¿Y ahora qué pasa, eh? // Cristian

(Nueve intentos sobre el ruido)


I

Todavía no sabemos qué pasó la noche del jueves.[1] No es que nos falte enterarnos, sino que saber qué es lo que ocurre en una situación dada, en una serie de hechos y acciones, no es el más sencillo ni el menos urgente de los problemas políticos. Se trata de saber qué pasó y también qué pasa. Pero, ¿qué significa “saber” en este contexto? En principio, podríamos decir que con “saber” no nos referimos a un mero conocimiento, tampoco a una relación con el pasado: no se trata de poder explicar las cosas tal y como “verdaderamente” han ocurrido. Saber de lo ocurrido, saberlo políticamente, significa saber qué puede llegar a pasar con lo que pasó. Saber entonces de algo posible, saber de nuestros posibles.

II

Todo poder del cuerpo es un saber azorado, sorprendido de sí mismo. Y así como Spinoza decía que nadie sabe lo que puede un cuerpo, lo mismo nos ocurre en los cuerpos colectivos de la política. Saber políticamente es saber qué podemos cuando nos juntamos y formamos esos cuerpos ampliados de latido múltiple, cuyo ritmo cabal nos arrastra. Saber políticamente es hacer caminar esos cuerpos, sin perder el ritmo.

III

¿Y qué podían los cuerpos que se juntaron esa noche? Aún no lo sabemos. En modo alguno eso es algo que estuviera contenido de antemano, como una potencialidad, en los cuerpos. Es algo que acaso aún no haya ocurrido, porque consiste en el tránsito que debemos hacer para llegar a ser eso que fuimos: ese cuerpo ampliado, ese latido, ese ritmo. Para que ese cuerpo sepa lo que puede. Para que sepamos qué pasó esa noche.  

IV

La noche del jueves miles de personas se manifestaron contra el descomunal aumento de los servicios que supone una expoliación de los ingresos populares en favor de las grandes empresas. El llamado “tarifazo”. Se tomaron calles, se aglomeraban cientos de personas en cada intersección importante. El ruido y el ritmo eran la cifra de lo que ese cuerpo podía, de su tempo. Y también de su espacio. Porque la calle tomada se adivinaba a lo lejos por el ruido. A medida que el ruido aumentaba y la densidad del ritmo ganaba terreno se ensanchaba un espacio propio. Pero un cuerpo político no es una murga. Entonces, ¿cuál era el ritmo político de esos cuerpos? ¿Qué es lo que hace que un ritmo sea ritmo político?

V

La guerra no comienza con la agresión -decía la sabiduría de un prusiano- sino con la defensa: cuando se detiene la mano del agresor. Esto tiene dos consecuencias fundamentales: a) que la guerra posee dos tipos diferentes de violencia: una primera, la violencia agresora y una segunda la contra-violencia, la defensa, que neutraliza la agresión; b) que la guerra no comienza con el intento de detener la violencia agresora, sino con la eficacia de ese intento. La guerra comienza cuando la mano del agresor es detenida, aunque sea por un instante. Es decir que no se trata del gesto de la defensa, sino de la defensa efectiva. El problema de la eficacia de la defensa es entonces el problema central.

VI

Los intentos de defensa sólo a partir de un cierto umbral de eficacia podrán ser considerados defensa en sentido pleno. Solo cruzando ese umbral la defensa se constituye como contra-violencia, es decir, como la neutralización de la violencia agresora (es claro que no se trata de una simple inversión de la violencia primera, de un indiferente cambio de signo). Y por lo tanto, sólo a partir de cierto umbral de eficacia participamos de la guerra. Si nos mantenemos sin cruzar ese umbral, seremos agredidos o devastados, humillados y ofendidos, pero no estaremos en guerra. Seremos víctimas, no defensores.

VII

La misma sabiduría prusiana (más una lectura argentina) trazó también un continuo entre la guerra y la política. Esto nos muestra también algo: ambas -guerra y política- consisten en un enfrentamiento, y la conversión de una en otra supone poner en juego reglas diferentes, acciones y consecuencias disimiles por lo tanto, pero enmarcadas en el mismo enfrentamiento. No cambia la naturaleza del enfrentamiento, sino los modos de manifestarse. Y que se mantenga el enfrentamiento supone que lo que aún se mantiene, pero continuado por otros medios, es la agresión. Y también la necesidad de la defensa. 

VIII

Pero entonces debe existir también un umbral de eficacia para la política. Sólo si se logra detener por un instante la mano del agresor político, habremos iniciado un camino de lucha política. Sólo si el agresor es obligado a cambiar su estrategia y a temer una reacción es que se libra una lucha de carácter político. Pero debajo de ese umbral de eficacia serán gestualidades, victimizaciones, relatos y retóricas de enfrentamiento o de reivindicación, pero no hechos políticos.

IX

La jornada del jueves, su ruido, puede llegar a plasmar un hecho político de importancia. Pero para ello debe articularse en pos de la eficacia de detener la agresión, en este caso: obligar al gobierno a modificar, aunque sea momentáneamente, su rumbo. Para conjugar, entonces sí, nuevas eficacias. Eso definirá qué pueden nuestros cuerpos, qué pudimos esa noche. Si la noche del jueves pasó algo, lo que pasó y lo que pasa, lo que pudimos y lo que podemos, se sabrá si se abre ese cuerpo a una eficacia nueva que logre detener la mano agresora. Que cuaje una contra-violencia, un fin de la violencia. Y para ello debemos evitar el dulzor de las retóricas que dan por superados los obstáculos en la fantasía. La conquista de cualquier eficacia, por más pequeña que esta sea, acaso funcione como un punto de Arquímedes, para movernos políticamente. Para saber qué podemos.




[1] En referencia a al manifestación popular, el cacerolazo o “ruidazo” del jueves 14 de julio contra el tarifazo del gobierno de Mauricio Macri.