficiado de la destitución después de haber aprovechado un empoderamiento resultante de la estrategia de alianzas del propio PT. Estas alianzas permitieron a Eduardo Cunha llegar presidir el congreso y a Michel Temer ser segundo en la línea sucesoria, ratificado en ese lugar por el mismo caudal de votos que llevó a Dilma a la presidencia. Fue la respuesta con que el PT se adapta a un sistema “presidencialista de coalición”, que en el primer gobierno de Lula dio lugar al escándalo de Mensalão, por compra de votos a parlamentarios de partidos chicos, y que da cuerpo a la demanda de una reforma política, atrás de la cual el PT y parte de la izquierda busca encontrar espacio para rearmar un proyecto político.

La cercanía del gobierno saliente y entrante queda evidente si enfocamos en los propios actores que saltaron de un gobierno a otro. Un alto porcentaje de ministros de Michel Temer también lo fueron en los gobiernos del PT[12]. Otros participaron de la base de apoyo en el parlamento, y el ministro de economía de Temer, Henrique Meirelles, que hoy es adalid de los recortes, fue presidente del Banco Central escogido y elogiado por Lula, que también lo propondría para ocupar la cartera de economía en el segundo gobierno de Dilma, y que hoy es quien se encarga de articular las propuestas de recorte social, profundizando lo promovido por el anterior gobierno.

Esta continuidad permite no extrañarse ante la circulación jocosa, en la prensa y las redes sociales, de desafíos en que era difícil descubrir si ciertas declaraciones o medidas antipopulares provienen del gobierno de Dilma o del de Temer[13]. Hay una unidad en la clase política brasilera, de la que el PT forma parte a pesar de un origen como instrumento político de los trabajadores y la izquierda, décadas atrás. Así, los líderes del PT no sólo son protagonistas de escándalos de corrupción relacionados con obras públicas y dinero para elecciones. El PT comparte con los partidos que fueron parte de su base o que estaban en la oposición, una misma lógica de gobierno. El gran partido de la izquierda brasileña, dicho de otro modo, no es hoy una herramienta de transformación.

El fin de época es así un proyecto implementado por propia visión política, combinada con un sentido común al que el comando del Estado -o de este Estado, corrupto por naturaleza- es lo que marca el fin del PT como fuerza política de cambio. Cuando hubo realmente una movilización popular, de composición joven, popular y con demandas progresistas, en cambio, no sólo perdió la oportunidad de comunicarse con nuevos movimientos horizontales y en red que mostraban que las calles exigían un cambio, sino que dio incluso la espalda a la vieja concepción de participación social y cercanía con movimientos de donde nace el PT.

Entre la corrupción y el golpe: junio de 2013

Señalar la continuidad de las políticas actuales con las iniciadas por el PT, no busca un juicio moral a los caminos de cierta izquierda, y tiene el sentido de evitar dos marcos explicativos que, acomodándose a una disputa mediática que da continuidad a las estrategias del marketing electoral, deja de lado la necesidad de pensar a partir de un fin de época. Tanto el foco en la corrupción, principal script de los grandes medios, como una grandilocuente denuncia de un golpe que no es acompañada de las acciones que tal acontecimiento exigiría, dejan de lado la gravedad de la naturalidad con que tanto el gobierno de Dilma Rousseff como el de su sucesor, asumen la necesidad de un ajuste sobre los más débiles.

Otro camino, que toma nota del fin del Brasil del PT, probablemente junto con el de su rival histórico, el PSDB, exige pensar en las jornadas de movilización iniciadas en junio de 2013, cuando los problemas de un consenso transversal a toda una clase política enclaustrada, se mostró unificada en una respuesta de represión y promesas de reforma que no se llevarían adelante. Más que alternativas electorales, para situar el centro de la nueva época tenemos las reformas conservadoras, y la resistencia de un nuevo sentido común que salió a las calles.

El primer marco interpretativo que es necesario dejar de lado para entender los movimientos tectónicos de hoy cuando se analiza el impedimiento constitucional de la presidenta, es el énfasis exclusivo en los escándalos de corrupción que involucraban al PT. Este lugar común de los grandes medios y buena parte de la clase media, pero con efectos en todas las clases, permitió la convocatoria de movilizaciones con millones de personas pidiendo la salida del Dilma y dirigidas contra el PT. Se conectan con investigaciones judiciales que reformas impulsadas por el propio gobierno Dilma posibilitaron, no pueden reducirse a una conspiración antipopular, con participación imperialista, y consiguieron que empresarios de corporaciones multimillonarias, convertidas en actores internacionales con apoyo estatal, vayan a prisión.

