Objeciones y conflictos de coyuntura

por Juan Pablo Maccia


Observo con asombro que se duda sobre el tono de mis escritos. Mejor sería reparar en la seriedad de los problemas que planteo: en particular, aquel que liga la cuestión de la sucesión de caras a las elecciones del 2015 con un deseo de reformas que, de un modo u otro, resuena con los acontecimientos del 2001.

Me preguntan si al final soy kirchnerista o no. Como el asunto no tiene la menor importancia evito respuestas excesivas. Hago con el kirchnerismo lo mismo que haría con cualquier otro “ismo” a la moda: tomarlo –si se deja- como condición para un proyecto futuro que nos abarque. Si no da, lo desprecio y punto. Lo que importa no es nunca el “ismo”, sino el “nosotros” que se ocasiona en alguna parte. En favor o en contra es absolutamente secundario, circunstancial.

No soy tan ingenuo como para ignorar que todo lo que se diga cae hoy en las aguas divididas por una polarización de hierro. Sin embargo, al conceder a la polarización nos volvemos torpes y débiles.

En todo caso, lo que está faltando es la presencia política de la generación que se constituyó en torno al 2001. Esa que parece ser la única que no hace política. Se me objeta que al decir esto no comprendo el papel del grupo que dirige a La Cámpora. Es de necios creer que la edad define al hombre (en sentido genérico, a la mujer y al hombre). El día que estos “cuadros” definan políticas por sí mismos –es decir, acordes al tipo de problemas que su tiempo histórico les plantea— cantará otro gallo. Uno que hoy no canta, lamentablemente, ni allí ni en ningún otro sitio. Y como no canta, la política permanece muda.


Se discute de todo, pero todo resulta por igual triste y monocorde. Bello sería contar con todas las escalas para entonar un razonamiento propio en torno a lo que se juega ahora mismo en el conflicto entre el gobierno nacional y el líder de la CGT. Junto a Moyano están sus hijos “jóvenes”. El mayor, al frente del sindicato de camioneros, excita al peronismo sindical de pura cepa. El menor es diputado nacional y tiene un estilo “intelectual” que derrite al progresismo. Cuando el Pablo habla el Facundo se caya y viceversa. En todos lados la misma fórmula: la línea familiar sustituye las trayectorias políticas propias. La divisa sangre y apellido recorre toda cúpula que se precie. Se confunde “joven” con “hijo”; “rebeldía” con “obediencia”, “legado” con “herencia”, “acontecimiento” con “historia”.

No es por este modo de apelar a lo juvenil que vamos a comprender lo que sucede. Así que abramos los diarios a ver qué encontramos. ¿Qué diarios? Todos o ninguno. Como sea: sabemos que el conflicto que anoche nos quitó un poco el aire tiene por lo menos tres niveles. Uno más inmediato que es, digamos, salarial. Otro segundo que tiene que ver con la (pútrida) interna de la CGT. Y uno tercero, que se vincula directamente con la ruptura política entre la Presidenta y el Secretario General. Los tres se mezclan. Pero sobre todo nos preocupa el último, que abarca el rumbo político general, sobre el que vengo insistiendo en cada rincón del país al que me invitan a conversar.

Si el kirchnerismo supo confinar al peronismo a la condición de un subgrupo del Frente para la Victoria, ¿cómo se lee la convergencia objetiva de Moyano y Scioli intentado correr al gobierno por donde más le duele: la militancia, la calle, la redistribución, los salarios? Lo que se ha activado es una tentativa por invertir los términos y hacer del kirchnerismo un episodio interno de un peronismo en reconstitución.

Cuando Cristina sale de cuadro (espacialmente: estaba fuera del país temporalmente; fuera, también, de la carrera por la sucesión) aparece la segunda línea de gobierno: Abal Medina, Boudou y Mariotto. A los que se suma otro algo mejor, el médico y militar Sergio Berni, que al menos concentra la dimensión operativa del gobierno. Esa que cruza seguridad y política social. Descomprensión sin represión. Lo que preocupa, en este grupo –que es el grupo que organizó el acto de Vélez, el del kirchnerismo puro es la debilidad con que enfrentan por el momento el problema de la relección, cuyo último paso fue auto-organizarse como Movimiento por una Nueva Constitución Emancipadora y un Nuevo Estado, en pos de este propósito.

Del otro lado, el apriete de ayer debe considerarse dentro de un horizonte más largo. Con el acuerdo salarial en marcha, la suspensión del paro y la convocatoria a la plaza de mayo el 27 de junio (veremos quiénes se les suman), adquieren relieve los niveles más pesados de la confrontación: en julio la CGT y luego el juego de la sucesión política.

De un lado, el 54% de los votos sin proyección clara al futuro. Del otro, la activación de un conflicto que por ahora asume un lenguaje social, sin un definido arco de propósitos ni alianzas. ¿Tenemos algo que decir al respecto?