El precariado: ¿los nuevos descamisados? // Mariano Pacheco
Sindicalismo y
movimientos sociales. Lo que larga década dejó, el reacomodamiento de las
organizaciones gremiales y los desafíos frente al macrismo.
Lo hemos dicho ya: no
somos afectos a pensar que la historia se repite, al menos que no sea bajo la
modalidad de la farsa. No simpatizamos
con las idealizaciones del pasado porque consideramos que si las grandes
figuras y momentos de la historia no nos
sirven para inspirar nuevas rebeldías sólo funcionan como una gran máquina
muerta que oprime como en una pesadilla el cerebro de los vivos (pensar que
todo pasado fue mejor es reaccionario porque no ayuda a medirnos de manera
audaz con las tareas y desafíos del presente). Ahora bien: ¿toda esta diatriba
significa que no podamos tomarnos la licencia para elucubrar algunas
equivalencias, pensar ciertos modos de ligar el presente con el pasado? Para
nada, porque somos de los que pensamos que la escritura es parte del movimiento
que puede contribuir arrancarnos de la humillación a la que nos expone día a
día el sistema social, económico, político y
cultural en el que estamos inmersos, como alguna vez supo señalar David
Viñas, en algún texto perdido y olvidado por el torbellino de la
post-modernidad que a arrasado a nuestras letras nacionales.
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“La historia suele tener
más imaginación que nosotros”. La frase, escrita alguna vez por Karl Marx, es
vieja, pero cobra actualidad en el nuevo contexto argentino. En la era Macri ni
los movimientos sociales, ni las organizaciones gremiales, ni las estructuras
políticas partidarias parecen quedar indemnes de esta necesidad acelerada de
pensar qué está pasando, qué ha pasado para que estemos como estemos… ¿sin
capacidad de reacción? Los más pesimistas se preguntan por qué, si se suponía
que el pueblo argentino estaba tan “empoderado” como se decía, eso que de modo
genérico podríamos denominar como “macrismo” ha podido avanzar sobre los
sectores populares con la velocidad en la que lo hizo, al menos, al menos
durante el primer semestre del año. Los resultados los pasamos de largo en
estas líneas, son de público conocimiento, ya que a veces los números abruman.
Otros, entre el pesimismo y la culpa, ya no se preguntan sino que sostienen que
el reverso de la “década ganada” es la precarización, no solo del trabajo sino
de la vida en general (“no hubiese sido tan fácil expulsar de sus trabajos en
el Estado nacional a tantos trabajadores si hubiesen estado en otras
condiciones laborales”, comentan muchos la pasar).
Un fantasma recorre la
patria, podríamos decir, otra vez parafraseando a ese viejo barbado. Ya no el
fantasma del comunismo, sino el de las vidas precarias, que parecen haber
llegado a la Argentina contemporánea para quedarse. Los más optimistas aluden a
la baja de consenso social que atraviesa la figura presidencial, a los efectos
reales del plan económico sobre el bolsillo del laburante, a las protestas que
comienzan a multiplicarse por aquí y por allá, al (¿eminente?) paro que la CGT
vienen anunciando, en fin, a las reservas de dignidad que el pueblo argentino
ha demostrado a lo largo de su historia, aún en los peores momentos. Este
cronista agrega que a veces recordamos la mitad medio vacía del vaso de
nuestras memorias de mediano plazo, y que así como Las Madres de Plazo parecen ser una “excepción” de resistencia a la
última dictadura cívico-militar, sin embargo, la lucha obrera contra la
dictadura (que para la clase trabajadora fue “terrorismo económico” desde el
mismísimo inicio del Proceso de Reorganización Nacional), comenzó el mismo 24
de marzo de 1976, y se sostuvo durante esos largos siete años.
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“Somos los descamisados,
somos los descamiados. Somos de Perón y Evita, somos de Perón y Evita...”.
La canción acompañó
numerosas movilizaciones populares. En los ochenta la consigna se entonó con
fuerza. En los 90 parecía más una comedia que un grito de guerra. En en el
entre-siglo ya nadie la recordaba y los jóvenes-viejos de la “década ganada” la
repitieron casi como lección escolar. El año 2003 funcionó como bisagra en la
historia del peronismo, porque consagró su retorno tras “los años menemistas”, pero
también, durante una década de luchas populares en donde, por primera vez en 50
años, los grandes ausentes fueron los nombres de Perón y Evita.
Diciembre de 2001
funcionó como una suerte de certificado de defunción del neoliberalismo como
modelo de Estado, lo que no implica que “enclaves neoliberales” no se hayan
mantenido, en incluso potenciado, durante “los años kirchneristas”. Pero de
algún modo, la revuelta de ese fin de año, las potencialidades creativas
desplegadas durante el verano que le siguió, fueron el suelo sobre el que un
nuevo ciclo de Estado pudo instalarse y sostenerse durante la larga década,
incluso contando entre sus filas con algunos de los movimientos sociales que
habían parido la resistencia anti-neoliberal y abonado a la crisis de
representación que se había llevado puesto al conjunto de la dirigencia,
incluso a la sindical y la política peronista, de la que emergieron luego
Néstor y Cristina como expresión de lo nuevo. El vínculo con los sindicatos son
parte de otro cantar: la CTA esperó en vano ser la “pata gremial” del nuevo
proyecto político, la CGT siguió siendo durante algunos años la “columna
vertebral” de ese nuevo “peronismo transversal” y la ruptura entre el gobierno
kirchnerista y los sindicatos no dejó como saldo un renovado proceso de
organización gremial y una nueva camada de dirigentes sindicales sino un
corrimiento de las organizaciones formales de los trabajadores hacia la derecha
y un enorme vacío de organización obrera hacia el interior del “movimiento
nacional y popular”.
