Cuatro sensaciones apresuradas sobre anteayer
por D.S.
1.
Hubo derrota anteayer en Venezuela. Por suerte, la cosa no fue tan
trágica como para entregar el gobierno a Capriles. Pero todo indica que empezó
a tomar forma el “post-chavismo” a nivel regional.
La estrategia parece ser la de despojar al espacio BRICs de toda retórica emancipatoria. Parece imposible no sospechar que la movida que transformó a Bergoglio en el Papa Latinoamericano juega un papel en todo esto. No hay economía sin subjetividad: en este caso se trataría de convertir el conflictivo proceso de integración sur-sur en un amor desexuado por los pobres. El paso de Gianni Vattimo estos días por en Buenos Aires pareció alinear en ese sentido: se trata de borrar la marca de la insurrección para hablar ahora de valores cristianos. Maduro mismo tomó este camino en su discurso del domingo a la noche.
De ahí que el "neodesarrollismo" avance ahora como lo que es: una reorganización geopolítica a nivel global sustentada en un crecimiento macroeconómico que, sin cuestionar jerarquías ni desigualdades, dispone una inclusión vía consumo. No es que no haya transformaciones importantes. Sino que estas derivan de la configuración misma del Brics, y se pierde la perspectiva emancipativa. En este cuadro, y sin saber cómo seguirá el proceso venezolano, las elecciones de anoche inquietan.
2.
El último domingo a la noche el programa de Lanata transmitió
en TV un informe sobre un supuesto caso de corrupción del círculo más íntimo
del gobierno. La información que se ofreció y el tratamiento de los símbolos
políticos fueron despiadados. La fluidez con que se pasa de la denuncia a la
condena, la falta de toda consideración al decir “chorro” al fantasma de Néstor
Kirchner que habla desde el cielo revelan una desafección brutal respecto
de los símbolos políticos del presente. Los efectos inmediatos de
esta operación apuntan a anticipar a las cacerolas bastardas del
próximo jueves, así como a fogonear a la oposición electoral.
Con todo, la pobreza –no precisamente franciscana– de la oposición, su
carencia de imaginación para sacar tajada sobre cada “tropezón” oficial lleva a
preguntarse si no es precisamente Lanata nuestro Capriles. El tipo es
el único creador efectivo de imágenes desapegadas del relato y la afectividad
del kirchnerismo. Los que creen que Lanata representa al “mal”, pueden estar
tranquilos con el hecho de que sus golpes no encuentran, por el momento,
traducción electoral. Los más creyentes, los que creen que el kirchnerismo en
bloque es “bueno”, pueden sentirse personalmente agraviados. Sin adoptar este
punto de vista moralista –que empobrece el campo político– lo que espanta de
Lanata es, por un lado, lo que sacar a la luz: ese tipo de operaciones ilegales
que solemos suponer inevitables en todo gobierno puede coexistir con la
política sin dañar los procesos de construcción de legitimidad siempre que
sepan solaparse, disimularse, siempre que nos aparezcan como meros rumores,
delitos ilocalizables.
Lo que de Lanata espanta, en segundo lugar, es su inscripción en una
lógica canalla: lo que finalmente se pueda verificar como verdadero de lo
denunciado (ya veremos) no hace sino alimentar un esquema cínico y postpolítico
que sólo promete intensificar, con sucesivos estertores periodísticos, una
guerra entre miserables.
3.
La diferencia anteayer la hizo el CELS al lograr reabrir la
cuestión de las cautelares que el gobierno no quería poner en discusión como
parte del paquete destinado a reformar la justicia. La argumentación puesta en
juego (es legítimo despojar del recurso a las cautelares al estado por parte de
los poderosos, pero no a los “condenados de la tierra”) muestra que existe un
modo de producción política muy diferente del electoral, vía privilegiada
sino exclusiva para buena parte de la militancia actual. Horacio
Verbitsky, director del CELS, puso en juego en este caso un tipo de influencia
y una capacidad de abrir discusiones relevantes que no exhibe casi ningún otro
sector del kirchnerismo (ni hablar de legisladores, intendentes y gobernadores
que tienen legitimidad electoral propia).
Hay algo de este tipo de autonomía práctica –bastante excepcional– que
por momentos logra evitar el cierre automático de quienes participan del
dispositivo de gobierno. El CELS, más allá de la figura de su director,
construye este tipo de legitimidad de la naturaleza de su trabajo constante con
problemas que tienen que ver con la conflictividad social. Esa articulación
entre prácticas y enunciados permite momentos luminosos como éste, en el que se
interviene políticamente sin confirmar las dinámicas de polarización y, lo más
interesante, no se intenta corregir el rumbo del gobierno en nombre de salvar
al gobierno mismo de sus errores, sino a partir de la coherencia con la propia
trayectoria de investigación jurídica y política. Hay algo que aprender de este
episodio.
4.
