Seguimos en la búsqueda


por Mario Antionio Santucho

Hace ya 15 años que organizamos el primer homenaje masivo a Mario Roberto Santucho y sus compañeros del ERP, en plena euforia de consumo menemista, cuando recordar era un riesgo. Si hasta amenaza de bomba hubo en aquel viejo salón de Unione e Benevolenza, dato un poco bizarro, sin dudas. Por ese entonces el dolor de los que habían sobrevivido se mezclaba con el malestar de una generación de hijos que tomó la palabra para remarla a contracorriente. Hubo que ganarse el derecho a la justicia y la verdad, haciendo uso de la lucha callejera y de unas cuantas buenas preguntas.
 
Pasado mañana se cumplen 35 años de la desaparición de mis viejos. Es un montón de tiempo. La memoria se ha convertido hoy en un ritual aceptado socialmente, lo cual no está nada mal. Lo que más me impacta es cómo le toca vivir esta historia a mi hijo de ocho años. En la escuela hablan con admiración de sus abuelos, también en la tele, algo impensado hace apenas una década atrás.


Pero más allá del inevitable tono nostálgico y del cholulaje acostumbrado, hay muchísimos problemas que nos siguen inquietando y constituyen nuevos motivos para la crítica. Aprovecho para sugerir, al menos, tres que me parecen significativos.
 
Una y otra vez constatamos que ciertos efectos del terrorismo de Estado son irreversibles. Pese a los avances (demasiado tardíos) de la institución judicial y los esfuerzos gubernamentales por reparar las ofensas del pasado, existen rupturas que no tienen remedio y heridas que no suturarán jamás. Por eso hay palabras que ya no alcanzan (restitución es una de ellas) y otras que falta crear (sobre todo en lo que se refiere a la justicia social).

Por otra parte, hay logros que fueron conseguidos por las luchas recientes, respecto de los que se observan retrocesos. Sugiero apenas un ejemplo menor: mientras los movimientos de derechos humanos lograron en determinado momento (de lucidez) desacralizar la experiencia de la pérdida y asumir de manera materialista lo inevitable de la muerte, en los últimos años hemos asistido a verdaderas ceremonias de beatificación, apuntaladas por las tecnologías de la religiosidad post-moderna.
 
Por último, lo más relevante: seguimos en la búsqueda de imágenes políticas que nos permitan recrear el horizonte de emancipación que nuestros viejos nos legaron. La democracia sigue siendo un sistema que no sólo admite, sino que también produce tristeza y dominación. El capitalismo, incluso el serio, redobla los procesos de explotación y captura las energías colectivas. No es cierto que con guita y autoridad podamos cambiar el mundo. Son otras las potencias que tenemos que activar (la dignidad, la cooperación, la rebeldía), ahora de otra manera, atendiendo a las nuevas coordenadas, aunque con la misma irreverencia de siempre…