***
Un día después de que
numerosas organizaciones sociales marcharan desde el Obelisco e instalaran en
Plaza de Mayo un “Acampe por Trabajo, contra el Ajuste y los Tarifazos”, y a
tres días de realizarse la jornada de reflexión del Encuentro Mundial de
Movimientos Populares en la cede de la CGT, hoy los trabajadores de la salud,
docentes y estatales protagonizarán un paro nacional, con acompañamiento de
otros gremios enrolados en la CTA
Autónoma y las tres organizaciones que hicieron la marcha de San Cayetano: la
Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), la Corriente
Clasista y Combativa (CCC) y el Movimiento Barrios de Pie.
Como en la década del 90,
también ahora los trabajadores de la salud, la educación y sobre todo los del
Estado, vienen estando a la cabeza de los reclamos y las protestas. No es para
menos, si se tiene en cuenta la situación de precariedad a la que están
expuestos quienes trabajan en el ámbiro de la salud pública, el constante y
sostenido proceso de lucha llevada adelante por los docentes durante todos
estos años y la situación de los estatales durante el primer semestre de este
año: según la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), se contabiliza que
11 mil trabajadores fueron echados del Estado nacional y 50 mil en instancias
provinciales y municipales, de los cuales unos 12.000 fueron reincorporados
(sobre todo en estas dos últimas instancias) luego de intensas medidas de lucha
libradas por el gremio.
Pero los movimientos
sociales no solo “acompañan” la protesta gremial, sino que han ido mutando su
práctica… y su lenguaje: ya no hablan de planes sociales, de planes de empleo,
de subsidios, sino de la necesidad de declarar la emergencia social, de que
quienes desarrollan sus “tareas laborales” en la informalidad perciban un
“salario social”. Los sindicatos, a su vez, reacios a la organización popular
nacida en los territorios, han vertido declaraciones inéditas para lo que hace
a su historia reciente, como la de Juan Carlos Schmid, integrante del Triunvirato
de la CGT Unificada, quien manifestó: “hay una nueva composición de la clase
trabajadora, con millones de compañeros que no tienen la dignidad del trabajo.
Nuestra tarea es tender un puente con ellos y este es un paso vital”.
Las tensiones no son
pocas, por supuesto. Los movimientos sociales y el sindicalismo no solo están
atravesados por la macro-política, las internas de los aparatos partidarios,
centralmente el peronismo, sino también por cuánto “quedar pegados o no” al
“francisquismo”. La figura del “papa peronista” no es menor en el presente de
un pueblo atravesado por toda una historia continental de adhesión al
cristianismo, y toda una memoria ligada a cierto giro de los católicos en
Nuestra América: los sacerdotes del tercer mundo, la teología de la liberación,
los curas obreros como el argentino Carlos Mugica e incluso guerrilleros, como
el colombiano Camilo Torres Restrepo. Pero tampoco ese pasado, ni los gestos de
Jorge Bergoglio en el último tiempo borran de un plumazo el papel que ha jugado
la iglesia en el genocidio perpetrado, ni sus posiciones respecto de temáticas
de las “minorías” hoy ampliamente expandidas socialmente, como pueden ser los
derechos de los homosexuales, o el tan controvertido del derecho al aborto.
Lo cierto es que muchas
organizaciones sociales han entendido que resulta necesario avanzar en niveles
de unidad, por un lado, y por otro, en niveles de reconversión que tienen que
ver con el nuevo momento, no solo político sino económico (no es lo mismo
organizar una gran masa de desocupados que una gran masa de trabajadores
precarizados). Reivindicaciones como el salario social (y su complemento de
“aguinaldo”), el acceso a una obra social e incluso cierto reconocimiento de su
labora diaria, siempre al límite con la ilegalidad, resulta central. Pero
también, son muchos los que saben que la dinámica sindical es mucho más
reglada, más vertical, más “representacional”, más integrada a ciertas reglas
del juego de la democracia parlamentaria a la que muchos movimientos han
combatido sin empachos, reivindicando la democracia de base y protagónica, la
acción directa, la radicalidad de los métodos de lucha. Qué pasará con esas
tensiones lo iremos viendo, seguramente, en el transcurrir de los próximos
meses. El paro nacional de la CGT, de producirse, definirá posiciones. ¿Será
lanzado con movilización? ¿Activo? ¿Lo transforarán en activo los movimientos
sociales? ¿Con qué niveles de radicalidad? Son preguntas que quedan pendientes,
como pendiente parece quedar la promesa de Mauricio Macri de dar respuestas
favorables a los problemas más urgentes de los argentinos.
Eso sí: ya hemos pasado el invierno.
[Fuente: Revista Zoom]