Occupy Wall Street y algunos nombres de cualquiera

 Ángel Luis Lara, especial desde USA para Lobo suelto



William

Ayer encontré a un señor de unos setenta años en un café cerca de casa. Se llamaba William y llevaba un pin en la solapa con el lema “We are the 99%!”. Le pregunté cómo iba el movimiento. “No lo sé, la verdad. Pasé por la plaza mucho en otoño, luego la cosa se puso solemne y ya no me divertía. Ahora el movimiento lo llevo por dentro, como si me hubiera poseído”. Mientras me compartía su última frase, William sonreía y se tocaba la tripa.
Occupy Wall Street nació de un impulso activista tradicional que se vio efímeramente desbordado por el roce con personas comunes sin bagaje político previo. Cuando se impuso de nuevo la hegemonía activista, la mayoría de esas personas se volvieron a casa. Entonces comenzó a encogerse la imaginación y a desatarse la memoria: lo imprevisible dejó paso a lo conocido, la repetición fue tomando la forma de un rito. Es el movimiento de un boomerang: alejarse para retornar siendo lo mismo.


Isabel y Leticia

Tal vez la mayoría de las personas comunes se fueron a casa, pero no todas. Algunas se quedaron atrapadas en los intersticios y las contradicciones del movimiento. Desde allí tratan con ahínco de que “We are the 99%!” deje de ser una mera semántica y se convierta en una pragmática. “Descolonicemos Occupy Wall Street”, dicen y hacen siempre que pueden.
Isabel y Leticia son de Puebla, en México. Aunque llevan más de diez años en Nueva York están indocumentadas. Viven en Sunset Park, un barrio de Brooklyn poblado mayoritariamente por personas migrantes. Allí hay una asamblea de Occupy todos los sábados, pero ellas no acuden. Cuando les pregunté por qué no participan, su respuesta fue sencilla: “fuimos el primer día, pero es que no entendimos y pues ya no regresamos. Todo es en inglés y son puro gringos”. Se calcula que en Nueva York existen cerca de ochocientos idiomas. Occupy Wall Street solamente habla uno.

Susana, Felipe y Gerardo

Hace unos días se celebró en Nueva York el Left Forum, un encuentro anual de personas y organizaciones estadounidenses de izquierda que este año llevaba por lema: “Ocupando el sistema”. Se trata de un lugar en el que gente de izquierda, fundamentalmente blanca y de clase media, paga treinta dólares al día por hablar de sí misma consigo misma. Susana, que participa en Occupy Wall Street desde sus inicios, lo llama “la taradez monológica”: un acto infinito de endogamia. Susana inventó el apelativo cuando nació OccUniversity: un proyecto de universidad alternativa que pretende conquistar el derecho a la educación para todo el mundo. Su programa inicial incluye cursos que abordan temáticas como el análisis histórico del concepto de huelga o el estudio macroeconómico de los procesos de funanciarización y de deuda. Se lo conté a Felipe, que me está ayudando a reformar mi casa. Él es de México y lleva quince años en Nueva York, indocumentado y saltando de un trabajo a otro para juntar dinero que mandar a casa: al otro lado de la frontera tiene mujer y tres hijos. Felipe me dijo que no entendía muy bien lo de esos cursos, pero que lo que él necesita es un curso de inglés. Su primo Gerardo, que vino a ayudarnos con la pintura, dijo que si pudiera él estudiaría computación.

Fernando

Fernando siempre dice que él no es de izquierdas ni de derechas. Nunca antes de Occupy Wall Street había participado en política. Hace unos días, un amigo le invitó al Left Forum para hablar de su experiencia en el movimiento. Fernando sólo compartió preguntas: “¿Qué hacemos aquí hoy? ¿Por qué hemos pagado treinta dólares para hacer lo que hemos estado haciendo gratis en las plazas? ¿Debemos de alguna manera pensar que pertenecemos a este lugar? ¿Hemos regresado a casa? ¿Hemos vuelto a Itaca después de nuestro tiempo de travesía? ¿Habéis visto al perro sin nombre que reconoció a Ulises cuando éste regresó? Yo no lo he visto. ¿Dónde está Penélope? ¿Sigue todavía esperándonos o se casó ya con un verdadero comunista?”.

Luis, Vicente y Begoña

Pese a las contradicciones y los límites que visten la experiencia de Occupy Wall Street, su energía ha logrado colarse en la climatología local impregnando el aire. Hay algo que ha cambiado en la ciudad, que no estaba antes, tal vez un estado de ánimo. Algo innombrable que no se toca, pero que se respira. Mi ruta subterránea de esta semana por el metro de Nueva York me habla de ese cambio de clima: lunes, una joven afroamericana va leyendo El Manifiesto Comunista en el tren F; martes, un joven devora un libro de James Clifford en el tren R; miércoles, un señor de unos sesenta años lee La Ideología Alemana en el tren G; jueves, una señora con un pin del 99% lee el último libro de John Berger en el tren A. Mis ojos se quedan atrapados en una de las frases del texto: “Quien hace un signo repite un gesto habitual. Quien hace un dibujo se encuentra solo en la infinita inmensidad”.

Puede que el ojo mediático haya dejado de mirar lo que está pasando en Occupy Wall Street para transmitir la idea de que no está pasando nada. Sin embargo, el movimiento se ha convertido en una suerte de clima flotante repleto de actividades multiplicadas. Cada día, en diferentes sitios a la vez. Muchos grupos de pocas personas haciendo y conversando acerca de muchas cosas. Vicente, Begoña y Luis participan de uno de esos grupos. Son parte del enjambre que convergerá el próximo primero de mayo en una movilización general para volver a dar visibilidad al movimiento. “¿El primero de mayo?”, les pregunto con el gesto torcido. “Sí, ya lo sabemos, esa fecha tiene más que ver con un ejercicio de memoria y con un ritual de fidelidad que con la imaginación y la ruptura que necesitamos. Sin embargo, esta vez va a ser distinto”, me dicen. Quizá tengan razón. Aunque lo más importante es que nadie lo sabe. Tal vez el mayor logro climático de Occupy Wall Street haya sido la producción de un infinito de posibles. Eso es algo nuevo. Tiene más que ver con la infinita inmensidad de un dibujo, que con el gesto repetido de un signo.