Las protestas contra la corrupción, que en otros países (como India y España) dieron lugar a la renovación de un sistema político, con aparición de nuevos actores, en Brasil no puede constituirse como marco principal de la crisis política. Acompañaron la acción del parlamento en la abertura del Impeachment, pero el mismo se torna incongruente al observar que la destitución dio lugar a un gobierno mucho más comprometido con la corrupción endémica a un Estado que ahora es gobernado directamente por su casta dirigente más conservadora. Si bien ocupa un papel en la erosión de una base electoral, el agotamiento del PT debe medirse en relación a lo que fue su propio proyecto, y a la posibilidad del mismo en el Brasil actual.

La realidad del ajuste, como síntoma de cierta lógica de gobierno, defendemos acá que explica más que la teoría de una gran conspiración golpista o la dependencia de dinero ilegal para una política que de hecho opta por el marketing electoral y conducciones autonomizadas. Ser un régimen corrupto, se ve en muchos lugares, no es suficiente para dejar de ser alternativa. Como narrativa que explica un cambio de gobierno, sin embargo, también es necesario ver más allá de lo que buena parte de la izquierda explica como modus operandi de las elites contra un gobierno popular. La falta de movilización de los que votaron por Dilma, o de los trabajadores que el PT nació para representar, hace necesario que la búsqueda de un marco interpretativo para la crisis también descarte esa explicación.

La narrativa del “golpe de Estado”[14], que abre un largo campo de disquisiciones jurídicas difíciles de traducir a la mayoría de la población, también deja de lado algo esencial para situarse en la actual crisis política. Ella deja de lado la imposibilidad del campo popular brasilero y la izquierda, de plantear una alternativa al ajuste. Entre la corrupción y el golpe, y sin negar la medida en que estas narrativas puedan ser verdaderas, se vuelve necesario encontrar una explicación para la persistencia de una casta política. Ese lugar político existe, aunque desdibujado, en el recuerdo de las amplias olas de movilización que sorprendieron Brasil en junio de 2013.

Más allá de la discusión sobre como caracterizar el modo de aplicación de la herramienta constitucional de Impeachment, en la que no faltan elementos de manipulación, que permitirían usar de forma laxa el vocablo “golpe”, pero que también difieren del sentido comúnmente dado a esta palabra en América Latina, por lo que nos inclinamos por la idea del recurso de unparlamentarismo de facto, es importante pensar el momento político sin centrarse en la destitución de Dilma. La misma, si dejamos de lado elementos de cultura e identidad política que es antagónica entre el gobierno saliente y entrante, nos lleva a la necesidad de señalar la continuidad de un modelo, organizado en su arquitectura económica desde la década del 90, y que el PT supo complementar socialmente, pero que hoy no encuentra para la crisis otra solución que el recorte de gastos sociales.

Los rasgos comunes de un modelo, no se evidencian solamente en la respuesta ante la crisis, sino también en consensos sobre un desarrollo que se apoya especialmente en el agronegocio, y que tolera 58 mil muertes violentas por año[15] con impunidad policial garantizada por leyes de confidencialidad, y sin capacidad de hacer frente al avance conservador en la sociedad, que participa como espectador de disputas entre elites políticas lejanas, y donde las posibilidades de una política emancipatoria pierden para la lógica del Estado padre que se territorializa como máquina electoral de operadores locales en el marco de una lógica gubernamental de asistencia neoliberal[16].

Una sobredimensión de la traición de Michel Temer y otros ex aliados del PT, como Eduardo Cunha (presidente de la cámara de diputados que habilitó el impeachment) y Renan Calheiros (presidente del senado y como el primero también partícipe de varios esquemas de corrupción), no permite entender el tipo de gobernabilidad y tablero político que desaparece, ni el desplazamiento del PT y el PSDB, sus principales arquitectos junto al PMDB, que tampoco será capaz por sí sólo de ser quien paute los caminos políticos de los próximos años.

