A clase con el profesor Deleuze. Diego Sztulwark
“Es necesario haber errado
mucho, haberse comprometido con bastantes caminos para percibir, a fin de
cuentas, que en ningún momento se ha abandonado el propio”.
Edmond Jabes
I.
No sólo historiador de la filosofía o pensador con
constelación propia, Gilles Deleuze fue un gran profesor. Relativamente tardía
es la valoración de esta dimensión de su personalidad, para la cual sus textos
no nos preparaban. Debemos a editorial Cactus
el formidable descubrimiento. Es lo que ratificamos con la edición de un nuevo
volumen de la serie Clases: El Poder, Curso sobre Foucault (Tomo II).
Maestro como no tuvimos –no se vea ingratitud con
nuestros años universitarios a los que bien consideramos: durante la segunda
mitad de los años '90 era más estimulante la Universidad de Buenos Aires que
una beca en París-, no resulta fácil reponerse de la amarga sensación de no
haber asistido a sus cursos.
No podemos leer sus clases sin realizar el esfuerzo
mental de situarnos allí. El sentimiento es ya familiar, y nos invade en
la lectura de cada uno de ellos (¿cómo pasar indiferente por esa
experiencia que es En Medio de Spinoza?). Y sin embargo, Deleuze no
ha tenido una relación fácil con la enseñanza. En un bellísimo texto de
homenaje a Sartre, lo llama maestro de su generación. Pero Sartre no fue, como
él más tarde, profesor universitario.
II.
En su curso sobre Spinoza, Deleuze elogia la ausencia en la Ética de
la figura del maestro. Partidario del “pensador privado”, solía repetir la
ocurrencia de Spinoza según la cual habría más bien que pagar para tener
derecho a enseñar.
Y en sus textos sobre Nietzsche abundan las referencias a la indignidad
de quien cree saber por los otros, cosa especialmente peligrosa cuando se trata
de maestros que pretenden orientar vocacionalmente a los jóvenes.
La idea de la educación que aparece en sus libros es radicalmente
antipedagógica: en sus Diálogos rechaza direccionar sus
palabras a personas consideradas según niveles (o grados) de enseñanza y en
todas sus obras insiste en una protesta contra la figura pueril
del maestro escolarizante, cuyas preguntas sólo buscan obediencia.
Particularmente aleccionadora es la interpelación directa que realiza a
sus alumnos durante una clase de enero de 1981: “cada uno de ustedes
encuentre los autores que les hacen falta…encuentren sus moléculas…si no las
encuentran ni siquiera pueden leer…nada más triste en los jóvenes en principio
dotados que envejecer sin haber encontrado los libros que verdaderamente
hubieran amado…es preciso que, en última instancia, sólo tengan relación con lo
que aman”. La filosofía como cuestión de sensibilidad.
La no-pedagogía es un motivo profundo en Deleuze: si bien la potencia
nace de los encuentros, no hay preparación alguna para la potencia sin una
soledad (que no es desolación): el maestro debe acompañarnos al desierto y
dejarnos allí. Sin esa inmersión nomádica jamás aprenderíamos a desarrollar
afinidades con los signos del mundo.
III.
Y bien, volvemos a hacer la experiencia. Abrimos el libro en la primera
clase de El Poder. Deleuze comienza a hablar de Foucault: “ven
que lo que quiero decir es que la única continuidad histórica, que iría desde
el pasado al presente, es la práctica. ¿En qué sentido? Práctica de la lucha,
practica del saber, practica de la subjetividad. Eso es lo que establece la
correlación entre las formaciones históricas aquí y ahora”. Imposible no
sorprenderse. Los ecos de estas palabras nos alejan de las tesis universitarias
y nos acercan a las conversaciones sostenidas hace casi dos décadas en Marcelo
T. de Alvear 2230.
Deleuze desarrolla una exposición referente a Kant y a sus tres
preguntas claves: “qué debo hacer”; “qué puedo conocer” y “qué puedo esperar”.
Foucault, que admiraba en Kant la preocupación por situar históricamente al
pensamiento, retoma para sí estas preguntas a su modo ¿“cuáles son hoy los
nuevos tipos de lucha”; “cuál el rol del intelectual”; “hay nuevas
subjetividades?”.
No se es filósofo sino de una determinada actualidad,
sin que determinadas singularidades se nos den como respuesta concreta a cada
una de estas preguntas. Al nivel de las luchas, la coyuntura de Foucault no se
comprende sin el surgimiento de una serie de organizaciones no centralizadas
desplegadas por fuera del PC(F) y la CGT(f). Se trata de una larga historia que
va de la autogestión de la década del ‘50 en la Yugoslavia socialista a la
transversalidad del '68 francés (Guattari) y la autonomía obrera italiana
de los setentas (Tronti).
