2001, similitudes entre la Bastilla y las Cacerolas

Por Camilo Blajaquis


El 19 y el 20 de Diciembre fueron los únicos días donde la utopía de la anarquía se volvió realidad por un instante, donde el resplandor de la rebeldía iluminó a pobres y a las clases medias al menos por un rato. Cuasi-espontáneo, aunque diseñado y profetizado con mucha anticipación.


¿Como pasó? ¿Cómo fue que el cuerpo social entero tembló? Todo un terremoto político, todos atacando al statu quo, a las instituciones, a los supermercados, a la policía. Viejas rubias al lado del morocho cantando la misma canción: piquete y cacerola la lucha es una sola se escuchó por aquellos días.

Aparecen algunas similitudes interesantes y llamativas entre el estallido argentino y el francés de 1789. Movimiento popular y protesta social masiva, defensa del concepto pueblo y un después político-económico-social muy parecidos.

En Francia quienes salieron a tomar La Bastilla en primera línea fueron los aldeanos, los pobres hambrientos de un feudalismo atroz. Salieron a incendiar el sistema monárquico que solo los condenaba a la muerte temprana, a la peste y a morir de hambre. Pero no estuvieron solos: fueron respaldos por la adolescente burguesía que apareció por aquel entonces. Ambas rebeliones ya tenían hecho el prospecto de antemano con las instrucciones a seguir para que el statu quo se mantenga. Pero era el comienzo de un nuevo estado de cosas, de una nueva forma de administrar a las masas: nacía el Estado moderno de parto prematuro.

Aquí en Argentina como allá en Francia, los distintos niveles sociales evidenciaron su desencanto ante un sistema desgastado y podrido como el musgo. En Francia fue el fin del feudalismo; aquí, el fin del neoliberalismo. En ambos casos la herramienta principal para terminar con esos sistemas fue el fuego de la rabia popular, todo un movimiento multiforme con distintos actores sociales, todos tirándole al mismo enemigo, aunque los burgueses ya habían diseñado el panorama para el después del fuego. 

En Francia calmaron el grito de los pobres con la creación de una Constitución y de ciertos lemas ricos y tentadores desde lo semántico (libertad, igualdad y fraternidad), pero que, en la práctica,  cada lema contenía una limitación política especifica, un “hasta acá se puede”, un límite, un horizonte máximo

Aquí los lemas también fueron irresistibles: “Que se vayan todos”. Y que al estado de sitio se lo meten en el culo...

En Francia después del fuego se afirmó una nueva era del capital. En Argentina, debilitada la maquinaria neoliberal en la que solo una clase acumulaba, se pasó a una suerte de Estado de Bienestar, en el que esa clase sigue acumulando (y seguirá acumulando), pero en el que los pobres rebelados tienen vivienda digna, asignación universal y derechos humanos como nunca tuvieron.

Los pobres rebelados, en el caso argentino, fueron los movimientos piqueteros que florecieron en aquellos años, básicamente, desde La Matanza y la zona sur del conurbano bonaerense. Vale recordar las 20 mil personas (o más) que marcharon de La Matanza a capital bajo la bandera de la Corriente Clasista y Combativa o la Federación de Tierra y Vivienda comandada por Luis D´Elia. Toda avenida Rivadavia era sitiada. Los comerciantes cerraban sus negocios ante el terror y el horror de la grasa villera y encapuchada. Hubo cortes totales en los principales accesos a Capital que duraban más de un día. ¡Gran quilombo...!

Hay un antes y después de 2001, eso está claro. Pero, ¿qué fue lo que se terminó y qué lo que empezó? Se terminó, digámoslo así, la impunidad descarada de la CIA manejando los gobiernos en Latinoamérica. Pero lo que comenzó es menos claro.  ¿Comenzó la era de lo nacional y lo latinoamericano? Pero ¿qué carajo es hoy “lo nacional y lo latinoamericano”? ¿Acaso se fueron las multinacionales, dejaron de existir los monopolios y no se matan pibitos en la villa? ¿O lo latinoamericano es Calle 13 haciendo la revolución junto a Shakira desde tarima de los Grammys? Interrogantes infinitos atraviesan esta década de progrekirchnerismo.

Cada hecho político tiene una intencionalidad premeditada. Si uno se pone trotskista debería decir que la burguesía argentina, llena de rabia por no poder sacar dinero del cajero automático, vio en los movimientos sociales piqueteros los soldados necesarios para echar al gobierno bajo la tutela de Cavallo. Pero es ésta, quizás, una mirada demasiado prejuiciosa, básicamente rusa y traída por la fuerza de otro contexto.

Desde otro punto de vista, algunos intelectuales y varios amigos piolas acusan al kirchnerismo de haber “cooptado” a los movimientos sociales piqueteros. Argumentan que Néstor Kirchner hizo una lectura muy inteligente de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre y a partir de ella –y de ciertas medidas de índole peronista clásica– desarticular la organización popular y las dinámicas  asamblearias y horizontales que abundaban en esa fecha. En 2001, los villeros aparecieron, al mismo tiempo, como un peligro concreto y como un sujeto político con poder real, con la capacidad y la fuerza necesaria para decidir cuando acabar con un gobierno. Así, para que esos movimientos se calmaran había que ceder, al menos un poquito, algunos privilegios siempre propiedad de los burgueses. El statu quo sintió miedo y su estrategia de automantenimiento (que nunca falla) llegó con el arma del trabajo, de la producción y del consumo: todo aquello que garantiza la tranquilidad económica. Es decir: pareciera que estas herramientas de bienestar para la población guardan el peligro que guarda toda política que no cuestione el modelo capitalista de producción como la maquinaria  adecuada para organizar la vida de la gente. Más consumismo es menos naturaleza. Más consumismo es estar más cerca de Hollywood que del Machu Pichu. 

Estos diez años hicieron que mucha gente que no tenía guita ahora la tenga, que esas imágenes africanas de hambre y de muerte que graficaban muchos lugares de la Argentina casi se terminaron. Pero la construcción de un poder popular real sigue pendiente. Porque hoy en aquellas villas y barrios donde  hace una década se imaginaban nuevas formas de vida y de organización, se vive un control y un hostigamiento flagelante por parte de las fuerzas de seguridad del Estado; control y hostigamiento que, entre otras cosas, impide la construcción de un poder político que surja sin ayuda de ninguna corriente y que sea inventado completamente por los villeros.

Porque cuando se habla de “profundización del modelo”, ¿de qué modelo se habla?  Porque en estos diez años el modelo hizo crecer, mucho más que la economía, la imagen de un sujeto malo, al que hay que temer para sobrevivir: el pibe chorro. Y en estos mismos diez años el modelo respondió, sin duda, a los voraces deseos de consumo, pero mucho más a los no menos voraces pedidos de seguridad que le hacen “vecinos”, pedido de que nos acorralen y vigilen en los barrios. ¿Habrá que profundizar el modelo?