Hacia la derechización
por Maristella
Svampa
En la actualidad,
el final del kirchnerismo muestra un panorama diferente. Primero, vemos un
agotamiento general del ciclo progresista. La recesión económica y la alta
inflación dieron paso a un nuevo escenario de conflicto social, que ha
desembocado en una respuesta represiva cada vez más sistemática de la protesta
social. Preocupa particularmente el discurso punitivo oficial, compartido por
parte de la oposición (el proyecto de ley antipiquete es un ejemplo), en una
sociedad cuya principal arma contra la injusticia y la desidia estatal es la
movilización, a través de la acción directa.
Segundo, a lo
largo de 12 años el kirchnerismo se encaminó a la consolidación de modelos de
mal desarrollo, caracterizados por una matriz extractivista y reprimarizadora,
cuyos impactos negativos y limitaciones son cada vez más evidentes. Tomemos el
modelo sojero: en vez de pensar en una transición y salida del monocultivo, el
gobierno nacional redobló la apuesta a través del Plan Estratégico
Agroalimentario 2010-2020, que plantea un aumento del 60% de la producción, con
los efectos en términos de deforestación, corrimiento de la frontera
agropecuaria y, por ende, mayor criminalización y represión de poblaciones
campesinas e indígenas, que ya conocemos. A esto sumemos el proyecto de la
nueva ley de semillas, que avanza en el sentido de la mercantilización; los
efectos sociosanitarios del glifosato, que comienzan a salir a la luz, y los
nuevos convenios con Monsanto, que están suscitando tanto conflicto en Córdoba.
Sin embargo, tampoco vemos en la oposición política una propuesta de transición
a los dilemas que plantean los actuales modelos de mal desarrollo.
Tercero, la década
kirchnerista implicó una profundización del presidencialismo extremo, además de
arrastrar numerosos escándalos de corrupción y enriquecimiento ilícito. Desde
la oposición política esto produjo una exacerbación republicana sobreactuada y
poco creíble, teniendo en cuenta nuestra historia constitucional. Además,
muchos reducen equivocadamente el “mal argentino” a esta sola dimensión,
atribuyendo al populismo reinante toda suerte de patologías.
El correlato de
este triple proceso es la ausencia de un espacio de centroizquierda con
vocación de transformación social. Así, no creo que lo que nos espera en 2015
sea mejor; antes bien, todo apunta a la consolidación de las dos primeras
tendencias (represión y mal desarrollo) y a la improbable reversión de la
tercera (mayor concentración de poder).
Es cierto que la
sociedad argentina tampoco es aquella de 2002-2003, que impugnaba el sistema de
representación, apelando a una idea de solidaridad social y autoorganización
novedosa, en contraposición a los 90. Hoy la sociedad se inclina peligrosamente
hacia la insolidaridad y el discurso punitivo, como lo muestran los episodios
de linchamiento y saqueos y, recientemente, las expresiones de xenofobia. En un
contexto marcado por la crisis económica, la profundización de las
desigualdades y los discursos securitarios, nuestro país parece estar abriendo
una peligrosa caja de Pandora que va instalando conductas fascistizantes, al
compás de la derechización de las propuestas políticas.