Al hablar de “golpe”, sobredimensionando la traición de Michel Temer y otros ex aliados, o defendiendo una conspiración con participación norteamericana, es necesario explicar por qué no fue posible que una movilización masiva se oponga a las maniobras del congreso, ni que un estado de sitio, mecanismos de defensa o acciones judiciales de emergencia sean accionadas. También se debe explicar la diferencia con situaciones como las de Honduras y Paraguay, en que presidentes son desalojados con intervención militar violenta – en el caso de Honduras – o repentinamente sin derecho a defensa – como en Paraguay – pero especialmente, se debe explicar por qué no se constata la presencia de un cambio de rumbo, o de sectores golpistas opuestos al tipo de políticas articuladas desde el gobierno saliente.

En la narrativa del golpe, prolongada o no en una estrategia electoral que buscará el regreso de Lula u otro candidato, la impunidad cotidiana en Brasil, o medidas que muestran el sesgo autoritario y conservador del nuevo gobierno, son usados como argumentos que confirman que en lugar de un juicio político se trataría en una interrupción del Estado de Derecho, antes en pie. Sin negar que el vínculo deteriorado entre el PT, sus bases y votantes históricos se recompone moralmente mientras el partido es desalojado de una máquina que lo modificó en mayor medida de lo que se vio modificada por el mismo.

Como ocurrió en 1991 con Collor de Melo, en un juicio político acompañado de movilización en las calles con argumentos que posteriormente serían descartados por la justicia, la salida de Dilma se daría en un proceso del que participan mayorías calificadas del senado y la cámara de diputadas (el voto de un tercio del senado hubiera sido suficiente para bloquearlo), así como del Tribunal Supremo Federal, en el desenlace del proceso, del cual tanto como 9 miembros, de 11, accedieron a sus puestos propuestos por el propio PT. Las palabras fuertes sobre el golpe, que no esconden una cercanía real entre el nuevo gobierno y la herencia de la dictadura, también se oyeron en declaraciones de países aliados, pero que tampoco llevaron adelante posiciones consecuentes como el corte de relaciones diplomáticas con el gobierno golpista, el accionamiento de la cláusula democrática del Mercosur o el Boicot al nuevo gobierno en los Juegos Olímpicos disputados mientras el proceso de impeachment se encontraba sobre la mesa.

La situación de indiscernibilidad entre las políticas del segundo gobierno de Dilma, en que el apoyo de la población, poco después de haberla reelecto, se redujo a menos del 10%, según las investigaciones de opinión, se prolonga aún después de abierto el escenario del Impeachment. Aún después de que ministros dejen sus cargos para pensar contra la presidenta, el PT y el PCdoB, aliado hasta el final, mantendrían alianzas para las elecciones municipales de octubre con el PMDB y otros partidos que votaron a favor de la destitución, en más de 1600 municipios y algunas grandes ciudades[17]. Varios congresistas del PT también apoyarían un nuevo candidato a presidente de la cámara también proveniente del PMDB. Ni durante ni después delImpeachment el PT decide despegarse de una lógica política de alianzas con lo más corrupto de la política, alternando, como en tiempo de elecciones, una retórica radicalizada con una política real pragmática y conformista por debajo de la mesa.

El que fuera uno de los mayores partidos de izquierda en el mundo, así, muy posiblemente ya no volverá a ser en el corto plazo el centro de la política brasileña ni tampoco, como ya muestran nuevas articulaciones, el instrumento con que se organice la izquierda. Surgen así nuevas fuerzas políticas y alianzas que buscan cabalgar en el vacío que junio de 2013 pone en evidencia, incluso entre los que se embarcaron en la denuncia de un golpe, después de haber sido críticos a los sucesivos gobiernos del PT, que ven posibilidades de sus candidaturas en algunas ciudades y de articulación con movimientos sociales antes exclusivamente aliados al partido de gobierno.

En el campo social de la izquierda no organizada en partidos ni movimientos, protagonista de protestas en 2013, surgen nuevas luchas como las de las escuelas secundarias o huelgas por afuera de los sindicatos. También se expande la fuerte corriente de opinión pública que no está dispuesta a apoyar movimientos que ignoren los efectos de un modelo de desarrollo y grandes obras, planeado desde una perspectiva de intereses meramente capitalistas, e inseparable de una política necesitada de financiamiento ilegal proveniente de las mismas obras.

