Robert Kurz, el retorno de “El gran inquisidor”
por Pablo E. Chacón
Pocos días atrás se cumplieron dos años
de la muerte del crítico cultural alemán Robert Kurz, teórico de la crisis del
capitalismo: es paradójico que esa fecha coincida con el estreno de “Dos días,
una noche”, la última película de los hermanos Dardenne, que sin piedad retrata
la ausencia de solidaridad en el mundo del trabajo contemporáneo, donde el
único imperativo es el sálvese quien pueda.
Porque esto se termina, diría Kurz, nacido en Nuremberg en 1943,
publicista, ensayista, promotor del grupo Krisis, herederos de la
vertiente marxista animada por Rosa Luxemburgo, redactores de un Manifiesto
contra el trabajo, menos una reivindicación del tiempo libre que una
crítica global a la temporalidad impuesta por el discurso de la ciencia y el
capital.
Lo que la protagonista del filme de los belgas padece en carne propia no
es tanto la maldad de sus compañeros de trabajo sino los límites que el actual
modo de producción impone a todos, y obliga a pensar qué que dice cuando se
dice trabajo, ocio, capital, política, biopolítica y resistencia.
Esto que pensaba Kurz: La desproporción grotesca entre un
aumento permanente de las fuerzas productivas y un aumento igualmente constante
de la falta de tiempo produce en los propios espíritus acríticos cierto
malestar.
Pero, como la forma del tiempo capitalista parece intocable en el
espacio funcional del trabajo abstracto, la esperanza de las personas en el
siglo XX se concentró cada vez más en el tiempo libre, que, según teóricos como
Jean Fourastié o Daniel Bell, tendría una expansión continua.
Esta esperanza, sin embargo, fue doblemente frustrada. Con la
transformación del tiempo libre en un consumo de mercancías en crecimiento
constante, el vacío de la aceleración fue capaz de tomar posesión de lo que aún
quedaba de vida; las formas raquíticas de descanso fueron sustituidas por un
hedonismo furioso de idiotas del consumo, un hedonismo que comprime el tiempo
libre de la misma forma que, antes, el horario de trabajo.
Por otro lado, esa misma lógica paranoica de la economía
(empresarial) de tiempo transforma la ganancia de productividad de la
tercera revolución industrial en una nueva relación desproporcionada.
El resultado no es, como se esperaba, más tiempo libre para todos, sino
una aceleración aún mayor dentro del tiempo-espacio capitalista, para unos, y
un desempleo estructural masivo, para otros.
Desempleo en el capitalismo, sin embargo, no es tiempo libre, sino
tiempo de escasez. Los excluidos de la aceleración vacía no ganan en
ocio, sino que son definidos más bien como no-humanos en potencia.
Así, después de la utopía del trabajo, fracasó también la utopía del
tiempo libre. No es por medio de una expansión del tiempo libre orientado hacia
el consumo de mercancías que el terror de la economía sin frenos puede ser
contenido, sino solamente por medio de la absorción del trabajo y del tiempo libre
escindidos en una cultura abarcadora, sin la saña de la competencia. El camino hacia
el ocio pasa por la liberación de la forma temporal capitalista.