El asadito
I.
El asadito es un poderoso argumento social. Rito y delicia, reviste al parrillero de un prestigio casi mítico. La tradición de grandes asadores proviene tanto de los dueños de la tierra como de los obreros de la construcción. El mundo político no inventa nada cuando celebra sus tertulias de quincho y sus actos con choris. Asado y truco constituyen desde siempre el adiestramiento esencial en los ardides de la tregua y de la astucia.
II.
Hubo un asadito de fin de año en la ex Esma. En el sector que administran los HIJOS. En él participó de manera destacada el Ministro de Justicia de la nación, Julio Alak. El hombre fue un prominente intendente del ciclo menemista, en la ciudad de La Plata. Hoy es una figura central en la batalla legal contra el grupo Clarín, en el contexto de la aplicación de los artículos anti-monopólicos de la Ley de Medios. Como era previsible, hay gente que salió a putear al ministro por lo del asadito. Otros debieron salir en su defensa. Como era de esperar Clarín aprovecha, canalla, para sacar tajada de un petit escándalo de verano. Página 12 relativiza el entuerto. Era de cajón. Sigamos.
Cena de amigos, se charla del asunto. Surge la pregunta: ¿qué hacer con edificios “como” la Esma? Acuerdo unánime en que nadie desea un museo lúgubre de la memoria; todos deseamos convertir estos espacios extremos (por lo siniestros) en sitios de pensamiento, vitales. Pero ¿qué quiere decir “vital”?
IV.
La discusión surge entre chistes: ¿es el “asadito” en cuestión parte de esa vitalidad deseada? La unanimidad se rompe de golpe. Para unos sí, para otros no. Y ya no hablamos de aquel asadito, sino de qué cosa entendemos por “vital”. No es fácil decidir de ante mano que cosa pueda ser vital y que no. El límite es la banalización. Festejar que la Esma funcione como espacio de recreación a manos del ala menos sensible a la memoria de la burocracia política del estado no es un dato que se pueda eludir en la argumentación (ya podemos imaginar, sino, los asaditos que nos esperan a partir del 2015).
V.
En su último libro de ensayos Diego Tatian se pronuncia a favor de concebir los espacios de la “memoria” como lugares completamente vacíos, aptos sólo para pensar y provocar el pensamiento.
VI.
Hace unos años entré a El Olimpo, convertido en centro cultural. Nos encontramos allí con unos compañeros con los que veníamos organizando una serie de actividades en torno a los talleres de costura clandestinos. Siempre nos costó entrar allí. Nunca pudimos desprendernos de la sordidez de esas manchas en el cemento, del viento que pasa entre las paredes y las puertas, del dolor cruel impregnado en sus paredes. En el salón en que nos reuníamos había una bandera con imágenes de cientos de rostros jóvenes, los desaparecidos. Un cierto día colgaron en las paredes unos afiches en cartulina que decían: “Los trabajadores de la memoria queremos aumentos de salario”. ¿Qué es un trabajador de la “memoria”? ¿Cómo se llega a colocar ese afiche al lado de esa bandera?
VII.
¿Tienen derecho esos edificios a sobrevivir al poder soberano que los marcó para siempre como símbolo edilicio del terror aplicado directamente a modos de vida insurrectos e, indirectamente, al cuerpo social en su conjunto? Tal vez sí. Pero su supervivencia nos obliga, a nosotros, a ver en ellos el recordatorio de un poder vigente (en la economía, en las relaciones de propiedad, en los designios de la ciencia y en la técnica, en el goce del mercado, en los poderes ramificados del empresariado global, en el racismo generalizado) como amenaza viva y constante de masacrar cuerpos cada vez que su fundamento sea desafiado.
VIII.
Hace unos pocos años se hizo público que dentro de Automotores Orlettifuncionaba un taller de costura clandestino. Fue tapa de Página 12. Hay fotos y filmaciones de la policía sobre el asunto. No hay nada sorprendente en que un sitio deshabitado se torne ocasión para un nuevo uso. Tampoco llama tanto la atención que viejas dependencias del estado actualicen su funcionalidad económica según patrones contemporáneos. Impacta, sí, la calidad de ejemplo de este episodio: los espacios siniestros conservan un extraordinario valor para alumbrar lo siniestro-actual, ramificado según insondables mapas virtuales.
IX.
La lucha de los organismos de derechos humanos, así como ciertos actos fundamentales del gobierno de los Kirchner, han señalado con claridad la articulación entre terror político y estructura social. Lo han hecho de un modo claro y, ojala, irreversible. Pero toca a la vida política en la que todos participamos prolongar ese movimiento al presente, evitar que quede bloqueado.
¿Bloqueado por qué o por parte de quiénes? El poder de lo siniestro hace blanco en la figura de la víctima. Ese resto del terror es clave para su perduración en el espacio y el tiempo. La ideología de la víctima, cuando se activa, lo hace marcando los límites que no se deben/pueden cruzar. Lo vemos a propósito de la retórica sobre el nazismo y los campos. Tras la víctima hay irracionalidad, inhumanidad. El noble propósito de reparar a las víctimas no se contrapone a la necesidad de comprender en profundidad el acto de aniquilación de modos de vida insurrectos y su conexión posible con las insurrecciones deseables del presente.