A la hora de explicar el declive del PT, uno se pregunta si se trató de una estrategia equivocada. Apenas un tercio de los senadores hubieran impedido el Impeachment. El PT no consiguió el voto siquiera de seis senadores que habían actuado como ministros[18]. ¿Todavía externos en una institucionalidad ajena? Quizás el problema fue el contrario: el PT se encontraba demasiado integrado al sistema político que para la población despierta o bien indignación, o bien indiferencia. Después de más de una década en que las organizaciones de la sociedad dejaran la calle y se dedicaran a recorrer ministerios, no sin resultados materiales inmediatos que se deben valorar, un contrapoder que sirviera contra los recortes desde las calles, se encuentra ya desarticulado.

Después de las masivas movilizaciones de junio de 2013, y su desdeñado papel de alerta para una clase política que no tuvo sensibilidad para escucharlo, en 2013, se bifurcaría a partir de ellas una serie de movilizaciones anticorrupción sin horizonte político crítico, por un lado, y de defensa nostálgica de un gobierno debilitado, con actos espaciados y de baja concurrencia, como testimonio del fin de ciclo de lo que fue una importante construcción colectiva y hoy deja el poder como fuerza transformista, además de derrotada.

Notas:

[1] Esta lectura se desprende de las pruebas publicadas por la prensa, derivadas de la “delación premiada” del empresario petrolero Machado. Resultaría en la renuncia del hombre fuerte de Temer en su primer gabinete, pocos días después de asumir. Ver: Talento, A. e M. Falção “Em delação, Machado diz que Renan e Jucá recebiam mesada do petrolão”, 15 de junio 2016, http://www1.folha.uol.com.br/poder/2016/06/1781918-em-delacao-machado-diz-que-renan-e-juca-recebiam-mesada-do-petrolao.shtml
[2] Martins, R. “A bancada BBB domina o Congresso” 14/4/2015 http://www.cartacapital.com.br/revista/844/bbb-no-congresso-1092.html
[3] “Após afastamento, reprovação a Temer chega a 70% e avaliação de Dilma melhora, diz pesquisa” Ingrid Fagundez http://www.bbc.com/portuguese/36636385 “O que as últimas pesquisas revelam sobre apoio ao impeachment e a Temer?” http://www.bbc.com/portuguese/brasil/2016/05/160511_temer_rejeicao_lab “Nem Dilma, nem Temer: maioria da população quer eleição antecipada, aponta nova pesquisa” Mariana Schreiber
[4] “Lula lidera intenção de voto em 2018, mas perderia 2º turno” http://politica.estadao.com.br/noticias/geral,lula-lidera-intencao-de-voto-em-2018-mas-perderia-2-turno,10000063304“Lula e Marina lideram corrida para 2018; tucanos despencam” http://www1.folha.uol.com.br/poder/2016/04/1759342-lula-e-marina-lideram-corrida-para-2018-tucanos-despencam.shtml“Datafolha mostra Marina Silva vencendo as eleições de 2018 em todos os cenários” http://www.infocors.com/2016/07/datafolha-mostra-marina-silva-vencendo.html?m=1
[5] Aécio Neves fue afectado por denuncias de corrupción y también desplazado políticamente dentro del PSDB por dos líderes: Serra, canciller de Temer, y Alckmin, gobernador de São Paulo. Ambos se disputa su bastión, el Estado de São Paulo, pero sin buenas mediciones en el ámbito nacional.
[8] Véase el caso del proyecto PEC 241/2016, “Temer exuma a PEC de Dilma que reduz despesa pública com o povo” http://cgtb.org.br/2016/06/19/temer-exuma-a-pec-de-dilma-que-reduz-despesa-publica-com-o-povo/ La misma sensación de falta de seriedad en el debate político sentimos al comparar el tratamiento de medidas como suba de tasas de interés, aumento de tarifas, tratados de libre comercio y otros, cuando impulsados por presidentes “progresistas” o conservadores sudamericanos.