A nivel regional y a nivel nacional es preciso dar curso a otro tipo de
narraciones, es necesario que nunca articular procesos prácticos y enunciados
políticos. Más allá del lenguaje jurídico, militante y periodístico –que
conduce todo acontecimiento a su propio código–, hace falta retomar la
capacidad de plantear de un modo más abierto y menos conservador los problemas
de nuestro presente. Esta capacidad no se suele ejercitar al interior del
gobierno (lo del CELS, dijimos, es una rara, aunque no única, excepción) y
sería casi imposible buscarla con interés en las expresiones de la llamada
“oposición”.
Estas narraciones no pueden eludir una nueva violencia que circula en
los territorios. La denuncia y la catástrofe son pésimas instancias para dar
lugar a una reflexión de otra calidad. Ambas llevan a reforzar el paradigma
gestionario del control.
No somos pocos quienes venimos imaginando la necesidad de inscribir los
episodios que hablan de una nueva conflictividad en el marco renovado de la
investigación militante bajo la siguiente hipótesis: la nueva conflictividad
social se comprende mucho mejor al interior de la máquina financiera de
gobierno sobre lo social, sobre los procesos de producción de lo común. En ese
marco, poco importa que “lo financiero”, en sí mismo, no produzca valor: los
procesos de valorización capitalistas funcionan hoy a partir de dispositivos
propiamente financieros de captura de la riqueza y de gestión de la economía y
la subjetividad.
Se ha dicho hasta el cansancio que América Latina es el lugar de una
anomalía. Cada uno de los rasgos que la caracterizan co-funcionan
(maquinalmente, como diría Guattari) en torno a “lo financiero”. Esta
modalidad global de apropiación y gobierno de la riqueza social (es decir,
generada colectivamente), regla la producción de valor de un modo cada vez más
exterior del proceso de valorización comunitaria. Tal “exterioridad” es abstracción,
y determina, coaccionándolos, los procesos de producción/reproducción de lo
común, sometiendo la trama colectiva de producción de la vida a mecanismos de
valorización dineraria y a la desposesión de equipamientos sociales de
bienestar.
Hablamos de “investigación”, pero no en el sentido universitario (o
jurídico o periodístico) del término. Estas investigaciones intentan dar
cuenta de lo que sucede en la dimensión “visible” del fenómenos (es decir, las
regulaciones explicitas, la normativa legal, la legitimidad tal y como se
organiza en la opinión pública). No importa lo bien conocido que sea este 50%
del fenómeno social, nos deja siempre ante el siguiente dilema: o bien cerrarse
sobre lo que se puede conocer, pero desconociendo todo aquello que permanece
oscuro al saber; o bien admitir que los conocimientos producidos, por precisos
que sean, no dan cuenta de la totalidad de la maquinaria del poder.
Entre quienes se atreven a dar un paso más en la investigación siguiendo
la realidad en sus oscuros desdoblamientos se plantea la cuestión de los signos,
episodios trágicos (o mórbidos) que nos indican el estado actual del cuerpo
social sin darnos un conocimiento sobre las relaciones que explican estos
fenómenos. Una serie de asesinatos en el conurbano de una ciudad del sur de la
región opera como signo, llamada de atención.
Es el camino que seguía Rodolfo Walsh hace medio siglo y es la vía que
nos propone hoy la antropóloga Rita Segato (en un texto de inminente aparición
por Tinta Limón Ediciones) cuando nos presenta la hipótesis de la violencia
expresiva. A diferencia de la “violencia instrumental”, necesaria en la
búsqueda de un cierto fin, la violencia expresiva engloba y concierne a unas
relaciones determinadas y comprensibles entre los cuerpos, entre las personas,
entre fuerzas sociales de un territorio.
Se trata de una violencia que produce reglas implícitas, a través de la cual circulan consignas de poder (no legales ni explícitas, pero sí ultra efectivas). En otro momento hemos hablado, varios, de “investigación militante”. El nombre siempre es lo de menos. Lo que importa, en cambio, es que quiénes nos hacemos este tipo de preguntas nos vemos cada vez arrojados a interpretar este tipo de signos, a leer en ellos la pugna de nuevas fuerzas en los territorios, expresión de la naturaleza dual de una máquina soberana que se desdobla permanente entre regla y excepción, jerarquía y diferencia. En este desdoblamiento –que se observa en casi todas las instituciones de regulación, de los bancos a la policía– funciona lo que hay que desentrañar: la magia y la fuerza con la cual los dispositivos de control identifican y subsumen las máquinas de guerra en los territorios, en la economía.
Se trata de crear una nueva sección en nuestro pensamiento para sacar de la página de “policiales” el tratamiento de estos problemas (que son monetarios, sociológicos, subjetivos, corpóreos y varios etcéteras): hacer de la investigación el oficio de nuevos detectives (salvajes) que sitúan en ese nivel, las claves del nuevo conflicto social que recorre el continente.