Día del padre // Diego Valeriano


Gris, feo, frio, horrible. Yaqui se protege con gorro, bufanda y guantes, se protege del frio y muchas veces es de lo único que se puede proteger.
Acaban de cancelar un tren y no sabe si molestarse o no. Se aferra fuerte a su carrito lleno de billeteras, fundas de celulares y chalinas de hombre. Va a aprovechar la urgencia de los que se olvidaron del día del padre, justo ella que jamás puede olvidarse de este día.
Si la dejan va a poner el puesto sobre Corrientes. Cada día es más difícil. Cada día son más y siente que cada día puede menos con los machos, los piolas, los ratis y los comerciantes indignados que ni se le animan a los negros pero con ella son bien gritones y prepotentes.
El próximo tren sale en diez minutos, si no hay demasiados contratiempos a las 11 ya va a estar poniendo el puesto. Antes tiene que pasar por lo de Choli, la peruana que aguanta junto a sus hijos el puesto en la calle Peron, casi sobre la bicisenda. Si ella le fía, le va a pedir medias y soquetes. Nunca regalaría nada de lo que vende y mientras el frio se mete por las zapatillas cree que las medias le vendrían bien a ella.
Llegar a la calle Corrientes desde Moreno es casi línea recta, casi que no hay desvíos, ni laberintos. Le gustaría perderse, no volver, bajar en otro lugar y no tener que volver con el carrito lleno y unos pocos pesos en el bolsillo. No volver a la historia de su mamá que viajo desde Oran detrás del tipo que la dejó embarazada y se vino para Buenos Aires. Y después viajo de Flores a Merlo a ese rancho de mierda con el primero que pareció protegerla. Quiere aprender con el viaje, no quiere acumular historias para no entenderlas.
No quiere a un gendarme mentiroso que se va a ir, no quiere a Rodri que prometió pero está en Ezeiza, no quiere que ni vuelva a aparecer el hijo de mil puta de Oscar diciendo que es el padre, no quiere volver a ver a ese tipo que se quedó un par de meses y se terminó llevando lo poco que les quedaba, además de dos celulares y unos pesos.
Los tipos se hacen los papá garrón de vez en cuando, los presos son mejores padres adentro, los gendarmes muestran fotos de sus hijas que están en Chaco solo para pedir un pete, los guachos se tatúan el nombre de su hijo mientras esta en la panza de la mina y después apenas balbucean su nombre cuando amanecidos les duele la noche de pastillas y escabio.
Su mamá, Marcela, la Mecha,  aun llora y putea su primer embarazo, el primer tipo que la dejo tirada y se fue, la caída libre de su vida desde aquel día. Sufre las mentiras y llamativamente cree que fue ella la que estuvo mal, Yaqui se enoja de los consejos de la Mecha. De Flores a Merlo, de nuevo a Flores a una pensión. Fuerte Apache, Barrio Mariló, San Miguel y de nuevo Moreno. El viaje la cargo de odio y lucidez. El día del padre es un día de mierda y ahora, además llovizna.