[9] Diferentes proyectos de enmienda constitucional, presentados en 2015 y 2016, inicialmente defendidos por el gobierno Dilma, luego como prioridad en la agenda de Temer buscan desvincular la obligatoriedad constitucional de gastos en salud y educación del presupuesto de la nación. El proyecto PEC 241/2016, hace eso poniendo un techo de 20 años al gasto público, no pudiendo este superar el gasto del año anterior, corregido por la inflación. De esa forma los gastos sociales quedan descomprometidos por parte del Estado, mientras el pago de la deuda se mantiene intacto como prioridad.
[10] Milanez, F. “Os 10 conflitos ambientais mais explosivos do mundo”, 8/8/2016, http://www.cartacapital.com.br/sustentabilidade/dez-conflitos-ambientais-que-explodem-no-mundo
[11] La lógica de gobierno queda clara al analizar el Programa de Aceleración de Crecimiento (PAC), cuyo gerenciamiento como ministra llevó a Dilma a ser candidata elegida por Lula para sucederlo. Con inversiones calculadas en R$ 500 mil millones en su primera versión y R$ 1,5 billones en la segunda, y como fue evidente con Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos, que tuvieron exoneración de impuestos para las empresas organizadoras, el legado del modelo de desarrollo es desalojo ilegal de pobres, sobreprecios, desvío de dinero, impacto ambiental irreversible y además errores de planeamiento que vuelven a muchas de esas obras inservibles o abandonadas. Albuquerque R, T. e Salvador, E. “As implicações do Programa de Aceleração do Crescimento nas Políticas Sociais” SER Social, Brasília, v. 13, n. 28, p. 129-156, jan./jun.2011http://repositorio.unb.br/bitstream/10482/9689/1/ARTIGO_ImplicacoesProgramaCrescimento.pdf
[12] En el primer gabinete de Michel Temer, con 23 ministros, el jefe de gabinete (Padilha); los ministros de planeamiento (Jucá); de ciencia y tecnología (Kassab); de turismo (Alves); de gobierno (Vieira Lima) y de Integración Nacional (Barbalho), fueron secretarios de estado o ministros de Lula o Dilma. Así, proyectos que tramitan con Temer como la reforma jubilatoria, el límite para gastos públicos y desvinculación de los mismos a un mandato constitucional, restituciónd e impuestos regresivos, etc, no extraña que hayan sido agenda presentada por Dilma al congreso como camino para retomar el crecimiento.
[14] Argumentos contrarios a la interpretación que caracteriza un golpe de Estado pueden encontrarse en: A RETÓRICA DO “GOLPE DE ESTADO” NO IMPEACHMENT DE DILMA ROUSSEFF por Marcus Fabiano, disponible en https://marcusfabiano.wordpress.com/2016/04/17/a-retorica-do-golpe-de-estado-no-impeachment-de-dilma-rousseff/ A favor de esta interpretación puede citarse el libro “Por que gritamos Golpe?”, Varios Autores, Sao Paulo, Boitempo, 2016, o la compilación publicada por la red CLACSO, disponible en:http://www.clacso.org.ar/difusion/Golpe_Brasil_genealogia/genealogia.htm .
[15] “Ramalhoso, W> Brasil registra 58,5 mil assassinatos em 2014, maior número em 7 anos” 08/10/2015 http://noticias.uol.com.br/cotidiano/ultimas-noticias/2015/10/08/brasil-registra-585-mil-assassinatos-em-2014-maior-numero-em-7-anos.htm Martin, M. “Brasil tem seis assassinatos por hora, a maioria de homens negros” 11/11/14http://brasil.elpais.com/brasil/2014/11/11/politica/1415732921_778564.html
[16] Toledo Jr, V “Frei Betto critica assistencialismo e pede reformas por "democracia econômica"”. 15/03/2008 http://noticias.uol.com.br/ultnot/2008/03/15/ult23u1484.jhtm
[17] Castaneda, M. PT se coliga com golpistas PMDB, PSDB e DEM em 1683 municípios https://lidadiaria.wordpress.com/2016/08/19/pt-se-coliga-com-golpistas-pmdb-psdb-e-dem-em-1683-municipios/
[18] Charleaux, JP, “Dilma ficará frente a frente com ex-ministros que agora são seus adversários: quem são eles” 8/8/2016 https://www.nexojornal.com.br/expresso/2016/08/19/Dilma-ficar%C3%A1-frente-a-frente-com-ex-ministros-que-agora-s%C3%A3o-seus-advers%C3%A1rios-quem-s%C3%A3o-eles