Si vamos a aprender algo de este edificio que sea en la desobediencia a lo que estas paredes nos transmiten en su pedagogía espontánea. Seamos prudentes respecto de términos como “recuperación”. El corte abrupto que impuso el terror requiere de otros modos de concebir la relación entre tiempo y justicia. La lección de justicia no pasa por hacer de esos muros un espacio amable y gozoso. Ellos conservan, para nosotros, una enseñanza –macabra- mayor: la conciencia de su truculencia nos permite retomar, para nuestro tiempo, un índice necesario de la permanencia (en algunos aspectos diferentes y en otros no tanto) de la violencia amenazante (pedagógica, también) de unos poderes (capitalistas, desde ya) que en su tiempo dieron a estos muros una funcionalidad determinada y que ahora bien podrían neutralizar lo que de ella pudiéramos aprehender, bajo el módico procedimiento da la recuperación dócil, banal. Conservar la revulsión que la Esma nos inspira es un modo de sostener –belicosamente- un aprendizajecontra (y no simplemente en) ella.
X.
Dicen los que fueron que hay cosas que funcionan bien allí (sobran los elogios a Jozami). Dicen algunos de quienes allí trabajan del patetismo de los oportunismos y las internas entre los organismos. Las víctimas tienen derechos. Pero las luchas de la memoria han hecho algo más radical que velar por ellos. Al exponer al terror como mecanismo clave en la historia política actualizaron el gesto maquiavélico de eliminar el miedo como límite del saber que la sociedad tiene sobre sus instituciones, y abriendo, por ello, las posibilidades de una participación más plena en la vida política.
El valor de este gesto (prolongado en la orden de Néstor Kirchner de descolgar el cuadro de Videla) nos habilita a todos los que participamos de la política en un sentido extendido y cotidiano a comprender que el poder del capital se perpetua de un modo sistemático, ramificado, implícito; y que el combate contra esos poderes es la premisa de un replanteo democrático de la vida colectiva.
Decía León Rozitchner que de lo que se trataba, a partir de la política de derechos humanos de los Kirchner, era de enfatizar ese movimiento democrático al presente: esto es, llevarlo a la economía, a la propiedad de la tierra, a las finanzas, a la concentración de los medios, a la espiritualización de los mercados, a la privatización de los servicios públicos, etc. Ese es el camino que, según el filósofo, indica la Esma.
XI.
Un amigo cuenta que su hijo fue, como parte de la actividad escolar, de visitas a la Esma. A la vuelta el profesor sugirió hacer un muñeco que represente de algún modo lo aprendido en la visita. Él quiso hacer a Videla; las autoridades se escandalizaron. A su padre le explicó: “quería ver cómo era”..
XII.
Agosto de 2011: caudillo desde hace dos décadas de su distrito del Conurbano, el Intendente toma la palabra ante un grupo militantes vinculados a la lucha por la memoria y dice: “Agradecemos a Néstor Kirchner por habernos enseñado el valor de los derechos humanos”.
XIII.
Las “confesiones” de Videla, en un libro editado por el “periodista” Reato, nos muestran al viejo general, cuya voz está grabada en el inconsciente auditivo de varias generaciones de argentinos, como un arcaísmo. Un viejo fanático, anciano, estúpido y débil. Esto es lo que queda de un “intelectual orgánico” (un “cuadro”, como se vuelve a decir ahora) cuando se ve despojado de los lazos que lo ligaban y sostenían a una totalidad, a un proyecto de clase, dentro del cual obtuvo renombre y tarea. Esperar de él arrepentimiento es una disposición superficial. Seguir pendiente de sus recuerdos y declaraciones es una tarea menor, puede arrojar alguna luz, pero por ahora el valor de un hombre abandonado por su propia clase no ha producido declaraciones de valor.
XIV.
Hebe de Bonafini cocina en la Esma. Va de suyo que Hebe no es Alak. La transgresión constante de Hebe no es simpática per se, y ninguna retórica que ligue la comida a lo “vital” será eficaz para resolver el hecho de que entre la primera y el segundo hay un abismo. La gracia del gesto de Hebe es inseparable de considerarla como un nuevo término de una serie transgresiones de enorme significación histórica.
XV.
Videla desolado; la Esma recuperada. Signos de un pasado que –afortunadamente- ha quedado atrás. No resulta fácil situar las fechas y representarnos los momentos en que hemos triunfado, de manera contundente, contra estos poderes macabros del capitalismo neoliberal. Las paredes del horror no son el testimonio de la “vieja sociedad”, ya superada, sino un dispositivo en desuso del dominio capitalista que se continúa por otros medios (no exentos de violencia terrorista). Los peligros no son sólo los del retorno del pasado, sino los de su sobrevida en el presente: en el anudamiento de una burocracia oportunista y un poder que mutanti mutandis ha aprendido a combinar el poder sobre la tierra (soja) con las lecciones sobre Derechos Humanos.