Elecciones 26J: el fracaso de la hipótesis del primer Podemos le lleva a pensar en una casa común para toda la izquierda // Raúl Sánchez Cedillo (Fundación de los Comunes)
Conocemos la historia: el modelo de pura autonomía de lo(s) político(s)
refrendado en Vista Alegre se
fundamentaba, en el plano práctico, en la plena delegación de poderes al Estado
Mayor de la máquina de guerra mediático-electoral. En el plano
teórico, en un populismo laclau-mouffiano exclusivo y excluyente de otros
relatos de transformación, ya fueran de izquierda y/o de radicalidad
democrática quincemayista.
La constatación del techo electoral de este primer
Podemos durante 2015 llevó a una crisis de solvencia de esta primera hipótesis.
No podemos exagerar el papel que en esta crisis tuvieron la potencia compuesta
y agregadora de los distintos municipalismos y su éxito electoral. Pero también:
una incompatibilidad entre las pretensiones centralizadoras del errejonismo,
una cúpula madrileña, y la realidad policéntrica y poliárquica que forman
Galicia, Andalucía, Asturias, Cataluña, Navarra y Euskadi.
Tras el 20D, y con el casi millón de votos desperdiciados de
IU-UP como un problema inocultable, no había más remedio que sacudir
la coctelera gramsciana para buscar nuevas combinaciones de la hipótesis
nacional-popular. Sí, a fin de cuentas, las disputas estratégicas dentro de lo
que fue Claro Que Podemos y entre ésta y el garzonismo lo son en torno a
variaciones y arreglos, interpretaciones y actualizaciones de un cierto Gramsci
y, sobre todo, de un cierto Togliatti.
La admiración de Laclau por Togliatti es manifiesta y se lee negro sobre
blanco en La razón populista. La clave reside en la interpretación
togliattiana del PCI como “partido de la nación”. Resulta irónico que haya sido
un anticomunista confeso como Matteo Renzi el que, 25 años después de la
eutanasia del PCI, haya explotado con relativo éxito aquella expresión, que
quiso ser una adaptación a la realpolitikde la temática gramsciana
de lo nacional-popular.
Cuesta creer que el proyecto de partido se traduzca en algo más que una
izquierda –nueva– unida
En esta ventana de oportunidad llevaban tiempo interviniendo Manolo
Monereo y su interpretación de la noción gramsciana de “partido
orgánico”. La noción es poco precisa y se refiere siempre al “partido
orgánico” de la burguesía que subtiende los fragmentos y “fracciones, cada una
de las cuales asume el nombre de Partido y de Partido independiente” (Gramsci).
El buen hacer de Monereo le ha permitido influir decisivamente en el esquema
teórico y en el pasaje práctico de lo que se ha venido llamando la “confluencia”.
La primera operación realizada es de simetría: si la oligarquía tiene un
partido orgánico, nosotros también. ¿Y quiénes somos nosotros? Las izquierdas
del Estado español, por supuesto. O, con vuelo retórico, “los trabajadores y
trabajadoras: lo nacional popular, a medio o largo plazo, exigirá un
protagonismo de clase”.
La segunda operación es de proyección: el partido orgánico lo es para la
revolución democrática nacional.
Las condiciones reales y no las ideales serán las que determinen
función, sentido y valor del proyecto de “partido orgánico”. Monereo apela a
ciudadanos y movimientos sociales como parte constituyente del partido
orgánico. Ésta es otra torsión de la noción gramsciana, que precisamente
desliga al partido orgánico del partido electoral. Sin embargo, haya o no
gobierno del cambio tras el 26J, tras dos años de electoralismo puro y de más
que creciente ‘gobernismo’ en la vida pública de los partidos del cambio –en
contraste con el elogio del agonismo en el esquema de Laclau y Mouffe–, cuesta
creer que, ceremonias aparte, el proyecto de partido orgánico se traduzca en
algo más que una izquierda –nueva y finalmente– unida. Una especie de
consumación posticipada del viejo proyecto anguitiano.
Si aceptamos este lugar común gramsciano, solo cabe considerar válida la
idea de partido orgánico si equivale al proyecto de asamblea(s)
constituyente(s) de la ciudadanía del cambio. Y ésta pone como condición la
disolución en el proceso de los partidos y aparatos existentes. De lo
contrario, volveremos a repetir el post festum, pestum.