En cuanto a la pregunta referida al saber, lo que cuenta es la explosión
de la bomba atómica a finales de la segunda guerra mundial. Lo que impresiona a
Foucault es el papel que desempeñaron los físicos que se oponían a la bomba
(Oppenheimer, por ejemplo, “hablaba en nombre del laboratorio en el que
estaba”). Se trata de la figura del intelectual específico que luego
inspirará a Foucault la formación del GIP (grupo de información sobre las
prisiones) y el vínculo con las Panteras Negras. En ruptura con el intelectual
“universal” -que enuncia juicios de valores-, Foucault comienza a hablar “en
nombre de una vida singular”.
En el nivel de las nuevas subjetividades, lo que interesa
a Foucault son “las comunidades americanas, el interés por formas
solitarias tanto como comunitarias”, una manera de “eludir la
identificación” (sobre este punto Deleuze es escueto, pero hay bastante
información en las biografías de Eribón y Miller).
IV.
Pero todo ha cambiado. Ya entrados en los '80 Deleuze se encuentra en la
“noche sin preguntas”. Foucault ha sido el último de los filósofos con
coyuntura. De modo que leer a Foucault es penetrar en el modo en que intentó
operar en ella.
Ya desde los primeros años '70 -en plena formación del GIP-, Foucault
asume tareas prácticas. Pone en juego su olfato, “algo va a pasar acá”.
El filósofo deviene militante: “es muy difícil comprender lo que sea una
política sin estar atravesado por esas evaluaciones… lo difícil es decir ‘eso
es importante, no va a abortarse’. Hubo una gran evolución política de Foucault
al decirse que allí había algo. Como si en el letargo del post-mayo, se
volviera a encender un foco, pero extrañamente en las prisiones”.
La coyuntura concluyó en una derrota. Y Deleuze presenta su hipótesis al
respecto: “una de las razones del silencio, de la especie de abatimiento, de
desesperanza que tuvo Foucault más tarde, mucho más tarde, fue lo que se puede
llamar la derrota de ese movimiento”. Y no es que no se hubiesen concretado
cambios a nivel del régimen penitenciario. Pero Foucault “hubiera querido
que haya todavía más, quedó bastante abatido”. La filosofía no tiene
respuestas en momentos como estos.
V.
Pero Deleuze está decidido a salvar un tesoro del desastre. Autonomía y
transversalidad, los rasgos centrales del ciclo de luchas terminado (no concede
a Foucault la idea de derrota), constituyen para él algo más que meros
episodios transitorios. No hay que congelarse en las circunstancias: “las
luchas transversales no datan del 68”. Las coyunturas luminosas lo son por
el hecho de que dejan entrever algo eterno: “podemos preguntarnos si después
de todo la historia no se hizo perpetuamente a través de luchas transversales”.
Se dirá que fuerza un salto demasiado brusco por fuera de la situación:
“¿no ha sido la historia perpetuamente un tejido, una red de luchas
transversales, antes que esas luchas sean centralizadas?”.
“Lo que he intentado exorcizar es una respuesta central a la pregunta
¿Qué es el poder?”. Y si Foucault nos interesa es porque fue “el único
en haber hecho una teoría izquierdista del poder”. Porque a su pregunta
sólo puede convenirle “una respuesta transversal que desmigaje el poder en
una multiplicidad de focos”.
Y bien, para poder pensar esto hace falta una microfísica del
poder, “no hay que partir de los grandes conjuntos”, las grandes
instituciones. Porque los grandes conjuntos se dan “ya hechos”. “No
es que no haya estado, no es que no haya ley, es que son expresiones
estadísticas de una agitación de otra naturaleza”.
Para comprender esta respuesta de Foucault hay que comprender hasta qué
punto la estrategia se da en él como una polémica con el estructuralismo. La
estrategia –Deleuze ve en esto un parentesco con la micro-sociología de los
deseos y las creencias de Tarde- es siempre molecular.
VI.
Si las relaciones de fuerzas son moleculares, los grandes conjuntos
efectúan un “diagrama” de las fuerzas. Sólo que el término diagrama es
utilizado una sola vez por Foucault. ¿Cómo es posible que un término tan
fundamental tenga una presencia casi fantasmal?
Deleuze no se explica esta situación sin acudir a una teoría de la
lectura: un libro, dice, “nunca es homogéneo…está hecho de tiempos
fuertes y de tiempos débiles… y no estoy seguro de que la
distribución de los tiempos fuertes y de los tiempos débiles sea la misma en
dos lecturas, en dos personas que leen con pasión”.